Escribo estas líneas en honor a todos esos valientes que mañana, a las tres y media de la tarde, hora de comer de los españoles en fin de semana, se enfrentan al examen MIR. Sirva este artículo para que sepan todos los MIR que me postro a sus pies, triunfen o no: ya son unos ganadores. Y lo son porque a partir de ahora pasan a trabajar con y para lo más importante: las personas y su salud. Y aquí me he quedado corto, no muy importante sino lo único importante.
Durante estos nueve meses les he visto despertarse cuando otros aún no nos habíamos acostado; y llegar a casa cargados de libros y agotados a horas en las que la ciudad hacía ya tiempo dormía. Sé de algunos que eran incapaces a pegar ojo, y las noches se les hacían muy oscuras y la cabeza nunca para de ver ángeles negros; o de aquellos que llegaban a casa y se desplomaban sobre la cama y amanecían vestidos. Conozco a quien ha subido de peso, o que han perdido tantos kilos que la ropa parece levitarles sobre los huesos. He visto cómo abandonaban el deporte, las cervezas y vinos con los amigos, los partidos de Champions. Se han roto parejas; y también ha surgido el amor. Han enfermado y han tenido días malos, en los que las fuerzas flaquean y uno piensa dejarlo todo, pero no lo han hecho. Habrá gente que haya abandonado las drogas; y también los hay que han empezado a consumirlas. Han gastado mucha tinta, sudor, lágrimas, subrayadores y uñas. Ha caído el pelo y han proliferado las canas. Horas y horas de estudio hasta llegar aquí.
Pero no todo ha sido tan malo. He sido testigo de muchas de sus noches libres, noches postsimulacro donde se desahogaban con la música, la fiesta, los amigos, su pareja, y porque no, con el alcohol. De domingos de viajes y comidas, días libres estrujados al máximo para no desperdiciar un minuto de ese tiempo suyo tan cotizado. Descenso del Sella, Xiringuelu, visita a Covadonga, rutas de montaña, comidas en pueblos a la orilla del mar Cantábrico, arropados por sus olas azul Oviedo y el cielo gris Velázquez. Han hecho nuevas amistades y hemos disfrutado con ellos.
A muchos no les conozco, y espero tardar en conocerles. O, al menos, no tener que hacerlo en un hospital. A todos les deseo suerte, y si falla la suerte siempre les queda que se haga justicia. Mi apoyo especial a Nacho Kelly, constancia infinita; a Juan Torre, el tipo más inteligente que conozco; a Álvaro Montes, un crack y el que más me ha brindado oportunidades de conocer a sus compañeras de mesa y estudio; a Carlos Vior, un virtuoso, el bohemio y una vocación médica sin parangón; y a Leticia, como no a Leticia, la mejor doctora que voy a conocer jamás.
Otra vez me postro ante todos vosotros. Nos vemos en unas horas en los bares que dan luz, y color, y sentido a la noche. Mañana toca brindar por todos ellos.
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