El fulgurante viaje de subida y bajada de Pablo Iglesias en el ascensor de la valoración por parte de los ciudadanos debe de tener poco parangón en la historia política contemporánea. Quizás Donald Trump, a este paso, llegue a superarlo. Cierto que el tirón electoral del líder de Podemos obedeció seguramente a factores diferentes al de su simpatía personal -recuérdese cuando a su compañero Monedero no se le ocurrió otro calificativo para definirlo que soberbio-, pero su caída a los infiernos de ser el político peor valorado en el último sondeo del CIS es muy significativo.
Y es que la nota de Iglesias no llega ni al tres, un poco por encima de Cristóbal Montoro, el ministro de las ocurrencias fiscales. Pero con una diferencia sustancial: la pérdida de crédito se produce sin que haya tenido ocasión de tomar ni una sola decisión que afecte a la vida de las personas. Pero quizás en este breve tiempo de actividad política dio demasiadas pistas de lo que podría llegar a hacer si, por ejemplo, hubiese triunfado la doctrina del «no es no» de Pedro Sánchez. Por cierto que el golpe de timón en el PSOE le ha reportado a los socialistas una ligera subida en la intención de voto y que el presidente de su gestora se haya convertido en el político mejor valorado.
Iglesias, ciertamente, no ha disfrutado aún de la posibilidad de tomar decisiones de Gobierno. Sí lo han hecho algunos de los que afloraron a la sombra del fenómeno Podemos, y quizás la experiencia de gobierno de sus aliados tampoco le esté reportando muchos beneficios. Porque si a la soberbia se le suma la bisoñez y la desidia, el resultado es una decepción a la que solo podrían sobrevivir si el PSOE se empeña en dilapidar su patrimonio histórico.