El viernes es un día salvaje. La gente viene a la ciudad a liarla, y si quieren hacer algo diferente a esto mejor que no vengan. Antes de empezar la noche me pasé por La Mateína el mejor chiringuito, con mucho, de lo que va de Fiestas de San Mateo. Y permítanme asegurar que no tiene rival. Luego puse rumbo a la Plaza del Sol, porque sí, los jóvenes en San Mateo hacen botellón.
Una vez ubicado, y plantado el campamento base, me decidí a dar una vuelta para saborear el ambiente. Como allí estaba todo el mundo, y los que no estaban se lo inventan y todo solucionado, muchos vieron a esa chica que antes era su chica y ahora estaba con otro. Bebieron por no tener un problema, porque aún no estaban pasándoselo tan bien como para acabar a hostias. Esto me hizo recordar aquella vez que estaba con una chica y me puse nervioso, y bebí tantos Seagrams con tónica que lo esperado era acabar en el hospital, y al final acabé en su catre.
Varias personas me dijeron que les nombrará en estas líneas: unas niñas, que además de ser muy guapas son amigas; un señor que a las tres de la mañana iba acompañado de sus perros y una litrona; y unos amigos que me revelaron el secreto para triunfar en San Mateo, y también en la vida. Estos últimos me dijeron que lo que uno ha de hacer es decir que se va, cuando en realidad se queda. Los eruditos de San Mateo: con dos copas de más y ganas de ligar.
A esa hora en la que uno prefiere comer que beber sabe que es hora de irse. Cuando prefiere dormir que comer es que ya sabe que debería estar en casa.
Esquivando barrenderos, mangueras, gabinosaurius y camiones de basura, uno se va para casa replanteando si exprimir las fiestas o darse por vencido. Mientras desayunas un pincho de pollo y una cerveza en El Riego te das cuenta que la lucha continúa.
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