Setecientas personas han muerto en solo una semana tratando de llegar desde Libia a las costas de Italia, según Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados. Médicos sin Fronteras eleva esa cifra hasta los 900 y grita desde su cuenta de Twitter: «Europa, esto es insoportable».
Como se preveía, los muertos han cambiado de sitio. Cerrada la ruta por el Egeo hacia Grecia, ahora son miles los que lo intentan desde las costas de África hacia Italia. Más de mil partieron desde Libia en un solo día, en viejas naves, sometidos a la crueldad de las mafias, capaces de llevar dos barcos unidos con una cuerda y cortarla cuando uno de ellos tiene una vía de agua, dejando que se hunda con más de cien personas encerradas en su bodega.
Hambrunas, guerras y pisoteo de los derechos humanos empujan a miles de desesperados cada día hacia Europa, que reacciona con lentitud de paquidermo.
Sin medidas ni lejanamente suficientes para una tarea de tan enorme complejidad como frenar la inmigración en origen, ni para desarticular las mafias que campan a sus anchas, ni para acoger a un número significativo de refugiados, la invasión continuará.
De poco valdrá cerrar Idomenis varios. Miles de refugiados que abandonaron esos campos antes de su cierre se mueven clandestinamente por Europa y se asientan de forma irregular en sus ciudades, alimentando de paso la sinrazón de movimientos xenófobos.
Con el cierre de fronteras y las interminables discusiones para acoger a un puñado de inmigrantes, esta titubeante Unión Europea solo logrará cambiar los muertos de sitio. Y sumar una nueva amenaza a las muchas que hacen su futuro cada día más incierto.