Danza de tiempos. La música de la banda de gaítes de la Asociación Cultural El Llacín marca la pauta de los pasos entre el pasado, presente y futuro en un mismo fin de semana al celebrarse un evento tan esperado como singular: el Mercáu de Porrúa. La recreación de una aldea medieval, en donde el disfrute gastronómico, cultural y lúdico lo viven mayores y jóvenes, tanto aquellos implicados en las actividades organizativas como aquellos que sólo se dedican a visitar a esta peculiar aldea en el consejo de Llanes.
Agosto es un mes en donde un sinfín de fiestas son celebradas en todo el Principado, pero este mercado astur, que ya cuenta con más de dos décadas de haberse iniciado, fue pionero en cuanto a este tipo de festividades en la región. Alrededor de su parque (una especie de kiosco con un círculo de árboles ubicado en la parte más céntrica y protegida del pueblo), que data de 1934, es en donde se coloca aproximadamente un centenar de puestos con artesanías en cuero, cerámica y pinturas, así como otros en donde se recrean usos y costumbres de oficios tradicionales, o simplemente sobre cómo vivía la gente en el siglo pasado. Probablemente lo que más atractivo tiene es el tema gastronómico. Desde quesus de Porrúa, así como de otras zonas vecinas (Vidiago o Gamoneu), hasta chorizus de jabalí, ciervo o el clásico picante de cerdo y vaca. Eso sin dejar de lado el puesto con mayor concurrencia: el kiosco con sidra. En el centro del parque cerca de veinte aldeanos sirven ríos de la bebida tradicional asturiana tanto a locales como a los muchos visitantes que asisten año con año a la recreación de este mercado medieval.
Carros de bueyes (de un tamaño descomunal), paisanus vestidos con trajes regionales, niños echando una mano a sus padres en los puestos, el espectáculo de los Xigantones (un grupo teatral interpretando a unos seres mitológicos, subidos en zancos, de gran tamaño) y todo ello con un aroma peculiar a campo y a la gran parrilla central desde donde salen kilos y kilos de costillas a la brasa y chorizos. Igualmente, desde una de sus entradas, se percibe el aroma a quesu Cabrales y a las perolas donde se prepara el clásico picadillo para acompañar a otra exquisitez asturiana: los tortos. Estas tortitas (en el Mercáu son de tamaño muy generoso y carecen del diminutivo) están hechas de harina de maíz, como muchos otros productos regionales. Hay quien sostiene que uno de los tantos lazos gastronómicos (y culturales) entre el norte de España (especialmente Asturias y Cantabria) con México es precisamente este platillo, así como otros que también utilizan al maíz como materia prima (véase el caso de la borona).
Sabado 21:45. Se oscureció el cielo, y ríos de gente atiborraron el Mercáu y sus puestos. De pronto se creó un circulo de gente, gracias a un grupo teatral con fuego y malabares, quienes abrieron paso para la llegada del cuélebre. Esa enorme figura de dragón que llegó al centro del pueblo por una de las pendientes principales, como cada año, captó la atención del público con su gran tamaño y las bocanadas de fuego escupidas desde su focicu. También fue el símbolo del inicio del segundo turno de este evento, es decir: el nocturno. Los niños aún impresionados por la llegada de esta gran figura mitológica, convivieron con jóvenes motivados aún por los tambores del grupo encargado del espectáculu mitoloxicu, mientras incontables botellas verdes de sidra, bailando de mano en mano, alegraron a todos los asistentes. Grupos y peñas con escanciadores profesionales y amateurs por aquí y por allá. También una segunda tanda de los manjares que emanaron de la gran parrilla, para aquellos con ímpetus de trasnochar o bien para quienes simplemente gustaron de una buena porción cárnica para acompañar las mieles de la manzana en botella.
El domingo fue repetida la misma dosis de casi todo. Sí, casi porque al día siguiente había que trabajar. El viernes y el sábado, días característicos por un clima bastante benévolo y soleado (incluso caluroso para muchos) no concordaron con el del domingo, en donde el sol pareció más tímido y nos recordó que estamos en Asturias.
Presente, pasado y futuro en un mismo sitio en la Asturias de oriente e indiana. La celebración de esta festividad que lleva poco más de veinte años realizándose, anualmente, representa la continuidad de usos y costumbres que, aunque muchos de ellos parezcan de antaño, se están convirtiendo en el día a día de los jóvenes y de quienes participan en sus actividades recurrentemente. Por extraño (y polémico) que parezca ninguna tradición es pura. Nada permanece intacto o inmaculado ante el paso del tiempo. La memoria es muy frágil y su relación con el olvido suele terminar en traición. Es por eso que la utilización del pasado en otro contexto siempre debe hacerse con la mayor cautela. Y qué mejor que hacerlo en un ambiente de integración, convivencia y celebración como lo es esta festividad porruana. Las tradiciones viven a través de quienes las mantienen, que nunca son los mismos, por eso hasta ellas, quienes más se aferran al pasado, siempre van evolucionando poco a poco. Y eso representa, por extraño que parezca, una gran oportunidad para que sigan vivas. Sí, hasta las tradiciones deben adaptarse a nuevos tiempos, aunque su más firme intención sea transportar algo de otro tiempo a un presente incierto. Por eso es de suma importancia la gran aceptación que tiene este Mercáu entre los más jóvenes, que son quienes mantienen el legado de los mayores. Aunque sea a su manera, pero para los tiempos que corren, este es un espacio en donde quienes ya forjaron el camino conviven armónicamente con quienes lo están haciendo, así como con aquellos que estarán por hacerlo un día. Aunque sea sólo un fin de semana al año, aquí, entre los Picos de Europa y el Atlántico, como bien dice el programa del Mercáu: «? entre puestos pa comer y beber, con sidre na tabierna y onde el jumu del asáu resulta un agolor únicu, esti é ´l mercáu de Porrúa». (Texto a la memoria de Luis Manuel Romano)
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