En el soliloquio de Shakespeare solo existía la desazón. Hamlet estaba próximo al abismo. Aún así pretendía «armarse contra un mar de adversidades». Quizá no fuesen tantas las desdichas. Todo lo engrandece el teatro. El de ayer ha sido lo suficientemente didáctico para tomar nota y aclarar posiciones, algo que los buenos jugadores de ajedrez juzgan necesario en momentos de confusión. Resulta que a algunos no les gustó el discurso del rey. Tan medido, justo, equilibrado y sensato que lo aplaudiría hasta el más orate de los personajes de Shakespeare. Pero William era inglés y no español. Aquí hasta se queda corto el esperpento del maestro Valle-Inclán.
Rufián, Gabriel, de cuya solidez intelectual se podría elaborar una tesis (con todas las páginas en blanco), escribió una carta abierta a Felipe VI. Tan cándida que hasta resulta vergonzante para mí, que soy el que firma la columna, comentarla. Pero lo hago para evidenciar lo que hay al otro lado de la monarquía. Están las huestes de Rufián y los vástagos del Podemismo, que dijeron que el Rey no había representado a todos los españoles. ¿Representar a todos? Es imposible. No solo somos diferentes, sino quisquillosos, maliciosos e irascibles. Aquí somos como somos: incorregibles. Porque de este país debiéramos sentirnos orgullosos. Lo que ha avanzado España en cuarenta años es inaudito en la Europa contemporánea. Pretender romperla es propio de un desatino inalcanzable desde la argumentación lógica. Pero lo intentan. Con sofismas, obviamente. Han construido sus mentiras desde posicionamientos no razonados. Dicen que al rey no lo ha votado nadie. Y es mentira. Al rey lo han votado en Cataluña, curiosamente, más que en el resto de España. En el referendo celebrado el 6 de diciembre de 1978, los partidarios del texto constitucional fueron el 88,5 % de los votantes (un 67 % de participación); las comunidades que con mayor entusiasmo aprobaron la Constitución, con más del 90 % de síes, fueron Andalucía y Cataluña. Curiosamente también, cuando el 18 de junio del 2006 se sometió a referendo el nuevo Estatuto catalán, la participación no alcanzó el 49 % y los votos favorables no llegaron al 73 %. No es una opinión. Son datos, por lo tanto, el análisis resulta objetivo e incontestable.
A pesar de todo ello, siguen en cada Navidad poniéndole trabas a este buen rey. Lo es, sin duda. Posee una formación intelectual más sólida que los que desde el otro lado defienden, puerilmente, el delirio secesionista. Ayer fue un domingo de reivindicación republicana. Otra vez. Como si la República fuese el maná que resolvió el hambre de luces en España. Pero esa es otra mentira. Una más. Se ha avanzado más en cuarenta años de monarquía constitucional que en toda la historia reciente de las repúblicas europeas. El nacionalismo y la izquierda radical lo ignoran. Su delirio es infame.