¿Se ha dado cuenta, amigo lector, que casi la mitad de su vida la pasa usted pendiente de una pantalla, es decir, apantallado? Según la Real Academia de la Lengua Española, apantallado significa, en lenguaje juvenil, atónito. Y es que realmente la vida del siglo XXI ya no se concibe sin la presencia de las pantallas en nuestras vidas. La tecnología, en forma de pantalla, pequeña o grande, es algo familiar, algo imprescindible en nuestro vivir día a día. Ya antes de venir al mundo, cuando aún permanecemos en el vientre de nuestra madre, una ecografía vulnerará antes de nacer nuestra intimidad, y en una gran pantalla se desvelará nuestro sexo; de qué color tendremos los ojos, e incluso nos detectarán ya alguna posible enfermedad que podríamos padecer en el futuro.
Más tarde, si nuestros progenitores son adictos a las nuevas tecnologías, esas imágenes, intimas, privadas, casi secretas, serán subidas a las redes sociales de internet para que todos, a través de sus pantallas, públicas o privadas, puedan conocernos. Más tarde, ya en este mundo, nos tendremos que espabilar y familiarizar rápidamente con algo que nos acompañará el resto de nuestros días: la dichosa pantalla. Primeramente, y para no incordiar demasiado, nuestros padres nos colocarán delante de la TV para que nos entretengamos viendo los dibujos animados. Con el paso de unos pocos años, cuando apenas sepamos leer y escribir con soltura, ya tendremos en nuestras manos el primer teléfono móvil y un ordenador. Estos aparatos, quizás de última generación, despertarán nuestros sentidos y nuestra curiosidad hasta límites inimaginables, tendremos todo lo bueno y lo malo del mundo que nos rodea a nuestra disposición. Llegará la época de estudiar y también en el cole la mayoría de las materias que estudiemos las recibiremos en una tablet, aparcando así los trasnochados apuntes en aquellas viejas libretas plagadas de pegatinas de nuestros cantantes y héroes preferidos de los años 70 y 80.
Y así, día a día, la maldita pantalla nos seguirá persiguiendo; que nos ponemos enfermos y tenemos que irnos a la consulta de un hospital; pues primero tendremos que estar atentos a la odiosa pantalla en la sala de espera, la cual nos indicará el número de la consulta donde se nos atenderá. Una vez ya delante del doctor, éste antes de ni siquiera mirarnos a la cara, lo primero que hará será abrir la pantalla de ordenador, nuevamente la maldita pantalla cobrará más protagonismo que el propio enfermo. Que tenemos la desgracia de dar con nuestros huesos en la habitación de un hospital, allí tendremos la maldita pantalla de TV frente a nuestra cama para recordarnos que ni en los peores momentos nos quiere abandonar, como si quisiera burlarse, como si nos quisiera recordar que también de niños fue nuestra compañera.
Que nos vamos de vacaciones, en avión o en tren, nuevamente las grandes pantallas nos acechan en aeropuertos y estaciones, ya no se nos avisa por megafonía de la salida hacia el lugar donde viajemos, solo se nos advierte que permanezcamos atentos a las pantallas si no queremos quedarnos en tierra.
Hasta el ama de casa cuando va hacer la compra tendrá que estar muy pendiente también a las pantallas del supermercado, para que su turno en la pescadería o en la carnicería no se le pase por estar entretenida con la amiga o la vecina contándole el último capítulo de Gran Hermano Vip.
Hoy en día, nuestros hogares cada vez están más apantallados, hace 25 o 30 años, por lo general, cada familia tenía un solo televisor, que se solía colocar en el salón, donde todos se reunían para ver el Virginiano, Galas del Sábado, o el Precio Justo. Sin embargo, los nuevos tiempos, las nuevas tecnologías del siglo XXI han hecho que cada miembro de la familia tenga hoy, como mínimo, una pantalla para su uso privado, ya sea esta en forma de ordenador, de TV, de teléfono móvil o de tablet.
Las consecuencias de vivir tan pendientes de las pantallas ha condicionado de tal forma nuestras vidas, especialmente la telefonía móvil, que algunas ciudades españolas ya estudian colocar semáforos en el suelo de los pasos de peatones para evitar el creciente aumento de atropellos que se registran por el uso irresponsable de los ciudadanos, más pendientes de escribir un SMS o un Wasap que de comprobar si el semáforo está en rojo o en verde.
Vivimos los tiempos de la comunicación virtual a través de una pantalla; enviamos millones de mensajes escritos, millones de vídeos, millones de fotos, sin embargo, pese a ese vertiginoso intercambio de comunicación, lo cierto es que la mayoría de esos ciudadanos más asiduos a este tipo de prácticas, aseguran sentirse cada día más solos, más olvidados. Tal vez, sin darnos cuenta, sea ese el alto precio que la sociedad tengamos que pagar por el uso y abuso de las nuevas tecnologías.
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