Inmediatamente se produjo una fuga masiva de unionistas hacia Tarragona, que decidió en referéndum unilateral quedarse en España, adoptar el euro y arriar la señera en todos sus edificios públicos. Tarragona, nueva capital charnega de los restos de la corona de Aragón, plantó concertinas a lo largo de su frontera y se negó a admitir ni a uno solo del medio millón de árabes residentes en el resto de Cataluña, lo que generó graves fricciones en especial con Barcelona. La ciudad excondal, ahora ciudad Fraternal, había impuesto un test de catalanidad a todos sus habitantes con el resultado de un 88% de catalanes no autentificados, entre ellos el 100% de magrebíes. Eso ocasionó el traslado de la sede del Gobierno nacional a Figueras (Girona), que declaró ilegal el test puesto que ocho de sus diez miembros no lo superaron. Se creó una bolsa de nuevos indocumentados magrebíes y europeos del este que fueron alojados temporalmente en Port Aventura, donde, aburridos de la burocracia, se hicieron fuertes y se declararon zona internacional musulmana y dejaron de pagar tickets para las atracciones.
Acto seguido fue Sitges la que se lavó las manos respecto al Gobierno ultranacionalista catalán y manifestó su deseo de constituirse en Comuna Gay Europea, cosa que hizo sin tardanza, adoptando por supuesto la bandera arcoíris y el derecho al matrimonio a elección de cualquier pareja, trío o multitud de cualquier tipo y condición. Barcelona, agraviada por el traslado de la capitalidad a Figueras, se declaró Estado abierto y libremente asociado, salvo en lo económico, al resto de Cataluña. No obstante, se reservó el derecho a su propio pasaporte y solicitó el ingreso en la Unión Europea con el mismo estatus de Luxemburgo y, por supuesto, su misma capacidad de funcionar como paraíso fiscal. Gerona amenazó con sanciones e instaló el Banco Nacional Català en la Casa Museo Dalí pero de nada le sirvió porque Barcelona seguía teniendo la Sagrada Familia y más peso económico que el resto del país . Gerona y Lleida hubieron de suspender pagos y anular las pensiones hasta conseguir un crédito del FMI que obtuvo mediante jugosos sobornos ya que Barcelona se negó a avalarlo.
Los problemas de Barcelona no se acabaron con la resecesión. El exclusivo barrio de Sarriá, que había sido pueblo independiente de la capital hasta 1921, reivindicó sus orígenes y se negó a financiar los servicios sociales del cinturón industrial de la capital, plagado de obreros, de modo que sus habitantes se censaron en masa en Andorra y al mismo tiempo levantaron un muro de cuatro metros alrededor de sus lujosas viviendas. Los sarrianencs nombraron alcaldesa-presidenta a Judit Mascó y le dieron como residencia la Casa de la Vila, desde donde hoy aún gobierna con puño de hierro. Obviamente tuvo que ser así porque entre los sarrianencs había disensiones sobre los derechos de paso y algunos se negaron a pagar impuestos debido a las molestias que les generaban los checkpoint. Un portal de vecinos incluso se anexionó de nuevo a Barcelona con un estatus de Municipio tampón, creo un partido político independentista y adoptó el dólar canadiense como moneda.
Siguiendo el ejemplo inspirador de Sarriá, y en gran medida del portal de vecinos rebelde, surgieron 257 microestados con diferentes grados de independencia, modalidades, banderas, himnos, idiomas y monedas, algunos tan singulares como la Ciudad-Estado de Igualada, con un gato de la antigua CiU como presidente. Y aún siguen surgiendo nuevas ideas y formas de nación que, en base a los principios sagrados de la secesión, han de ser respetadas y aceptadas sin que exista al respecto ninguna ley unificadora, sino más bien una amalgama de todas.
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