El día 21 de Septiembre, San Mateo, siempre ha marcado el fin de fiesta ovetense, pero este año no ha sido así. Y hay que decir que la cuidad no ha tenido problema ninguno para asimilar este cambio.Un día como los de siempre, pero diferente.
La catedral, como año tras año, estaba llena. Fuera se vendían las típicas paxarines, cuanto les gusta a los mercaderes los templos, que dupla más inseparable: negocio-iglesia. En el pórtico catedralicio replanteé mi decisión de acudir a la misa, ya que no encontraría asiento, y decidí hacer eso tan de paisano de pueblo: quedarse en la puerta de la iglesia, esperar el comienzo, y poner rumbo al bar.
El Parque San Francisco estaba sembrado de familias, el Paseo del Bombé latiá como corazón neurálgico y bombeaba a cientos de personas por las arterias del parque. No lo pensé dos veces y dejé a las familias felices con su bollo preñao, sus tortillas y su vino; como en casa en ningún sitio, así que obté por tomar el vermú en La Paloma.
Era día de farturas, de siesta y de fútbol. Otro día de esta semana que se disfraza, era un miércoles muy domingo. Traté de convencer a algunos amigos para salir, pero no hubo manera. Les dije de ir a ver los conciertos de la catedral, que actuaba Ráfaga y mueven a gente Incluso, y a tenor de la reciente ruptura del matrinio «Brangelina», hasta recurrí a la anécdota de la chica de Valladolid que un jueves random salió sola por Pucela porque sus compañeras de piso se quedaron en casa, y acabó acostándose con Brad Pitt que había acudido a presentar una película en la SEMINCI; moraleja: hay que salir siempre. Pero ni con estas. La razón, más bien, se centra en la falte de parné que en el cansancio que ellos aducían como excusa.
Así que poco más puedo contarles del día de ayer: una misa, un vermú, un bollo preñao, una siesta, fútbol, y un paseo para terminar el día. El día más tranquilo que supo a fin de fiesta, pero aún queda la traca fuerte.