Francisco I puede parecer un papa moderno, tolerante, un papa a la última; pero en realidad es más conservador de lo que creemos, o de lo que nos hacen creer. Bergoglio pone su firma a un documento redactado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, lo que muchos creemos que es un buen eufemismo para llamar en nuestros días a la Santa Inquisición, titulado Instruction Ad Resurgendum cum Christo. El documento se dio a conocer una semana antes del día de todos los santos, que es cuando los españoles se acuerdan de sus muertos, pisan los cementerio, y las floristerías hacen el «agosto». Y se armó revuelo, está siendo la comidilla de los cementerios e iglesias, entre abrazo y abrazo, lloros y vinos en el bar del pueblo
Con este extenso y tedioso documento, como todos los que acostumbra a elaborar la iglesia, tratan de evitar todo «malentendido panteísta, naturalista o nihilista», se prohíbe la dispersión de las cenizas entre familiares, que sean esparcidas, se elaboren joyas o conservadas en casa. Parece que hayan escrito esto tras ver «El gran Lebowski», inspirándose en la escena de cuando tratan de lanzar las cenizas de Donny, dentro de un lata, al Pacífico.
Tengo un amigo que está totalmente convencido de que tras incinerar sus restos, estos sean esparcidos por el Prao Salcedo (el del Xirin), en una especie de catarsis propia del funeral de Hunter S. Thompson. Thompson se metió el cañón de su pistola del calibre 45 en la boca y disparó, pero treinta años antes había dejado escrito como debían de ser sus exequias. Había diseñado un cañón de 153 pies de altura que haría volar sus cenizas por los aires sobre su propiedad en Colorado. Una noche de verano, un 20 de agosto del mismo año de su suicidio, el cañón disparó sus cenizas sobre su propiedad de Owl Farm junto con fuegos artificiales azules, blancos, rojos y verdes. Luego se escuchó a gran volumen Mr. Tambourine Man de Dylan, una de sus canciones favoritas entre lágrimas, aplausos y hectolitros de alcohol, se escuchó a los invitados gritar: «we love you Hunter».
No comprendo este afán regulatorio desmesurado que le ha dado a la iglesia, propio de los populismos que últimamente tanto frecuenta el santo padre y que tan poco critica. Antes los muertos no eran propiedad de nadie más que del recuerdo de familiares y allegados, y de algún que otro político que, como a Lázaro, les hacía volver a la vida para votar. El cardenal Gerhard Mueller, prefecto de la congregación dijo: «Los muertos no son propiedad de los familiares, son hijos de Dios, forman parte de Dios y esperan en un campo santo su resurrección». Escuchándole parece que la única manera de fe es la que te imponga la iglesia, y esto no es cierto. Juegan hasta con la posibilidad de tomar represalias y negar el funeral a todos aquellos que incumplan la disposición. Bien es cierto, que Ángel Rodríguez, catedrático de Teología Moral Fundamental, explico en lo de Alsina que sólo se negará cuando la cremación sea motivada por razones contrarias a la fe públicamente reconocidas. Que lo que en realidad vino a decir es que hagan lo que quieran con las cenizas, pero no se lo digan al cura; y punto. Aunque esta aclaración del catedrático no era necesaria, porque es lo que vienen haciendo todos los católicos con todos aquellos preceptos que no les encajan, saltárselos y crear en el perdón eterno. Ni muerto dejan a uno tranquilo. Creo que con este tema acabará pasando algo parecido a lo que ocurre con el matrimonio, todo dependerá de la pasta que haya tenido el difunto. Ya verán que poco me equivoco, con el clero hemos topado.
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