Si no fuera por las prisas que, según para quién, parecen apremiar, por el empeño en hablar más de la forma que del fondo, y por la facilidad con que algunos parecen olvidar que ha sacado los peores resultados de su historia reciente, estaría el PSOE intentando dilucidar dónde se ha dejado los votos. Bueno, a decir verdad, alguna voz al respecto se ha oído, y esperemos que sea una de las principales materias a analizar en el próximo congreso. Pero ha sido eso, alguna voz hablando de ello, no un debate serio (como el que es de suponer habrá de cara a la cita congresual) y, desde luego, sin asunción de responsabilidad alguna. Las respuestas son diversas. Incluso hay quien trata de remontar las causas a fallos de hace décadas, y me da que ahí no está el tema, no porque un partido no deba revisar su historia de modo crítico y asumir que algunos de esos actos fueron fallos, sino porque hablamos de momentos históricos diferentes, con circunstancias políticas diferentes, y por tanto el camino que lleva a decir que eso pesa en las motivaciones del electorado es, al menos, revirado. Vamos, que echar la culpa al referéndum de la OTAN, como que no.
Otra de las cosas que se escuchan, aunque sea de pasada, es la alusión a la «podemización» del PSOE. Sí, claro, sale el tema de la influencia de Podemos, porque hace unos años que cualquier cosa que pasa es, ya sabemos, motivada por Podemos. Aunque en este caso es cierto que los podemitas (dicho desde el respeto, es que sigo sin encontrar mejor modo para nombrarlos, aunque ese nombre me parezca el de alguna tribu protagonista de un tebeo) tienen algo de razón, y la incursión de Podemos ha hecho perder votos al PSOE. Esa razón es total en cuanto a los propios números (es cierto que los votos que el PSOE pierde a algún sitio irán, y en parte es a Podemos), y es parcial en lo que se refiere al comportamiento, a la reacción. ¿Qué reacción? A eso vamos: ¿reaccionó el PSOE a Podemos intentado imitarles, que es lo que, en última instancia sería la mencionada «podemización»?
Habría que ir por partes. Quizás lo que haya que hacer sea analizar el concepto, ante la razonable duda (al menos para mí) de qué carajo es eso de «podemizarse». No sólo por el concepto en sí, sino porque la frase «El PSOE se ha podemizado», atribuida a quien sea, la mayoría de las veces intenta trasladar una reflexión más profunda que la de su literalidad, sobre todo cuando está encajada en algún titular, a veces de modo descontextualizado. Y no tiene que ver con si es bueno o malo estar de acuerdo en cosas con Podemos (de hecho, eso, que haya acuerdos, es siempre bueno). Ni tiene que ver con compartir o no, ni con deslegitimar, las formas que ha introducido Podemos en la vida pública, algunas claramente nuevas y otras ya antiguas pero simplemente enfatizadas para resaltar una mirada política (y, en ambos caso, legítimas).
En realidad, cuando se realiza una afirmación así, no se está hablando de Podemos, por más que sus miembros utilicen estas afirmaciones para sentirse, dependiendo del viento que sople ese día, víctimas de una afrenta, o artífices de una nueva realidad sobre la que creen que gira el mundo, y en todo caso protagonistas de bautizo, boda y entierro. No, más allá de eso, sentenciar de tal manera sobre el PSOE no deja de ser un intento de descubrir los fallos propios. O en los que te han hecho caer, no estrictamente errores propios. Y no es que el que tus fallos sean atribuibles a tus propios actos los haga más aceptables, por el contrario, cuando se producen por entrar al trapo del contrincante, además, estás dejando atrás lo tuyo, estás cayendo en la trampa de mover tu posición (y, por tanto, olvidando no solo los malos movimientos que te llevaron a ella, también los buenos). Estás dejando la puerta abierta, y por ahí se escapa el gato, decía mi abuela. Y además haciendo más largo el camino de vuelta, con la de gatos que pueden escaparse mientras vuelves y no.
