Cuando Donald Trump se presentó a las elecciones, muchos pensaron que no pasaría de la fase de primarias. Pero cuando consiguió la candidatura presidencial por el Partido Republicano, muchos dijeron que era imposible que un personaje de su calaña pudiese ganar las elecciones. Sus exabruptos en campaña electoral fueron considerados como boutades de las que se olvidaría si finalmente llegaba a la Casa Blanca. Y llegó.
Hubo gente de izquierdas, a este lado del charco, que sostuvo con vehemencia que Hillary Clinton sería peor presidenta que Donald Trump. Incluso algunos aún lo sostienen, a pesar de todos los despropósitos que hemos conocido en sus quince primeros días en la Casa Blanca. Pero sólo puede ignorar la diferencia entre lo malo y lo peor quien tiene sus necesidades básicas cubiertas, quien no teme a la deportación o quien no es juzgado por su color de piel, por su origen nacional o por su religión. Y es que considerar a Trump como un presidente más, si acaso un poco más extravagante que los anteriores, es propio de mentalidades europeas aburguesadas e incapaces de empatizar con el sufrimiento ajeno. La retórica acerca del imperialismo yanqui nos ha insensibilizado acerca de la sociedad estadounidense y en ocasiones nos impide matizar e hilar fino en los análisis.
La presidencia de Donald Trump, se mire por donde se mire, es una auténtica catástrofe global de dimensiones titánicas. Sus primeras decisiones de política migratoria y de asilo, así como los nombramientos de su equipo más cercano, dan buena cuenta del rumbo que va a llevar su administración en los próximos cuatro años. Y sus relaciones exteriores ponen en verdadero riesgo la seguridad mundial. Ya sólo el hecho de que el presidente estadounidense haya colgado el teléfono a su homólogo australiano cuando este le exigió el cumplimiento de los acuerdos firmados por EEUU en materia de asilo, es un indicador del tipo de política exterior que podemos esperar de este siniestro personaje.
Habrá quien piense que cuanto peor, mejor. Que la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca está generando una sana ola de indignación y de respuesta. Pero la realidad es que resulta enormemente dolorosa para los refugiados e inmigrantes que tienen vetada su entrada a EEUU y para aquellos otros que están siendo deportados. Y supone un precedente peligrosísimo y una seria amenaza para la seguridad global. Desgraciadamente al mundo le esperan cuatro años muy oscuros.
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