Rita Barberá avanza entre el barrizal balanceándose con rumbo cada vez más incierto. Aferrada a su bolso y sus vestigios de opulencia, Barberá ya no es un acorazado, ya no es un rompehielos, ahora es un pesado buque cisterna lleno de residuos tóxicos y con bandera de conveniencia: la de ella misma. Rajoy le ha quitado la bandera de la gaviota, la ha dejado a la deriva en el Senado y ha vuelto a lavarse las manos, la misma maniobra desvergonzada que le ha llevado a él donde está. Si es que está en alguna parte.
La exalcaldesa expopular valenciana era ejemplo de todo y para todos hasta que dejó de serlo, o más exactamente hasta que se hicieron públicos los manejos que todo el mundo conocía en el partido. Resulta imposible exigir un impuesto revolucionario a medio centenar de militantes sin que se enteren hasta los chinos.
Alguien me decía ayer de Rajoy: «listo, tiene que serlo, para mantenerse ahí durante décadas». Y yo digo: listo, sí, y también indiferente del todo a los escrúpulos o la lealtad cuando se trata de salvar sus barbas. Hay que tener más estómago que una ración de callos. Porque, obviamente, no es su capacidad de comunicación o sus dotes de orador lo que le llevan a la Moncloa. Cuando Rajoy habla como el alcalde de Bienvenido, Mr. Marshall, saltan las alarmas entre los asesores, a ver qué nueva ola de cachondeo produce el balbuceo del presidente.
Hay algo en el proceso Barberá que genera una inquieta perplejidad en la docena larga de portavoces del PP, salvo en Cospedal, que ya estaba perpleja en su laberinto retórico mucho antes. Me refiero a que la investigación del Supremo dice que hay indicios de blanqueamiento de capitales en el PP valenciano. La cosa es que ese presunto delito en sí no es nada más que el final del camino de los billetitos. Lo que hay que preguntarse a continuación es de dónde salieron, y de nuevo hay que preguntarse por qué se los dieron presuntamente al PP, y finalmente, a cambio de qué. Es decir, que lo del pitufeo lleva detrás una ristraja de delitos que apunta a prevaricaciones y tratos de favor, adjudicaciones ilegales y cobro de comisiones, que es el mondongo principal y lo que el Supremo al parecer ignora de momento.
En cualquier caso, parece que Barberá ha llegado al cada vez más atestado purgatorio de los amos del PP caídos en desgracia. Deberían empezar a pensar en fundar un nuevo partido más numeroso que el mismo PP, una especie de foto en negativo, el anticristo de Génova, por así decir. Lo bueno es que no habría militantes y todos serían altos cargos. Lo malo es que seguramente la sede tendría que estar en Alcalá-Meco.
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