¿Cuántas veces en la vida de una persona normal sale Cervantes en la conversación? Para esas pocas veces, bienvenidas las horas que hayamos empleado en leer el Quijote, pero el rendimiento parece escaso. Fuera de esas pocas veces, el tiempo de lectura, el tiempo que los profesores emplearon en explicarnos la obra y el dinero que los gobiernos gastaron para pagar a esos profesores fueron tirados. ¿Y el álgebra y sus arcanos? ¿Quién usa el álgebra en su vida normal o en su trabajo? Muy pocos, y por esos pocos extraños se endilga a toda la población un montón de horas de dolor sin propósito y se gasta más dinero para pagar el innecesario trabajo del profesor o profesora de turno. Cada uno carga con el álgebra por si acaso va a acabar siendo uno de esos pocos frikis que la usan para algo cuando se hacen mayores. O por la tontería de ejercitar la mente y el razonamiento, como si no hubiera juegos de Nintendo mucho más llevaderos para esa función. ¿Quién dice todo esto?
Esta vez no se trata de un informe del Banco de Santander o de alguna fundación de empresarios ávida de convertir los centros de enseñanza en su granero particular y gratuito de especialistas. Esta vez es Roger Schank, uno de los maestros de la inteligencia artificial y las ciencias cognitivas de los años 80, cuando se pensaba que la informática se dirigía a la inteligencia artificial, porque no se había descubierto el potencial de los Pokemon Go y las apuestas deportivas. Una alarma educativa más. En España se abordó la urgencia educativa aumentando las horas y peso de la religión, quitando becas y sentando las bases para que más dinero público financie los centros privados de la Iglesia. Es una manera de verlo.
Schank quiere otra cosa, pero para esa otra cosa vuelve a tocar esos temas sobre los que apetece decir a cada ministro entrante que no le toques ya más, como Juan Ramón Jiménez; temas como la rentabilidad de las horas de El Quijote, la tocada y hundida filosofía y la propia álgebra, porque Schank no se queda en las humanidades. Schank parece que quiere que cada cosa que cueste esfuerzo, tiempo o dinero tenga una utilidad reconocible y lo bastante amplia para justificar todas las cargas que comporta. Quién puede negarse a algo así. El problema, extraño en quien tan finamente estudió nuestro pensamiento para hacer pensar a las máquinas, es que parece exigir, por lo que repite y divulga en todos los foros, que la utilidad y justificación de cada cosa sea directa, unívoca e inmediata.
Veamos algunas certezas. Estoy seguro de estar escribiendo estas líneas con un nivel de redacción que mi padre y tantos otros no podrían conseguir. Estoy seguro de que tal destreza es útil para la mayoría de la gente en muchos trances. Estoy seguro de que esta «competencia» tiene algo que ver con mis estudios, llenos de filosofías, Quijotes y declinaciones. Y estoy seguro de que ni una sola de las materias o lecturas que haya hecho es necesaria para tener esta o cualquier otra competencia. Si no hubiera leído el Quijote o las discusiones que Strawson se traía con Russell, es seguro que mi nivel de redacción o expresión sería el mismo. Digámoslo de otra manera: mis estudios están compuestos de saberes inútiles para cualquier competencia. Y sin embargo ellos son los responsables de que yo tenga alguna humilde destreza. No hay misterio. Ningún puñado de granos de arena que cojamos forma una playa. Sin embargo los granos de arena son los responsables de que una explanada nos parezca una playa. Es la conocida cuestión de las relaciones no lineales y los procesos emergentes. Para entendernos: una serie de partes idénticas puede formar por acumulación un todo con propiedades distintas de las que ellas tienen. Cuando decimos que la playa de San Lorenzo tiene dos o tres kilómetros no pretendemos decir que cada grano tenga esa extensión. Cuando le decimos a Schank (a Wert no merece la pena el intento) que las humanidades y el álgebra son útiles, no queremos decir que sea útil cada pieza. Más claro. El Quijote y el álgebra son tan inútiles como pretende Schank. Pero una acumulación de cosas como el Quijote y el álgebra, lo que se llamaba en los pueblos «unos estudios», sí producen por acumulación competencias útiles en los sujetos.
