Dicen algunos que una imagen vale más que mil palabras, y muchos otros creen que el lenguaje no verbal es más poderoso y contundente que el verbal porque es más auténtico. Los más documentados, o los más crédulos, o los más idealistas piensan incluso que el lenguaje no verbal es más de verdad porque no engaña, porque no miente.
Sea como fuere, sí es cierto que hay gestos muy propios y diferenciales de una cultura, o de un pueblo. Gestos que delatan el poso de historias antiguas, la resiliencia de un colectivo ante la adversidad, el ingenio desatado para sobrevivir en un medio más o menos hostil, la ilusión por la vida, la capacidad de empatizar, la voluntad de superación, el sentido del humor, el sufrimiento, la gana de comedia, la querencia amorosa, la expresión artística, la vocación creativa, o el amor incondicional por la tierra... Gestos repetidos millones de veces, incorporados en la memoria genética. Gestos que hacen país y que son la esencia de una identidad y el manantial inagotable del arraigo.
Uno de los patrimonios intangibles de Asturias son sus gestos, los gestos de su gente, que a veces incluso se elevan al rango de gestas. Asturias se visualiza y se vive con facilidad en un puñado de gestos que hacen país, y que son la base de un acervo indiscutible y rotundo.
Llevaba un tiempo pensando en la gestualidad astur, cuando mi amigo Geno Cuesta vino a verme a Gijón, y me comentó una inquietud personal: «Te das cuenta Estherina que el gesto más repetido, más asturiano y más diferencial de lo nuestro en el mundo entero es el del escanciado, que nadie en ninguna parte echa la sidra así... Sería brutal para una campaña sobre Asturias, ¿no?». La reflexión de Geno me dio aún más que pensar sobre nuestro hecho diferencial a través del lenguaje no verbal, y caí en la cuenta del montón de gestos tan nuestros que vemos o hacemos de forma cotidiana en Asturias.
El gesto del paisanaje en el chigre sosteniendo la barra y los cacharros; el gesto de concentración casi mística de los cantantes de tonada; el gesto de los danzantes del pericote, especialmente los hombres; el gesto de los mineros al bajar en la jaula y enfrentar la mina con sus frontales; el gesto de los ferreiros al avivar el fuego; el gesto de los emigrantes al dejar Asturias; el gesto de los gaiteros al tocar el Asturias Patria Querida; el gesto de la guisandera o cocineru al remover la fabada; el gesto de los pastores al hacer el Gamonéu en el puerto; el gesto de los piragüistas en la salida del descenso del Sella; el gesto de los que hacen la esfoyaza...
Un puñado de gestos que narran de un golpe miles de años de historia, que cierran y abren nuevos ciclos, que nos identifican. Un puñado de gestos que nos definen y que podrían ser verdaderos motores generadores de riqueza si tuviéramos la autoestima en el lugar adecuado y los dedos de frente activos, listos para construir país sobre una sólida base identitaria. Un puñado de gestos que son la admiración de medio mundo mientras nosotros los relegamos a la inconsciencia repetida. Un puñado de gestos que despiertan la codicia de los cazadores de talento y negocio, mientras nosotros nos quedamos a verlas venir...
Un puñado de gestos que no constituyen un círculo cerrado sino todo lo contrario, son un patrimonio que nos abre al mundo y nos hace universales... Me uno al sueño de Geno Cuesta, y siento que Asturias es perfectamente narrable a través de sus gestos, y si nos metemos en el terreno promocional-publicitario los gestos de este pequeño país atlántico son su mejor carta de presentación.
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