Hace poco leía una entrevista a Jürgen Habermas en la que señalaba como error el aceptar el terreno de enfrentamiento definido por el populismo. Por el populismo de derechas, señalaba él, aunque el error me parece, como ejemplo, trasladable a la disputa del electorado entre PSOE y Podemos (por la identificación en cuanto esa delimitación del terreno, no, claro, en cuanto al desarrollo ideológico de las propuestas). Y puede que sea ese el error básico en que ha caído la socialdemocracia española, y en el que, posiblemente, esté cayendo la de otros sitios. La estrategia populista (aclaro antes de seguir que entiendo que quien tiene una estrategia populista asume que se le defina como populista, sin intención de descalificar), de cualquier orientación, independientemente de su estructuración ideológica, tiene como rasgo en común la definición de la sociedad como un espacio con dos bandos enfrentados, o en el que los intereses de uno de ellos obstaculizan el desarrollo de los intereses del otro (dicho por resumir de modo simple, y sin pretender ningún rigor académico del que adolezco). Tal separación, que puede considerarse extrema, artificiosa o forzada (y lo es, pero no es más que una estrategia, y como tal es legítima) puede llevar cualquiera de las denominaciones que nos sonarán: casta, élites, o arriba, frente a pueblo, gente, o abajo. Y aceptar ese terreno de juego ha sido el error del PSOE con respecto a Podemos (que con respecto a otras cosas puede haber más errores, claro). Error porque esa aceptación conlleva la pérdida de la centralidad, que no tiene que ver con el centro político, como desde las mismas filas podemitas señalan en ocasiones (en otras, dentro de la bipolaridad de un proyecto joven y que aglutina demasiadas sensibilidades, se olvidan de ello). Y error porque no hacía falta caer en el juego de esa dicotomía excluyente para seguir defendiendo la existencia de desigualdades sociales que paliar con políticas socialdemócratas.
No es ya que desde el PSOE la preocupación haya sido atacar a Podemos, porque no deja de ser normal responder a quien te ataca, cuando además este es tu adversario (y, en ocasiones, se empeña también en ser enemigo). Tampoco está realmente el problema en adoptar ciertas formas de cara a la galería, o en asumir cuestiones de imagen sobre las que el mero de hecho de hablar ya evidencia lo errado que está centrar el debate en eso (tan errado está quien cree que al congreso sólo se puede ir de corbata, como quien se cree mejor por ir en vaqueros… sobre todo si piensa que es el primero que lo ha hecho). No está ahí el error porque todo estaba inventado en cuanto a estética e imagen, ya antes de Podemos, y no han sido los primeros en nada (aunque, de un modo brillante y meritorio, lo han parecido). Tampoco está el error en dejar que ciertos elementos de participación, transparencia o democracia interna parezcan capitalizados por Podemos, cuando muchos de estos elementos, como las primarias o la construcción del discurso desde la base de la agrupación, hace tiempo que se desarrollan en el PSOE (y con un proceso mucho más garantista, como no puede ser de otra forma siendo un partido con más tradición e implantación).