Schank trabajó con computadoras y tendría que está sin duda familiarizado con el fenómeno de la representación y la complejidad intermedia entre entradas y salidas. Es distinto lo que ocurre cuando empujamos con un dedo una botella haciéndola caer y lo que ocurre cuando empujamos una tecla de ordenador provocando que una impresora imprima. Entre la fuerza de nuestro dedo y la botella no hay nada: la fuerza la hace caer. Entre la pulsación del dedo en la tecla y el papel impreso media un proceso complejo. Con un dedo y un ordenador podemos hacer muchas más cosas que con un dedo y una botella, porque en el ordenador hay un fantasma complicado que llamamos software y que lo hace muy capaz para muchas cosas. Schank sabe que la máquina física se hace poderosa cuando se instala en ella el sistema operativo, tan inútil como un Quijote, pero que la capacita para trabajar con programas avanzados que solucionan problemas. Entre las conductas inteligentes de sus máquinas y tal o cual rutina o módulo del sistema operativo no hay relación reconocible; sería fácil decir que esa parte del código es inútil, si no es causa directa y unívoca de algo que haga la máquina. Pero Schank no razonaría así con una máquina. Ni debe con las personas. También nos hacemos más capaces cuando se instalan en nuestra mente los estudios que nos dan las competencias básicas, nuestro propio fantasma, para hacernos eficientes en la adquisición saberes especializados y aplicados.
Y más cosas que esos saberes, porque Schank cree que el sistema educativo no tendría que entretenerse en páginas inútiles de molinos de viento, sino enseñar a la gente a buscar trabajo. Encontrar buenos trabajos no es el único beneficio al que debe estar destinada la educación. La formación debe estar relacionada con lo que confusamente llamamos felicidad del individuo, con ensanchar e intensificar el mundo que se vive. Ortega i Gasset decía que por eso la sabiduría se simboliza con la lechuza, el ave de ojos abiertos y deslumbrados y que ese era el gesto por el que empieza el conocimiento y el disfrute: los ojos en pasmo de quien discierne, se sorprende y entiende. Si sólo se tratara de artes de búsqueda de trabajo, nos bastaría con unos seminarios de Gustavo de Arístegui, Federico Trillo, Martínez Pujalte o cualquiera de estos hachas en las artes de buscarse huecos, trabajos y chollos. Además ya está inventado eso en másteres como ese de liderazgo y gestión pública de Aznar, donde no se lee el Quijote pero te relacionan y te enseñan a seguir influencias útiles y avanzar por pasillos y por el quién es quién.
Pero Schank no es un banco, decíamos. Su provocación toca otros puntos. Se suele distinguir la memoria procedimental, esa que almacena el saber andar en bici o bailar el tango, y la declarativa, la que guarda el nombre de los ríos y las obras de Cervantes. Él quiere disolver la segunda en la primera, que los datos se queden pegados en la memoria en el curso de los procedimientos, que los estudiantes aprendan haciendo cosas, no estudiando. Y quiere que no todos hagan lo mismo, que hagan racimos los afines y adquieran destrezas a partir de esa afinidad, redes virtuales mediante. Quiere que la entrada sea la apetencia que cada uno comparte con algunos otros y su desarrollo en acciones conjuntas. Y que se cierren colegios y universidades para crear otros espacios. Bien necesitada está la enseñanza de provocaciones y remociones y que vengan de la inteligencia y no de la codicia de empresarios simplones. Pero sin olvidar que lo primero que altera para bien la enseñanza es la conducta y el sabor de lo cotidiano. Y que en el mundo del trabajo se debe entrar ya con los ojos en pasmo, en un mundo ancho e intenso, con calor y color.
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