Aznar Resurrection

OPINIÓN

18 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Estos pasados días, de asueto navideño, he estado releyendo el segundo tomo de las memorias de Manuel Fraga, «En busca del tiempo servido». En este libro de memorias, de nombre tan proustiano y que abarca el periodo comprendido entre la muerte de Franco y el año 1986, el viejo patrón de la derecha española va narrando, a modo de diario, sus desvelos para unir en un sólo partido todo el espectro de la derecha española. En sus páginas cuenta, cómo, de una manera laboriosa y con no pocos sinsabores, se van integrando en la vieja Alianza Popular todas las familias que componían la derecha de este país. Desde los democristianos hasta la extrema derecha franquista, todos fueron, poco a poco, nutriendo la organización fundada y liderada con mano de hierro por el León de Villalba. Ese fue su mayor empeño y también su mayor logro. Así, a finales de los ochenta del pasado siglo, cuando, tras el experimento fallido de Hernández Mancha, Aznar transforma la vieja Alianza Popular en el «refundado» Partido Popular, la práctica totalidad del centro derecha español estaba bajo las siglas de esa organización. Y así ha seguido siendo, elección tras elección, desde entonces. Por ello, mientras en otros países de Europa, veíamos surgir partidos de extrema derecha o de «derecha extrema», con el francés Front National a la cabeza, aquí respirábamos más o menos tranquilos, sabedores de que toda esta grey era pastoreada y apacentada desde la calle Génova. Cierto es, que esa posición «transversal» del PP en el espacio político de la derecha española originaba tensiones y disensiones en su seno, en temas como el aborto, el matrimonio de personas del mismo sexo, la lucha antiterrorista y los nacionalismos periféricos, pero al final la sangre nunca llegaba al río y a la hora de depositar el voto en la urna, se cerraban filas. Pero, hete aquí, que precisamente ahora, cuando las opciones de derecha extrema son hegemónicas en Europa, en el sentido gramsciano del término, (entendido como el predominio de dichas ideas y valores en el campo intelectual y moral), surge en las propias entrañas del PP una amenaza cierta de escisión y encabezada, nada más y nada menos, que por el hasta hace poco presidente de honor del partido y padre del PP moderno. El verdadero triunfo de esa derecha xenófoba y populista en Europa, radica, no tanto en el mayor o menor auge electoral de los partidos extremistas en la casi totalidad del territorio europeo (con una  intención de voto que en su conjunto puede rondar el 15 %), sino en el hecho de que los postulados políticos de esa derecha, que el antropólogo marxista francés Emmanuel Terray  sitúa en el «espacio intermedio que separa la derecha clásica del fascismo» han calado, incluso, en partidos que se encuentran en el espectro político de lo que tradicionalmente conforma la izquierda europea. Oír, al primer ministro eslovaco, Robert Fico, del partido Dirección-Socialdemócrata (SMER), señalar que «el Islam no tiene un lugar en Eslovaquia» o al líder del «Labour Party» y representante del ala izquierdista del mismo, Jeremy Corbyn, adoptar posturas en materia de inmigración propias del UKIP e indicar, esta misma semana, que, «el partido en ningún modo está casado con el principio de libertad de movimientos de los ciudadanos europeos», en un patético intento de parar la caída libre de los laboristas ingleses en la intención de voto, es una buena prueba de ello. Y es esta derecha europea, directa heredera del movimiento neoconservador americano, (con Irving Kristol y Leo Strauss, como sus máximos ideólogos), que combina un ultraliberalismo en lo económico con un acendrado conservadurismo social, la que va a ganar las próximas elecciones presidenciales francesas, en la figura del católico tradicionalista François  Fillón, frente a una ultraderechista Marine Le Pen, que se presenta, paradójicamente, con un programa más «social» que el de Los Republicanos. Con estos antecedentes, no resulta extraño, pues, que el más conspicuo representante de esta corriente de pensamiento en nuestro país, rearmado ideológicamente con su fundación FAES, se encuentre en estos momentos deshojando la margarita de la creación de una nueva organización política en España, en la que se recojan fielmente todos estos postulados, que amplios sectores de la derecha sociológica consideran traicionados por el partido de Mariano Rajoy. Efectivamente, rotos definitivamente todos los lazos ideológicos y afectivos que le unían al Partido Popular, y al mando de su Fundación de Análisis y Estudios Sociales, un think tank creado al modo de los centros de estudios norteamericanos, que ha constituido un verdadero laboratorio ideológico de la nueva derecha en este país, José María Aznar se apresta a llevar a cabo una nueva «cruzada» de regeneración moral y acabar, de una vez por todas, con el «buenísimo» (término con que esta suerte de «neocons» castizos aluden, de forma despectiva, a todas aquellas ideologías que defienden la participación y la inclusión de amplios sectores de la sociedad) que asola este país, contando para ello con el inestimable apoyo de un aparato mediático que ha jugado, en este sentido, un papel central en la reinvención de la derecha. Así, medios de comunicación como Libertad Digital, Intereconomía o 13TV han venido desarrollando una estrategia de persuasión, como canal de comunicación para la conquista de esa hegemonía política de la que anteriormente hablábamos. El terreno está, pues, abonado, para que Aznar dé el paso definitivo y ponga en marcha un nuevo partido, a imagen y semejanza de los ya existentes en Europa. De él depende.