No, el error ha sido esa asunción del terreno de juego, ahí sí ha habido «podemización». Para empezar porque la defensa airada ante ciertas calificaciones no hace otra cosa que quien la establece encuentre en la respuesta el argumento para perseverar en ella (por mucho que esa defensa esté justificada o sea lógica), pero además porque conlleva esa pérdida de centralidad, ese espacio en que la ciudadanía encuentra, dentro de su opción ideológica, el acomodo para confiar su voto a una opción con garantías de gobernabilidad (no garantía de tener mayoría, garantía de gobernanza, de gobernar y hacerlo con solvencia, y de acordar, pactar y buscar mayorías en caso de ser necesario). Podemos ha fracasado en el sentido electoral (al menos con respecto a sus propias expectativas) porque no ha sabido dar esas garantías a una cierta parte del electorado, y el PSOE se ha visto arrastrado hacia ese lugar por la aceptación del terreno de juego establecido. Eso, en términos electorales, puede haber sido un cierto alivio para los intereses de Podemos, que, una vez que partía con la base de no poder jugar por la gobernabilidad porque parte de la sociedad no encontraba un referente «posible» en la marca morada, al menos ha arrancado un puñado de votos en tal estrategia. Los suficientes como para erigirse en, al menos, alternativa a la alternativa, que es más de lo que -por desgracia para IU- había solido conseguir la izquierda fuera de la socialdemocracia hasta el momento (y, desde luego, si Podemos aspira a esto en vez de a conseguir que se generen mayorías de izquierdas que posibiliten la gobernación, puede ser criticable, pero también hay que reconocer que es perfectamente legítimo). Sin embargo, para el PSOE ha sido la puntilla (o una de ellas), otro sumidero más por donde se han ido los votos necesarios para haber posibilitado ser alternativa real de gobierno al PP.
Cuando la ciudadanía acude a buscar su opción de voto, hay un gran espacio de electorado en el que el resorte que hace que cada cual vote a una opción es la garantía de gobernabilidad. No ya en términos de números (que también, eso que llaman voto útil, desafortunadamente, porque útiles son todos los votos), también en términos de gestión, de seguridad en la misma, de posibilidad de llegar a acuerdos y buscar mayorías que posibiliten la acción institucional. Al votante del PP, frente al escepticismo inherente al votante de izquierdas, le da igual la caracterización que de su partido pueda hacerse desde fuera, confía plenamente en su opción, y, en gran medida, considera que es una opción que da tranquilidad por la -para ellos- presupuesta capacidad de gestión. Y al votante, llamémosle «centrado», que alterna opciones en determinados momentos, la falaz equiparación del PPSOE, puede llevarle a considerar que, puestos a ser iguales, al menos el PP ofrece una gestión de sus intereses más segura. Ninguna de las dos cosas está basada en hechos ciertos, es más, si acudimos a ejemplos de gobierno, podríamos calificar ambas afirmaciones de mito, y ni hay base para decir que el PP garantice mejor gestión de lo público (de hecho, las pruebas dicen todo lo contrario), ni que se puedan equiparar las políticas de ambas fuerzas cuando están en las instituciones. Sin embargo, el PSOE no ha sabido atajar ese mensaje, y erigirse como opción real de gestión desde la izquierda, capaz de hacer confluir una gestión eficiente (y eficaz) con unas políticas progresistas, redistributivas, y garantizadoras de derechos. Y no ha sabido no porque no pueda, porque hablamos de algo que está en el propio ADN de la socialdemocracia, no ha sabido porque ha aceptado ese terreno de juego marcado por Podemos, y ahí, claro, no solo perdió, sino que se olvidó de bajar al terreno de juego que debía interesarle, en el que debía jugar, el de la gobernabilidad. Se enredó en no perder su espacio como alternativa o primera fuerza de la oposición, cuando debía haber jugado a ser primera fuerza a secas.
Entonces, volviendo al principio ¿el PSOE se ha «podemizado»? No, yo diría que no es eso exactamente, pero sí que ha caído en su trampa, ha sido víctima de una perfecta estrategia que, como partido solvente, hubiera debido saber contrarrestar. Lo mejor para el país sería que supiera aprender de sus errores, y este (en mi opinión, y exclusivamente en mi opinión) lo ha sido. Lo que le queda es recuperar el espacio de centralidad social (repetimos, no equiparable a centro político), a través de una estructura fortalecida construida en torno a un discurso fuerte, netamente socialdemócrata y ... Bueno, casi que mejor no sigo con esta conclusión, que me pongo estupendo y tal podría parecer que me fuera a presentar a las primarias. Y, obviamente, no, uno conoce sus límites. Pero quien quiera hacer al menos esto, contará con mi voto. Desde luego.
Comentarios