Un amigo que se encuentra de vacaciones en la Costa Azul me manda una foto de un cartel en una piscina en el que se puede leer: «NO BURKINI», y está ilustrada con un velo tachado. Mi amigo me dice que está en un club privado que no permite a las mujeres llevar esta prenda para tomar un baño en su piscina, pero si es aceptado el topless. Y él me la manda como ejemplo de progresía, alzamiento contra los extremismos musulmanes y victoria de la razón frente a la barbarie. Pero yo creo que se equivoca, tanto él, como todos aquellos que avalen la prohibición.
Primero, y antes de exponer mis ideas, decir que estoy totalmente en contra del burkini, no me gusta nada. Pero también de los que hablan a voces por el móvil, de la gente que tira papeles al suelo, de los náuticos con calcetines, de tantas y tantas cosas; y no por esto avalo y respaldo una ley que confisque móviles a los gritones, que elimine a los ciudadanos que no muestran civismo, de prohibir el uso de náutico y calcetín. De tal forma, me opongo a la prohibición del burkini. Y todo esto porque defiendo la libertad personal del individuo, por otra parte tan amenazada por el modelo de «papá estado» que reina en la actualidad. La ofensa nunca puede ser motivo suficiente para justificar prohibición alguna, o así debería de ser.
Entiendo que todo aquel que se traslade, sea por el motivo que sea, a otro país debe cumplir sus normas. Todos aquellos musulmanes deben aceptar las reglas esenciales de la convivencia en occidente, y nosotros debemos respetar la libertad de cada persona a vestirse como quiera, la única limitación ha de ser la ley.
Se ha tendido a confundir el burkini con el burka o niqab, que son velos que cubren toda la cara de la mujer, y no es así. Entiendo que el velo que oculta el rostro sea prohibido por motivos de seguridad, pero el burkini sólo tapa el cuerpo y muestra la cara, no hay justificación ninguna para oponerse a tal prenda. He visto monjas igual de tapadas, o más, refrescando los pies en la orilla de una playa, y ahí no pasa nada, o a japonesas completamente tapadas huyendo de los rayos del sol, y no nos escandalizamos.
El problema es que los terroristas islámicos nos están ganando la partida, más bien nos estamos dejando perder. Los radicales islámicos buscan atizar la islamofobia, separar a los musulmanes y la división de los europeos. La islamofobia crece a pasos agigantados entre los ciudadanos occidentales, viendo a vecinos como terroristas, destruyendo los pilares de convivencia que sustentan a Europa. Debemos combatir a los terroristas, pero con leyes vacuas que cercioran las libertades de los ciudadanos en aras de un bien común dudoso no lo estamos logrando. Sacrificar la libertad por la seguridad nunca es un enroque beneficioso. A los extremistas se les combate con educación, con los servicios de inteligencia y con armas. Sí, armas, no caigan en el «buenísmo progre» que tanto daño ha hecho.
Santiago Martínez, profesor de Historia en la Universidad de Navarra y amigo, dice: «No entremos a juzgar las razones por las que van así a la playa: ambiente opresor; maridos bestias: ellas tontas y nosotros, claro, los faros del mundo; decisión personal; fervor religioso. No sabemos las razones de todas y cada una, pero debemos actuar con coherencia. Si apostamos por la libertad: apostemos por la libertad de verdad. Dejad que la gente vaya tapada o como le salga en gana a la playa. Sino hay un doble rasero que no puede ser explicado racionalmente, sino sólo justificado con falacias y pretextos que sirven para quemar a la peña, y una peña a la que no nos compensa dar argumentos, más bien ayudar a integrar, con todo lo difícil que es eso. Y que yo sepa el estar moreno o no aún no rige en ningún país como factor de integración obligado».
No caigamos en posiciones fáciles y vacuas; no dejemos que la ofensa, el descontento, el miedo, nos guíen; no digamos no al burkini.
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