Ep 1 - Visita al Museo - Visita al Mausoleo - El Omnitrix - Final

Fran Gayo
Fran Gayo VISIONARIOS Y BABAYOS

OPINIÓN

15 ene 2017 . Actualizado a las 10:43 h.

Por fortuna el día de la Inmaculada hizo menos calor, así que decidimos caminar por Recoleta y visitar el Museo Nacional de Bellas Artes, donde se exponían algunas esculturas hidráulicas de Gyula Kosice, naves espaciales de plexiglás colgadas del techo con sedal, figuras en forma de lágrima mudando de color al tiempo que son atravesadas por chorros de agua que nunca se detienen, un asteroide hecho con pilotitos multicolores ensartados en una esfera negra... Kosice falleció hace unos meses, era húngaro de nacimiento pero había vivido casi toda su vida en la Argentina y para la posteridad dejó el proyecto de una ciudad hidroespacial que estaba convencido sería una salida válida para la inminente hiperpoblación mundial.  El proyecto (que había despertado el interés del mismísimo Ray Bradbury) contaba con un manifiesto que Kosice redactó en 1971 y que concluía en una sentencia tan bella como enigmática: «Habrá lugares para tener ganas, para no merecer los trabajos del día y la noche, para alargar la vida y corregir la improvisación, para olvidar el olvido, para disolver el estupor del por qué y para qué y tantos otros lugares como nuestra inagotable imaginación amplifique y conciba».  ¿Por qué dedicar unas horas del día de la Inmaculada a observar las invenciones de Kosice y no a tumbarse en un parque, ir al cine o simplemente quedarse en casa a marmotar? ¿Dónde están los límites de lo que un padre o una madre pueden inventar cada vez que un puente de cuatro días les cae encima? ¿Tiene sentido que trate yo de explicarle a mi hijo de cinco años el significado de la palabra «visionario»? ¿Cómo hago para hacerle entender lo que es una utopía? No hay manera ni es el momento, pero en mi campaña por evitar caer en brazos (una vez más) de Ben10, a la vuelta de Recoleta, cuando ya atardecía, caminamos hacia el Palacio Barolo, una mole hermosa de 24 plantas clavada en plena Avenida de Mayo e inaugurada en 1923. Tras el proyecto de este edificio hay una historia que incluye un toque de arrebato, unas pizcas de delirio y bastantes espacios oscuros además de un error de cálculo fruto de la paranoia imperante en la convulsa europa de principios del XX. Luigi Barolo, la mente y la billetera tras semejante faraonada, tenía en 1916 la absoluta convicción de que el Viejo Continente estaba destinado a perecer sumido en una seguidilla de guerras. Asumiendo como propia la misión de conservar las cenizas de Dante Alighieri si ese apocalipsis europeo se producía, Barolo encarga al arquitecto Mario Palanti  un descomunal mausoleo que albergaría los restos del autor de la divina comedia. No sólo eso, el edificio se completaría con 17 plantas de oficinas que Barolo pondría en alquiler, otras siete plantas para uso personal del propietario y, on top of it all, un faro que aún hoy se puede visitar y que cuando se enciende durante la noche se ve desde la vecina Uruguay.

Buenos Aires
Buenos Aires
  

Y ahí estoy yo, cuando este día de la Inmaculada se dispone a apagarse entre fogonazos anaranjados, sentado junto a otras personas, entre ellos mi mujer, una pareja amiga (llamémosles J y A) mi hijo y el hijo de esta pareja que menciono, los dos críos tienen prácticamente la misma edad y son amigos desde que se puede tener consciencia de una amistad, desde los dos meses, los dos años o quizás aún no cayeron de la burra, ni idea... nosotros seis y el resto en el reducido espacio del faro, atardece, observamos todos el plano general e inabarcable de la ciudad, ahora desde nuestras retinas y sin profiláctico, ahora a través de la pantallita del móvil, todo el mundo afanado en capturar lo inalcanzable. Cuando la visita guiada termina y dejamos el Barolo, de camino a casa mi hijo le cuenta a su amigo la historia del Omnitrix de Ben 10, un reloj que el joven héroe descubre junto a un meteorito que ha caído en la tierra. El Omnitrix le permite a Ben transformarse en diez personalidades alienígenas diferentes y gracias a este ingenio puede encarar a un ejercito de villanos. Toda la historia transcurre en un verano, y Ben, al que le calculo unos 12 años, repite de modo insistente que éste, el verano de su aventura, será el mejor verano de la historia. «Sí, el mejor verano de la historia», acuerda el amigo de mi hijo. 

El día termina, cenamos algo en casa, los dos amigos miran una película mientras nosotros cuatro, los adultos, tomamos un vino y hablamos mirando por la ventana, charlamos con esta levedad extraña que te da la paternidad cuando anochece y el ritmo familiar decae, con un peso que vas perdiendo poco a poco, a ritmo de plumas que se van. Al lado de nuestra casa los coches de la policía no dejan de ir y venir para dejar nuevos huéspedes en el centro de menores que hay en Perón, entre una estación de servicio abandonada que da a nuestro comedor y una inmensa casa ocupada. En el exterior de este lugar familias despidiendo a sus hijos o simplemente esperando noticias. «Este será el mejor verano de nuestras vidas», escucho decir en el salón.