Se va apagando ya la polémica de la marca de móviles Zetta, a los que pillaron poniendo su pegatina sobre los aparatos recién traídos de China sin apenas poca más modificación. Es una pena que se apague porque, al hilo de esta historia, se han hecho algunas preguntas interesantes: ¿recibió ayudas públicas la marca de la bellota mordida?, ¿cómo es posible que se engañara a tanta gente con un fraude tan chapucero? La respuesta a la primera cuestión es, al parecer, que no. Aunque sus responsables se reunieron y fotografiaron junto al presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, y eso da para responder a la segunda pregunta. Hay un papanatismo exagerado que domina la opinión publicada en el que todo elogio es escaso para la figura del emprendedor. Trabajar honradamente por un salario es algo obsoleto, lo que mola es emprender, así sin matices. Es fundamental no trabajar por cuenta ajena, aunque el puesto lo requiera legalmente y se estén minando los cimientos del sistema de Seguridad Social por falta de cotizaciones. Mola más si el emprendedor es joven, dice cosas que suenan a tecnológicas en inglés, y su retórica se limita a topicazos de cantamañanas coach como «cree en ti mismo» o «inventa tu propio oficio». Es una plaga.
El fraude de Zetta es viejísmo y, en cierto modo, tan cotidiano que se ha camuflado como normalidad. A veces hay que estar muy atento para ver lo evidente. No hace tanto, en el año 2004, Coca Cola nada menos despertó el escándalo en el Reino Unido por comercializar como agua mineral embotellada, bajo la marca Dasani, lo que no era más que agua del grifo. El mismo producto podía costar 0,004 euros el medio litro si salía de una espita en la cocina de casa o 1,4 euros la misma cantidad si se compraba con etiqueta. Por su puesto, la compañía tenía decenas de excusas sobre que no era lo mismo porque al agua del grifo la transformaban con una «ósmosis invertida» (no se esfuercen, no significa nada) y hasta le añadían minerales para darle sabor. El agua, que en el colegio nos enseñaron que es incolora, inodora e insípida, como debe ser. En 1961, Piero Manzoni llevó a las muestras de artes, a sus subastas y mercados, la latas de «Mierda de artista» que (se supone) guardan dentro sus excrementos, debidamente etiquetados y numerados, a un precio similar al del oro. ¿Se ha convertido la economía contemporánea en un tráfico incesante, en constante revalorización, a una escala global de «mierda de emprendedor»? Probablemente.
Lo que diferencia a Zetta de compañías muy bien consideradas es lo burdo del proceder, el bajísimo nivel de la engañifa, pero quizá poco más. Se han hecho preguntas interesantes, pero otras que también son cruciales no se han planteado. Los móviles son, como apenas ningún otro objeto, la representación de nuestra idea de modernidad y mano tendida al futuro. Son lo que fue el coche en los años 50. La ciencia ficción apenas rozó imaginar un aparato así, individual en cada bolsillo, que es cámara, conexión a una biblioteca universal, en el que el teléfono es ya la menor de sus funciones. Es además el hito de la economía tecnoguay de Silicon Valley desde donde todos sus gurús nos abruman con que los derechos laborales son caducos y anticuados, una barrera a la creatividad pura de nuestros entrepreneurs que están construyendo el futuro con sus manos. Pero lo cierto es que todo se produce en enormes, gigantescas factorías en países al otro extremo del mundo. Se hace allí porque allí nunca existieron los derechos laborales que tanto entorpecen a los emprendedores, porque niños pueden trabajar en fábricas, porque no pueden sindicarse, porque tienen salarios de auténtica miseria. Y es así porque aunque pagaran bien a sus currelas podrían seguir teniendo una fortuna pero ¿por qué conformarse con 100 millones cuando puedes tener 100.000? Debajo de esa pegatina de tecnología futurista se esconde la explotación decimonónica de los comienzos de la revolución industrial, su contaminación, sus factorías sucias, sus talleres de obreros hacinados.
Comentarios