Resulta jodido vivir en un país en el que sabes que por intereses políticos y por dejadez de tus representantes difícilmente tendrás sitio. Un país en el que si quieres dedicarte a tu vocación ?en mi caso algo tan demodé como la enseñanza y la investigación?, no te queda otra que encomendarte a la Virgen de la Santísima Oposición, al Patrón del Santo Enchufe o marcharte y pensar que, con un poco de suerte, podrás volver en unos años. Duele saber que o te resignas a un trabajo meramente alimenticio, o te buscas la vida en otro lado. Cabrea sentir que te han estafado el presente, te han empeñado el futuro y que los que han tomado esas decisiones viven de espaldas a la realidad. Esa es la España que yo veo, la que existe a mi alrededor.
Antonio Machado dejó escritos los sobados versos «Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón». Sin embargo, se suele citar menos la primera cuarteta de ese poema, la que dice «Ya hay un español que quiere / vivir y a vivir empieza, / entre una España que muere / y otra España que bosteza». Y estas primeras palabras son las que, tras la irrupción de Podemos y Ciudadanos, se están revelando más apropiadas para describir estos tiempos que nos está tocando vivir. A la tradicional brecha vertical existente entre izquierda y derecha, se ha venido a sumar otro cisma horizontal en la población. Los sociólogos colocan esa brecha en una edad concreta (resulta significativo los valores tan distintos de intención de voto entre los mayores de 54 años y los que no alcanzan esa cifra). Sin embargo, no creo que eso tenga que ver solo con la edad, sino con un estado de ánimo, con un índice de cinismo y de voluntad de cambio.
En mi caso tengo muy claro lo que votaré el domingo ?la coalición de izquierdas me ha ahorrado debates morales entre utilidad y coherencia?. Y los motivos se imponen enormemente a los reparos. Pese a que no creo que Unidos Podemos pueda cambiar las cosas de un modo absoluto en el hipotético caso de que lleguen a poder formar gobierno, pese a que no me gusten los modos que tienden a emplear ?esa política espectáculo, banal y efectista?, pese a que no me inspiren confianza algunos de los miembros de las listas ni tenga especial simpatía por Pablo Iglesias, siento que son los únicos que hablan de mi mundo y que, en mayor o menor medida, lo comprenden y tienen la intención de hacer algo al respecto. Los otros partidos, bien sea por ideas políticas fundamentales o por la nula credibilidad que me inspiran, me resultan completamente ajenos. Este no es un voto de castigo o del desencanto, sino un voto desde la conciencia de sentir que España y Europa siguen empecinadas en la que creo que es la dirección errónea y más perjudicial para la inmensa mayoría de habitantes de estas tierras.
Ya no me valen las promesas vacías de quienes tuvieron la oportunidad de tomar medidas, se olvidaron, y dicen que ahora sí que toca. No me valen los que han conseguido que ser mileurista haya pasado, en cuatro años, de ser una vergüenza a un lujo. No me vale resignarse, sino intentarlo. La situación es tan grave a tantos niveles que no alcanza con apaños y compromisos menores ?ese pacto PSOE Ciudadanos que algunos, desde sus cómodas atalayas, vendían como la panacea?. Creo que hay que cambiar muchas cosas en este país, y no me vale la excusa de que Europa no nos deja. No todo pasa por aumentar el gasto público, sino por redistribuir los puntos de inversión estatal de un modo significativo, por aprobar y poner en prácticas leyes sociales, por llevar a cabo reformas que, de verdad, busquen igualar las cosas entre los habitantes de este país.
Para mí y para los que por edad estamos en un momento de nuestras vidas que es un ahora o nunca, estas son unas elecciones de importancia absoluta. No sé qué ocurrirá el domingo por la noche, como tampoco sé dónde estaré en los próximos comicios, pero sí sé que miro a este país y no me gusta gran parte de lo que veo ?lo siento Mariano, soy uno de tus pesimistas?. No pongo la mano en el fuego porque alguien pueda solucionarlo, pero sí tengo la certeza visceral, como se saben las cosas de verdad, de quiénes son los que no lo harán.
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