En el Parque del Retiro, Madrid, la pequeña plaza con estanque dedicada a Panamá cuenta con una placa conmemorativa al país centroamericano en donde se lee la siguiente cita firmada por Justo Arosamena: «La patria del hombre es el mundo y si en mí consistiera, borraría de todos los diccionarios la palabra extranjero». A escasos minutos andando se encuentra la biblioteca municipal del mismo parque. Ahí, en ese centro de estudio, cultura, lectura y preparación para estudiantes, así como un gran archivo de materiales audiovisuales, prensa, y publicaciones variadas, también hay, en contraste, pintas xenófobas y racistas (de grado extremo) en las puertas y paredes de los aseos. En esa biblioteca también están los libros de Martín Caparrós, como Una Luna.
La semana pasada varios diarios de gran circulación publicaron un reportaje sobre el drama migratorio producto de las movilizaciones masivas desde África hacia Europa. Pero, a diferencia de los otros reportajes o noticias pasadas, este trabajo abarcaba la problemática de forma más extensa que al «caso de las pateras en el mediterráneo». Ahora fue expuesto que dicho fenómeno es mucho más complejo. Mafias extraterritoriales, trata de personas, corrupción, tráfico ilegal de todo, así como detalle en las condiciones infrahumanas en las que viajan las personas víctimas de todo. Desde el origen del viaje en África, durante el trayecto, y una vez instalados en Europa. De las atrocidades de la guerra, del hambre, la carencia, de la vulnerabilidad ante los explotadores, el hampa que se enriquece de la desgracia ajena. Pero también se hacía puntual mención de las condiciones en los que muchos llegan a Libia para poder embarcar, de los cuales, aquellos que llegan vivos (de milagro, después de haber sobrevivido a travesías extremas por el desierto) y sin dinero, son forzados a trabajar en condiciones de semiesclavitud (ellos) y a prostituirse (ellas). ¿Noticia? En absoluto. Los efectos de esta crisis humanitaria son comprobables todos los días, para algunos pasarán desapercibidos, pero ahí están.
Una de las desventajas que tienen los diarios generalistas es que, la noticia, al tener prioridad sobre el reportaje o el periodismo de investigación, parece (en muchísimas ocasiones) abordar problemáticas de alto impacto únicamente desde la inmediatez (característica fundamental en la noticia). Por lo tanto, fenómenos de esta naturaleza, parecen casos aislados. En ocasiones cuesta hilar o conjugar las piezas de estos puzles de vergüenza humanitaria. Como bien expuso Roberto Saviano en Gomorra (2008), buena parte de lo complejo en la estructura de las mafias y el crimen organizado es que operan de manera multi e interdisciplinaria. También resalta que, pese a la creencia popular, su actuación no se limita a indicaciones geográficas específicas. El hampa es internacional, como el dinero también lo es. Y sí, la desgracia también sigue siendo negocio. Siempre lo ha sido, lo es, y por lo visto seguirá siendo.
Y no es falta la falta de información lo que nos impide comprender que las dimensiones de este problema de crisis humanitaria alcanzan la inconmensurabilidad. Tristemente ese reportaje para muchos no nos es revelador (desde su contenido), pero sí que lo es el que también se diga que las cifras «oficiales» distan mucho de las reales, ya que únicamente se contabilizan los cadáveres encontrados en el mar o las orillas de las costas, pero no aquellos de quienes se pierden en el desierto, son asesinados en el trayecto en el desierto, aquellos que carecen de papeles o identidad recluidos en prostíbulos o cuevas en África, o aquellos que mueren ahogados y tragados por el Mediterráneo. Si no te encuentran, no existes. Punto.
