Las empresas no están contentas con nuestros jóvenes. «Necesito contratar pilotos de drones y no los hay», dice a modo de ejemplo el representante de una multinacional. La Universidad no forma bien a los jóvenes: les enseña cosas que no hacen falta y no aprenden a hacer lo que se necesita. Hay casi cinco millones de parados y a la vez hay multinacionales en España que no encuentran trabajadores para algunos puestos. La inadecuación del sistema educativo, con estas cifras de paro, es una tragedia, dice transido de dolor social un ejecutivo de MAPFRE. Uno de los informes de la Fundación Botín dice, en esta misma línea, que el principal problema social de España es la falta de creatividad; el principal problema social, qué bárbaro.
Una de las falacias que hace más fortuna en la vida pública es la que en lógica se llama del término medio no distribuido. Debidamente extendida, esta falacia pretende que cuando decimos algo verdadero es verdadero todo lo demás que digamos. Mezclar mentiras con verdades es una manera eficaz de intoxicar, porque las verdades son infecciosas y hacen parecer verdadero todo lo que tengan cerca. Además, como siempre se dijo, la verdad resplandece, tanto que el resplandor de las palabras verdaderas no deja ver las intenciones de las palabras vecinas y parece que son «técnicas» y desinteresadas.
Ya lo había dicho Wert. Ese cuarenta por ciento de paro juvenil pide a gritos que formemos a los jóvenes para el mundo en que viven. No hay nada como una buena alarma educativa para justificar que se haga en educación cualquier cosa. Todos estos discursos pretenden instalar dos ideas perversas: una, que el volumen de paro se debe a lo que la gente es capaz o incapaz de hacer; y otra, que se sigue de la anterior, que quien está en paro lo está por sus características personales y por lo que es capaz de hacer. Respecto de la primera, puede ser que haya multinacionales que no encuentren gente para algunos puestos. Esa verdad, la de que no haya gente para «algunos» puestos, repárese en el cuantificador, no hace verdadero el disparate de que en España casi la mitad de los jóvenes estén parados porque no tengan la formación requerida. Con una formación adecuada, sólo «algunos» de esos jóvenes estarían trabajando y el porcentaje de paro sería el mismo. En España hay paro porque no hay puestos de trabajo, no porque los haya y no haya gente formada. Esta gente joven, tan mal formada por nuestro sistema y con esa falta de creatividad tan nuestra, se va a centenares de miles para el extranjero, y allí sí consiguen empleo. Nuestros emigrantes son gente cualificada y en otros países no padecen la tragedia de su formación. Relacionar el volumen de paro de España con el sistema educativo es una estupidez.
Respecto de la segunda idea perversa, de nuevo se enuncia una verdad objetiva para que parezca también objetiva la carga ideológica ultraliberal que la acompaña. Se dice que el mercado ahora necesita gente flexible, creativa, con iniciativa. Todo verdadero. A continuación se vuelve a relacionar tales cualidades con la probabilidad de encontrar empleo o estar en paro. Por muchas matrículas de honor que saques, no te sirve de nada si luego no espabilas y te adaptas rápidamente. Margaret Thatcher había sido la dirigente que más enfáticamente había insistido en que la sociedad apenas existe, sólo existen individuos que tienen la suerte que corresponde a sus aciertos y errores. La realidad es que la inserción laboral es muy difícil sencillamente porque no hay empleo, una vez más no porque la gente esté falta de iniciativa. Estos «consejos» para ser más competitivo en el mercado laboral tienen sentido sólo hasta el momento en que se relacionan con las tasas de paro y la probabilidad de trabajar. Cuando se alcanza ese punto se convierte en una sandez liberal. Es como si se convocaran diez plazas en una oposición y el consejo que diéramos a la gente fuera el de estudiar más que los demás. Esa es una tontería que sólo puede funcionar con diez personas y no hará que haya más de diez plazas.
La cuestión es que estas memeces instaladas con razonamientos tan falaces presionan sobre el sistema educativo. Hablemos un momento de El juego de Ender. Como los malos estudiantes, no leí el libro y sólo vi la película. La Tierra había estado en peligro por el ataque de unos alienígenas. El ejército de elite que preparan para su posible regreso está compuesto de niños superdotados. La guerra es ya tan tecnológica que la pelea se parece a un juego muy sofisticado y los niños tienen más agilidad mental, más capacidad de decisión cuando no hay patrón y más destreza manual que los adultos. Sólo hay que elegir a los más listos. Y efectivamente parecen genios y es un asombro cómo mueven las máquinas. Pero en realidad son niños, piezas manejadas por otros. La batuta la llevan militares bien adultos. Esos «genios» superan a los verdaderos líderes tanto como los bueyes superan en fuerza a sus amos y su talento es tan limitado que sólo hacen el papel que les asignan los verdaderos dirigentes. (Spoiler) Ender destruye el planeta enemigo entero en la batalla final creyendo que era una simulación porque así se lo había hecho creer el alto mando.
Ya quitaron la Filosofía de la Enseñanza Secundaria y siguen presionando para quitar las enseñanzas «inútiles», esa tragedia nacional, que son las que equipan a la gente con los recursos para no andar en el mercado laboral como niños de Ender: sujetos quizá muy cualificados y eficaces en ciertas tareas, pero niños incapaces de manejar y entender los procesos en los que viven. Qué oportuna esa empresa que pone por ejemplo que no encuentra pilotos de drones. El campeón del mundo de pilotaje de drones tiene quince años. Eso es lo que quieren. Los liberales quieren presuntos genios que son en realidad especialistas de usar y tirar, niños que no pueden ver el conjunto ni insertarse en procesos colectivos complejos. Un cargo de Prosegur decía que lo que necesitan las empresas es gente ya formada para lo que quieren, no gente a la que haya que formar. No les interesa gente con formación de peso y mucha madurez a la que la empresa sólo tenga que «tunear». Les gustan las piezas ya hechas ad hoc y, como digo, de usar y tirar. Por eso es curiosa la insistencia en que sobran universidades públicas, a la vez que se regala suelo público y se gasta dinero público para que se instalen universidades privadas. Las públicas tienen sistemas muy exigentes de selección y sobre todo de consolidación del profesorado. Los de más altura científica están en estas universidades. Las privadas tienen un nivel muy bajo de investigación e investigadores y sistemas de plantilla muy expeditivos. Pero para formar a niños de Ender, especialistas ya hechos según el pedido de tal o cual empresa, siempre de usar y tirar cuando cambien los vientos, con los recursos de las universidades privadas es más que suficiente. Y además son más controlables y manejables que las públicas.
Todas esas etiquetas de «creatividad» o «adaptabilidad», todas esas capacidades que se exigen para este mundo tan dinámico, en el sentido en que el liberalismo extiende tales etiquetas, son las capacidades que vemos en cualquier friki de videojuegos. La formación profunda, la que permite entender y adaptarse a los grandes procesos (pero eso sí, que puede hacer que la gente fije sus propios intereses y se haga respondona) esa formación, requiere tiempo y disciplina. Los tramos largos de disciplina no son ausencia de creatividad ni ensimismamiento funcionarial. Son el ritmo propio de la formación compleja. Al final siempre llega más lejos un país culto en el que la población sea capaz de involucrarse en tareas colectivas complejas y extensas en el tiempo, que un país lleno de niños de Ender, de usar y tirar como le gusta al liberalismo, y obedientes en lo fundamental como siempre le gustó a toda oligarquía. Es el viejo asunto del interés de la mayoría o el de la minoría.
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