Naturalmente, a la hora de escribir esta crónica se ignora el resultado del referendo británico. Por eso no puedo comentarlo. Sí quiero hacer tres reflexiones. La primera es por qué David Cameron se comprometió a una acción que pudo suponer un golpe muy serio para su país, puso en riesgo a la propia Unión y a él lo situó a un milímetro de la dimisión si fracasaba. Y la explicación es: como líder del Partido Conservador, estaba asustado ante el crecimiento de la UKIP, la extrema derecha euroescéptica, y decidió subirse a su carro: si no puedes con tu enemigo, acuéstate con él. Y metió a su país en una lotería insensata. Ganó con mayoría absoluta, pero el beneficio personal y de partido pudo haber sido el más caro de la historia.
La segunda es la argumentación utilizada: ha sido básicamente económica. Dentro y fuera del Reino Unido se invocaron razones de empleo, devaluación de la libra, descenso de la riqueza nacional, futuro del comercio exterior, caídas de salarios, inversiones extranjeras o retorno de los aranceles. Apenas ha trascendido un argumento de afecto o sentimental, que suelen dar forma a una nación. Hubo demagogia, mentiras y juego sucio en los dos bandos. Y es muy triste decirlo, pero los estados de opinión, muy favorables al brexit, solo cambiaron de signo cuando la diputada Jo Cox fue asesinada.
Y la tercera, la escasa influencia de los poderes políticos, mediáticos y económicos en la forma de votar. Fueron contrarios al brexit los dos partidos mayoritarios, el Gobierno con todo su poderío, importantes medios de comunicación, líderes sociales, ídolos deportivos y artísticos y organizaciones supranacionales. ¿Y todo para qué? Para que se llegase al día de ayer en situación de empate. No hubo relación entre el esfuerzo propagandístico y lo confesado en las encuestas. La opinión previamente formada no es que haya resultado difícil de cambiar; resultó difícil de influir. Y eso que enfrente solo había un eslogan demagógico: «la independencia del Reino Unido».
Creo que estas tres consideraciones pueden tener alguna aplicación cuando se habla de referendos en Cataluña o el País Vasco. También con tres lecciones. 1) Cuidado, señor Iglesias, con ganar votos con ese reclamo. Pasado mañana puede situarse de primero en las dos comunidades, pero a un altísimo precio para la nación española. 2) Cuidado, señor Rajoy, con el argumento económico: puede ser brillante, pero solo convence a los convencidos y rebela a los no beneficiados por la bonanza. Y 3) Cuidado todos ante las grandes movilizaciones, por lo que se había demostrado en Grecia: los poderes fácticos ya no deciden. Decide algo más complejo y más difícil de construir: el sentimiento popular.