Ayer se ha terminado el Tour, y con éste una parte del verano. Chris Froome llegaba a los Campos Elíseos, por tercera vez, como amo y señor del ciclismo. Porque esto del Tour es el ciclismo puro y en su máxima exponencia. Y París, Francia, el mundo rendidos a los pies de este genio de «las bicis» que escuché decir a un anciano mientras seguía la etapa del Tourmalet en un bar. Rematando cuando se acabó el ascenso a la mítica montaña pirinaica con «que guapo esto de las bicis, eh guaje».
Se han acabado las tardes de siesta con la etapa de fondo -porque todos nos dormimos, más o menos, en el momento de menos emoción de la etapa; no lo nieguen- y levantarse con el corazón aún dormido cuando Perico narra con exaltación algún ataque, algo que suscite y exalte su interés.
He pasado calurosas tardes de verano con una bicicleta Orbea ascendiendo las cuestas de mi pueblo. Tratando de emular las gestas de Miguelón Indurain, Amstrong, creyéndome el pirata Pantini. Tardes de piscina o playa, pegado al televisor de un bar cercano escuchando «Ataca Valverde» cuando el marciano enfilaba una de esas subidas imposibles con la fuerza de un motor en sus piernas y esa cadencia eterna.
Recuerdo un maillot y un casco que me regalaron por mi primera comunión. Y una tarde de julio, cuando el sol pica como la sal en las heridas, poner ese maillot, y ajustarme bien el casco. Después de un rato pedaleando y fantaseando con largas etapas en Los Alpes, enfilé aquella bajada a tumba abierta creyéndome uno de esos dioses sobre el duro sillín, uno de esos tocados que pueden atacar y recortar segundos al crono en una bajada, en una recta. Donde ellos quieran, porque para eso son dioses. El resultado, como era previsible no me salió bien, hay bajaba con el pecho pegado al manillar, sin tocar la maneta de freno. En una curva pronunciada hacia la izquierda, nunca la olvidaré, no domine la bici y di con mi cuerpo sobre el braseante asfalto, me deslicé sintiendo el ardor del firme sobre mi pierna. El maillot hecho añicos y mi pierna ensangrentada me recordaron lo peligroso que es jugar a ser dios.
Todos los julios me deleito con las crónicas que escribe Carlos Arribas en El País, haciéndome olvidar los dopping, los Eufemiamos, El 'caso puerto', las trampas variopintas que se llevan a cabo. Y vuelvo a enamorarme, como de aquella chica que no te conviene, que te trata mal, que sabes que no puedes confiar en ella porque te volverá a engañar, pero caes rendido a sus pies. Eso me pasa a mí con el ciclismo.
Pues el verano sin Tour ya es menos verano. Y toca esperar otro largo año para ver esta maravilla de espectáculo donde unos hombres sobre una bicicleta baten los límites del ser humano, echan un pulso a las montañas, y sólo uno sale vencedor. Para paliar esta larga espera, les recomiendo que lean a 'Plomo en los bolsillos' de Ander Izaguirre y editado por Libros del KO, juro que si no les gusta «esto de las bicis» lo hará y si ya son unos enamorados afianzarán más esta unión. Esperemos que dentro de un año sea un español el que domine París un domingo de julio. Por el momento Froome rey del Tour.
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