Con la noticia de que el Tribunal Supremo ha reconocido el derecho adquirido del personal técnico y administrativo de Esmena a recibir la cesta de navidad, quien no ha hecho comedia ha entrado en pánico. Entre los primeros se encuentran los que reciben estupefactos esta noticia porque ven mermar de forma inexorable en todas partes salarios y derechos laborales sin que haya mucha respuesta judicial; entre los segundos, agoreros que creen que para mantener el aguinaldo aumentarán los despidos y una patronal para la que cada céntimo que no vaya a su bolsillo directamente es un dispendio intolerable. Pero lo cierto es que esta guerra de las cestas de navidad tiene mucha miga. La sentencia responde a un conflicto planteado después de la absorción de Esmena por parte de Mercalux, que se comprometió a subrogar las relaciones que ya existían en la factoría asturiana. Mercalux mantuvo las cestas para los talleres porque así lo recogía el convenio colectivo, pero las retiró al resto de empleados aduciendo causas económicas y esto es lo que el Tribunal considera que no es excusa suficiente, porque hay una constancia de que la anterior propiedad repartía el obsequio por igual a la totalidad de la plantilla.
Desde la patronal se habla de ponerse «a la defensiva» y de que este tipo de medidas, por tener que abonar las cestas adeudadas, termine por limitar «la capacidad de beneficiar a otros». Cuidado que por esos turrones y peladillas se van a dejar de crear nuevos puestos de trabajo. ¿Qué es lo que pasa entonces con los millones de horas extras no pagadas que se acumulan en las empresas de España? ¿con el fraude generalizado en la contratación, en la temporalidad para puestos que no la exige? ¿qué ocurre tanto con la evasión fiscal como con los artificios contables que son legales pero no dejan de minar el sistema de cotizaciones? ¿no pone todo eso en peligro puestos de trabajo del presente y el futuro?
La historia de las cestas de navidad nos habla ante todo de la importancia de que exista una organización de carácter sindical, dispuesta a luchar con uñas y dientes y no ceder un milímetro en las reivindicaciones hasta llegar a la última instancia en los tribunales. Y no es casualidad que sea un mantra recurrente del presidente de la CEOE, Juan Rosell, el de quejarse de la «judicialización» de las relaciones laborales porque desde el inicio de la crisis sólo han sido los tribunales los que han detenido enormes barbaridades que se estaban cometiendo en el mundo del trabajo, demasiado a menudo con la aquiescencia de los poderes políticos. Para cobrarse la sentencia, los trabajadores de Esmena han descartado que se les abone lo debido en efectivo y reclaman las tres cestas (con sus vinos y embutidos) con carácter retroactivo en especie. Son unas Horcas Caudinas de polvorones por las que va a tener que pasar un consejo de dirección que se pasó de chulo en su momento.
La «Canción de navidad» de Dickens se ha convertido en una fábula clásica para las vacaciones de invierno y una muy buena historia sobre consecuencias de la codicia desmedida. Es precisamente la avaricia y la usura lo que mejor definen las relaciones laborales en España a lo largo de la última década, con un porcentaje de paro propio de un estado de guerra, unas condiciones de miseria y una clase empresarial que ha superado al señor Scrooge en todos los frentes posibles. No sólo les parece una paparrucha peligrosa aumentar el salario mínimo a 800 euros, no les basta con hacer contratos por horas, sino que se aplaude y se promueve (como está haciendo Ciudadanos) que para paliar la ruindad exagerada de los sueldos tenga que ser el Estado el que los complemente para llegar a un nivel de mínima dignidad. Vamos a subvencionar con dinero de los impuestos (que abonan principalmente las rentas del trabajo) la precaridad que nos impone una clase empresarial totalmente subdesarrollada. No soñarán con fantasmas de navidades presentes, pasadas, ni tampoco futuras. Sólo la organización colectiva puede exigir y conseguir un reparto más justo de la riqueza que es, y no otro, el principal problema de la economía del país.
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