¿Quién le da a Linde vela en este entierro?

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

07 jun 2016 . Actualizado a las 09:05 h.

Dice el CIS que ocho de cada diez españoles aborrecen la situación política. Dice también que los partidos y los políticos constituyen una de las cuatro grandes preocupaciones que roban el sueño a los ciudadanos, por detrás del paro, la corrupción y la economía, pero muy por delante de asuntos insignificantes como la sanidad o las pensiones, la educación o la vivienda. Creo que los españoles se equivocan de pe a pa y que, a mayores, son tremendamente injustos con esa cohorte de hombres y mujeres que estos días recorren las esquinas de España para explicarnos la senda de salvación.

Tal vez no nos salven, pero los partidos políticos cumplen en campaña un papel terapéutico. Funcionan como antidepresivos o ansiolíticos sociales. Alivian los síntomas de nuestros males, nos hablan más del cielo que del infierno y nos aseguran que el restablecimiento será rápido e indoloro si les entregamos nuestra confianza y nuestro voto. Tienen remedios para todo y solo nos desahucian si buscamos un segundo diagnóstico en la clínica de la competencia.

Otra cosa son esas instituciones que, sin haber sido invitadas al ágape, se empeñan en chafarnos la fiesta democrática. Instituciones como el Banco de España que, bajo la bandera de su presunta independencia, en vez de rendir cuentas propias practica el ajuste de cuentas ajenas. No concurre a las elecciones el banco, ni su gobernador Luis María Linde está sujeto al dictamen de las urnas, pero se permite exhibir su programa electoral, trazarle la política fiscal al futuro Gobierno y moldear en bronce la tercera reforma laboral de nuestra era. A santo de qué, no se sabe, como tampoco quién le ha dado vela en este entierro. Pero ya que en este caso sí sabemos quién financia el experimento, quizás el Tribunal de Cuentas debería tomar cartas en el asunto.

Por lo demás, el programa del señor Linde se inscribe en la esfera de la vieja política. Nada novedoso, aparte del virtuosismo en el uso de eufemismos, hallamos en el prospecto. Basten dos ejemplos. Propone el gobernador una «adecuación de los salarios a las condiciones específicas de las empresas», lo que, traducido a román paladino, como quería Juan de Mairena, significa: hay que seguir bajando los sueldos. Destaca igualmente el gobernador la necesidad de «potenciar el atractivo de la contratación indefinida, pero evitando que su excesiva protección siga incentivando la temporalidad». Es decir, hay que abaratar más el despido y rebajar el contrato indefinido a la condición de contrato temporal.

El ansiolítico nos lo suministra Mariano Rajoy con su promesa de no apretar más la tuerca de la reforma laboral y rebajar la cotización de las empresas que suscriban contratos indefinidos. «Mi propuesta laboral es mejor que la del Banco de España», dice, ufano, el candidato del PP. Sin duda, don Mariano, la suya es mejor. Lástima que, hasta ahora, no hayamos percibido un ápice de discrepancia entre lo que proponía el señor Linde y lo que usted ejecutaba.