Recuerda un poco a esas imágenes que nos han vendido de terrazas y miradores en pequeños pueblos costeros de las islas griegas, donde docenas de gentes superguapas con amplios pantalones -ellos- en lino color crudo, camisas holgadas y alpargatas con suela de esparto, y con vaporosos vestidos floreados -ellas- que se extienden hasta pulseras de tobillo estratégicamente escogidas para que hagan juego con las sandalias. Todos ellos bronceados, musculados no en exceso, guapos de nacimiento, con cabelleras que no parecen necesitar más que un rápido cepillado o un hábil ahuecamiento con los dedos para estar perfectas. Todos ellos fumando cigarrillos que no les producirán bronquitis ni tumores, bebiendo combinados en su punto creados con licores que no emborrachan ni alimentan las cirrosis ni convierten a nadie en un bocazas. Todos ellos, en fin, dispuestos a celebrar el fin de un día perfecto que dará paso a una noche mágica iniciada con sanísimas cenas de ensalada de aguacate y pescado a la plancha, y cerrada con ágiles y nada previsibles conversaciones en locales de moda con Dj extranjero antes de un increíble broche de oro con sexo sano lleno de matices.
Recuerda un poco a ello, pero es más verdadero. Sin tanta parafernalia, en los poquísimos días en que el verano se comporta de manera brillante, la última hora de la tarde en la playa de Salinas reúne a los últimos bañistas con pocas ganas de cerrar la tarde y a los que llegan para la ceremonia de la puesta de sol. Qué fácil caer aquí en la tentación de lo cursi o, lo que es peor, en la tentación de la poesía. La cosa es familiar, hermosa y poco estridente. Durante un rato, sin mayores pretensiones, todo se concreta en mirar al horizonte. Allí ya no hay Donald Trump amenazando el futuro de nadie. No hay Pokémon que cazar ni rotondas que cruzar por lugar equivocado. No hay presidente del gobierno a quien elegir. No hay incendios ni drones ni atascos a la vuelta. No existe Tele 5 ni los debates políticos ni la Eurocopa. El ritmo se retarda y todos nuestros deseos pasan por hacer un papel muy secundario en la tercera o la cuarta parte de Kárate Kid y en envidiar a Mickey Rourke por querer ser Mickey Rourke retocando su cara una vez más como quien extrae una escultura de una enorme piedra de mármol. Entonces imagino que comparto esta puesta de sol en la Playa de Salinas, esta y no otra, con la Kim Basinger de 1986. Y veo a mi lado a Harry Angel con Epiphany Proudfoot compartiendo mojitos con Louis Cypher. Y yo soy Dorian Gray. Y brindo con ellos.