La violencia de género es la enfermedad más grave y más antigua de la humanidad. Desde el nefasto mito de Adán y Eva que nos cuenta la Biblia, la misoginia en el mundo judío, griego, romano y en el mundo cristiano -que es el nuestro- es feroz y general. En todas las mitologías, las diosas detentan el poder en esferas de escasa importancia.
La genial gallega Concepción Arenal, que fue feminista militante en el siglo XIX, aun siendo católica practicante, no dejó de observar que el poder de la Virgen María en el cielo era mínimo, pues es solo intercesora ante Dios. Con un modelo de mujer así ¿se pueden calcular los millones de toneladas de resignación que se fueron instalando en el cerebro de nuestras bisabuelas, abuelas y madres, que durante siglos transmitieron el machismo más aberrante a todas sus criaturas? Nacemos los absurdos patriarcas con tanto odio inconsciente a las mujeres que descubrir ese odio que infecta toda nuestra convivencia exige un esfuerzo titánico y continuo.
Los crímenes contra las mujeres, las agresiones sexuales, los insultos, las humillaciones y la desigualdad laboral son nuestro pan envenenado de cada día. La pandemia de la violencia de género es una lacra heredada de los chimpancés y desarrollada por el satánico cerebro humano hasta los límites más inimaginables de la sevicia.
En lo que va de año, 40 mujeres han muerto en España asesinadas. En el 2015, 120.000 mujeres denunciaron en los tribunales malos tratos.