Una cámara de fotos apenas necesita tener abierto el objetivo una fracción de segundo para retratar lo que tiene delante. Nuestro parlamento es sólo un poco más lento. Con un minuto por Rita Barberá retrató bastante bien el país y su circunstancia. Ni la cámara de fotos ni el parlamento nos muestran nada que no estamos viendo. Sólo lo condensan y lo dejan más franco para el recuerdo. La muerte es una circunstancia ordinaria pero de gravedad singular y suscita conductas muy distintas. Hay gente que se ensaña, como Quevedo («La mayor puta de las dos Castillas / yace en este sepulcro …»); o nuestro arzobispo llariego Sanz Montes, cuyo extremismo ideológico le hizo reducir en 2012 los complejísimos 97 años de vida de Santiago Carrillo a la sentencia de una «vida inmisericorde» (no sé si Soraya llamaría a esto firmeza, dureza o crueldad). Otra gente es discreta, como la Mesa del Congreso que en su día decidió no hacer ningún recuerdo especial a Labordeta. Y otra gente busca un minuto de gloria sobreactuando su dolor por el finado, como los deudos de aquella inolvidable «Conducta en los velorios» de Cortázar, y toda esta patrulla del PP que se está dejando ver estos días.
La muerte de Rita Barberá es uno de esos episodios en que la razón, la emoción y la comunicación forman un triángulo mal avenido. En ese triángulo se convocó el minuto de silencio y en ese triángulo Unidos Podemos tuvo la llamativa respuesta de ausentarse. Tomemos esta conducta de Unidos Podemos como punto de arranque de la reflexión. La reflexión ha de tener tres partes: lo que se puede decir de esa conducta desde la razón, lo que se puede decir desde la emoción y lo que se puede decir desde la eficacia de la comunicación pública, que es una de las tareas básicas de los políticos.
La razón y la coherencia, frías y desprovistas de emociones y de táctica comunicativa, están del lado de Unidos Podemos. Se mire como se mire, un minuto de silencio en el Congreso fue un polémico gesto de reconocimiento hacia la polémica fallecida que no se había hecho con otros, como se recordó en el caso de Labordeta. El gesto encaja mal con lo que representa UP y en realidad con los mínimos de decencia de cualquier partido. Estaba imputada por graves delitos contra ese dinero de todos que falta para lo más básico. No había acusación sin pruebas, como dice nada menos que el Ministro de Justicia, sino una imputación, algo que sólo puede hacer un juez valorando pruebas. Además de los delitos que se le imputan a ella personalmente, los desmanes del PP de Valencia son de tal calibre que un juez describió al partido como una organización criminal y la responsabilidad de Rita en tales desastres es directa e innegable. Y la propia ex-alcaldesa protagonizó episodios de singular impiedad hacia los que murieron en aquel accidente de metro de 2006. Aquellos muertos, además de inocentes, eran inoportunos y molestos para una gestión megalómana de fastos, mordidas, desmesuras y ambición enloquecida. Cómo se reía la fallecida en aquel famoso vídeo de quienes se manifestaban pidiendo justicia para aquellos muertos, con qué suficiencia les decía que ella seguía allí y les hacía la seña de tururú. Jodidos muertos. Con sólo la razón a cargo de la conducta, los diputados de Unidos Podemos no pintaban nada en un minuto de silencio en el lugar más sagrado del país en memoria y reconocimiento de semejante personaje.
Otra cosa es la emoción. Rita Barberá se murió y ese es un suceso de tal severidad que empequeñece a cualquier otro. La muerte es un trance muy dado al ritual y a la formalidad simbólica, a la conducta estereotipada y previsible en señal de respeto por la gravedad del momento. La emoción es un mecanismo evolutivamente más antiguo que la razón. Provoca conductas rápidas y en principio adaptadas a situaciones desencadenantes para las que la razón sería lenta. Dicho con cierta tosquedad, la emoción aparece para anular la razón y hacerse cargo de la conducta. Al morir alguien cabe pensar en personas próximas que estarán momentáneamente en un estado indefenso donde la razón no ayuda, porque están en un estado emocional marcado y negativo, con dolor, angustia, desesperanza, y en general sensaciones que suelen merecer solidaridad o compostura. Lo que hizo Ana Pastor fue convocar el enfrentamiento directo de la ola emocional con la racional. Si la reacción de Unidos Podemos fue claramente racional, desde el punto de vista emocional fue fría y, para muchas sensibilidades, estridente. Unidos Podemos podía elegir entre ofender el buen juicio de una parte del país y arriesgarse a rallar buenos sentimientos de otra parte del país. La convocatoria del minuto de silencio fue innecesaria y desafortunada. Sólo vuelve a hacer espinosa nuestra convivencia, como le gusta a ciertos politicastros.
Y finalmente está la cuestión de la comunicación. Una cosa es la racionalidad de una conducta pública o su calor o frialdad humanos y otra es lo que se transmite con ella. Como dije, la emoción es un estado en el que la razón interviene poco. Las reglas dicen que en tal estado la comunicación sólo puede consistir en mensajes previsibles y casi rituales. Si hay algo elaborado que decir, es el perfecto momento para callarse y esperar. Decir algo mínimamente racional en un estado así es como pretender decir algo templado justo cuando todo el mundo está gritando en un concierto de rock. Por supuesto, tales estados emocionales son los cinco minutos de gloria para los irracionales. Es el mejor momento para que los predicadores de la barbarie llamen hienas a quienes tratan el delito con la firmeza que reclama la ley (¿cómo se trata el delito en las sociedades civilizadas, Soraya? ¿Con firmeza, dureza o crueldad?) o quienes denuncian los hechos o simplemente los relatan en su repugnancia. Es el momento para decir que los informadores la mataron de estrés. Las reglas de la comunicación pública aconsejan lo más difícil de conseguir en una buena comunicación: callarse y hablar sólo a su debido tiempo. Sólo se necesitan unos días de reposo para decir que la muerte de Rita retrató al PP como es: no puede quitarse de él la corrupción como no puede quitarse de la Catedral de Burgos la piedra; que no se sabe si su infarto fue mala suerte, estrés, obesidad o tristeza por el abandono de los suyos; que decir que la apestaron para protegerla es patético; que en cualquier sociedad hay crimen y robo, pero en las sociedades civilizadas los delincuentes viven estresados, no andan en yates y entrando y saliendo a sus anchas del Ministerio del Interior como Rodrigo Rato; que el estrés del corrupto es señal de civilización.
El problema, como digo, consiste en que si decimos las cosas, con palabras o con gestos como el de ausentarse en un minuto de silencio, en medio del griterío o en el desorden de un momento emocional, nuestro mensaje se extravía y hasta podemos parecer fríos. El momento del griterío y de la irracionalidad es el momento de los bocazas y de los irracionales. Hay que saber callar para comunicarse bien. De este episodio sólo debemos retener tres cosas. Una es que fue Ana Pastor convocando un minuto de silencio por uno de los suyos quien provocó una situación para acentuar nuestros desencuentros. Otra es que ese minuto con el objetivo abierto fotografió y reveló cómo es de constitutiva y estructural la corrupción y el delito en el tejido del PP. Y la otra es que si Unidos Podemos cometió algún error fue de comunicación, pero no cometió ninguna falta contra la razón y la ética. Estaría bueno.
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