Al respecto, dentro de Una Luna, de Martín Caparrós, este compendio de entrevistas a personas desplazadas (por motivos variados), se encuentra el caso de Koné. Un marfileño que logró llegar a Barcelona después de un viacrucis digno de las películas más aterradoramente crudas, en donde las peores pesadillas de cualquiera se tornan palpables, desde su tierra natal hasta la ciudad condal en donde se pregunta «¿Cómo es que Dios le da tanto a unos cuantos y tan poco a otros tantos?». Después de leer a detalle esa travesía, o las idas y venidas de Richard (un liberiano víctima de la brutalidad de las guerras civiles de la región) me pregunto si el hombre aún es digno de llamarse a sí mimo: hombre. Y no es que en otro tiempo la humanidad fuera menos cruel, al contrario, concretamente me lo pregunto porque después de haber avanzado tanto en términos tecnológicos, científicos, digitales, culturales, y otros tantos, hayamos decidido, a voluntad, involucionar abismalmente en la esencia que nos separa de las bestias. Entiendo que muchas veces, por increíble que parezca, los textos de plumas como la de Caparrós sólo llegue a minorías de exquisitos lectores, ya que en esta era «todo pantalla» (en términos de Lipovetsky) la mayoría se somete al totalitarismo de series, programas o filmes, y también soy consciente que no todos tenemos ni nervios ni estómago para poder imaginar con exactitud cada uno de los detalles que el escritor argentino describe fulgentemente. Pero, no creo que ello sea una buena excusa, porque en la misma red de bibliotecas también están documentales como La pesadilla de Darwin (2006), en donde gráficamente podemos contemplar imágenes que nos dan una nueva dimensión de conceptos como «infrahumano», «miseria», «marginalidad», «hambre», «ignorancia» o «piedad».
Inevitablemente me sigue sorprendiendo muchísimo que en un mismo espacio, después de haber tenido en mis manos los reportajes, en papel, de esta crisis humanitaria, haber alquilado Una Luna(2009) o el filme Sud Express(2005), encuentre en las paredes de los aseos de esa casa de lectura, estudio y centro cultural, gráficamente inmortalizada la imbecilidad en su grado extremo. Me pregunto, ¿qué tendrán en la cabeza quienes se tomaron la molestia de vandalizar las instalaciones de la biblioteca con «opiniones» (por llamarlo de alguna manera) tan escandalosa y xenófobamente agresivas, ridículas y pobres?, ¿qué hará un descerebrado en un centro de aprendizaje y cultura? De habérmelas encontrado en un muro callejero o en el baño de un bar, no me habría sorprendido en absoluto. Pero, ¿en una biblioteca? Y no es cuestión de diferencias políticas u opiniones ideológicas. Ambas me parecen igualmente oxidadas y en franca crisis (tanto la política como las «ideologías»). El adoctrinamiento y la ceguera no son exclusivas de ningún partido, corriente o bandera. Por el contrario, suelen ser bastante plurales y, hoy en día, se hacen presentes en cualquier cantidad de expresiones. Y tampoco es que me hubiera sorprendido menos el que las grotescas pintas que me encontré en el aseo tuvieran una «connotación política» (por llamarlo de alguna manera) contraria a esas. Los extremos se rozan, y cuando la imbecilidad es la única constante no importa de qué lado se ponga su vocero, o en qué partido «milite» (también, por así llamarlo de alguna manera). También entiendo que las palabras del señor Arosamena llevan una alta carga de romanticismo, porque hoy en día son impensables. Ellas, fueron acuñadas en un mundo que ya no existe, en uno que, definitivamente, ya no es posible.
En fin, supongo que el que puedan convivir en un mismo espacio las palabras en la placa de Justo Arosamena, los libros de Martín Caparrós (y de un millón de autores más), las imágenes de La pesadilla de Darwin, y la xenofobia gráfica de las paredes del baño de la biblioteca, simboliza uno de los grandes triunfos de la democracia. La pluralidad de opiniones ante todo. En donde todo el mundo tiene el inescrutable derecho de decir lo que le dé la gana, sin importar lo que sea, siempre y cuando sea lo que «la gana» demande. Una vez dicho esto, tengo malas noticias para quienes consideran que el posmodernismo está en decadencia. Si uno de sus pilares es la absoluta relativización del valor interpretativo de todo lo humano, entonces, me parece que estamos en el cenit de la indigencia humana y humanitaria. Queda cultura «posmo» para rato.
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