Ahora que el poder pierde tantas consultas populares, dicen que a los referendos los carga el diablo, y no es verdad. A quienes carga el diablo es a los dirigentes que los convocan con poca sensatez. Algunos, como Cameron en el Reino Unido, no supieron percibir que la irritación social provocaría un voto de castigo y no una decisión racional. Otros, como Santos en Colombia, no entendieron que tanto perdón a las FARC no era compartido por la mitad de la población. Y el último, el italiano Matteo Renzi, se creyó su propia megalomanía y pensó que presentando el referendo como un plebiscito sobre su persona tenía seducido al cuerpo electoral.
Ellos son, por tanto, los grandes responsables del descrédito que han provocado a la forma más democrática de participación en las decisiones políticas. Esa tesis que algunos politólogos están lanzando sobre el nulo valor democrático de darle voz al pueblo es lo más reaccionario, quizá totalitario, que se ha escrito desde la Segunda Guerra Mundial. En España quizá tenga algún éxito porque, si se deslegitiman los referendos, los más ingenuos pensarán que se aborta el que se reclama en Cataluña y, al parecer, desean el 80 por ciento de los ciudadanos, independentistas o no.
Puede ser; cosas más extrañas hemos visto en política. Pero a mí lo que me parece útil en este momento es comparar la situación italiana y la española. Renzi quiso cambiar la Constitución, y en España hay mucha clase política que pide lo mismo. Digo mucha clase política, y podría añadir periodística, porque la Constitución no aparece ni citada entre las preocupaciones en el Barómetro del CIS que hoy se publica en los medios informativos. Renzi quiso cambiar el Senado y la misma demanda se plantea en España. Renzi quiso controlar más las competencias de las regiones, como los sectores más centralistas aquí. Renzi quiso primar el partido ganador en las elecciones para evitar meses y meses de Gobiernos en funciones, como en España. ¿Y qué hizo el pueblo italiano? Le dijo que estaba muy contento con su caos y que desconfiaba de sus intenciones. Mantuvo la Constitución como estaba y lo echó del poder.
Pero Renzi cometió un error todavía mayor: pretendió que los italianos revalidaran una reforma que solo él proponía y defendía, cuando es sabido que las constituciones o son de todos, o sus cambios son sinónimo de crisis. Con las cosas serias no se juega. Por eso al final Rajoy tiene razón: antes de abrir una reforma hay que saber para qué y con quién. Dicho sea de forma oportunista precisamente el día en que nuestra clase política habla de reformar la Constitución. Y el día en que Podemos y En Marea no la quieren honrar. ¿Será porque quieren imponer la suya?