Gaspar y la insipidez

OPINIÓN

20 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay quien dice que a Gaspar Llamazares se le va poniendo cara de Stallone, acorralado como está por quienes una vez fueron los suyos y ahora andan a ver si se pasan a otra cosa, no se sabe muy bien qué. A mí me recuerda más a Simón el Estilita, pregonando sus verdades sobre una columna plantada en medio de un desierto en el que ya no queda nadie. No se le escucha en la Junta General, donde la trinchera izquierda se mata a tiros mientras los de enfrente sonríen y piensan que así se las ponían a Fernando VII, ni mucho menos en los mentideros de Madrid. Allí Alberto Garzón y Pablo Iglesias se susurran en una buhardilla de Alonso Martínez que las ideologías se derrumban y nosotros nos enamoramos mientras en el exterior las tropas conservadoras marchan triunfantes con Rajoy al frente, prietas las filas e impasible el ademán, dispuestas a enarbolar durante cuatro años más la mastodóntica enseña rojigualda de Colón.

En el fondo Gaspar no es más que una víctima de su tiempo. Un esclavo de los principios incapaz de entender que en esta época insípida lo que se lleva es la capacidad de estar a la vez en un sitio y en su opuesto sin acabar de estar verdaderamente en ninguno. Izquierda Unida empezó renunciando a sus siglas, siguió postergando su reivindicación republicana y aceptando a la OTAN como animal de compañía y terminará entregando las llaves de sus sedes al primero que pase por allí y les convenza de que toda confluencia exige un picadero en condiciones. No es cuestión de culparles: a nadie le gusta salir solo de la discoteca y quien más, quien menos, todos hemos renunciado en algún momento a lo que fuera con tal de pillar cacho. Lo malo es la naturalidad, o la falta de pudor, con la que no sólo se asumen, sino que hasta se defienden, las tazas de café descafeinado que están sirviendo a quienes hasta ahora no se conformaban con el caldo. Tenemos militares antimilitaristas, alcaldes novísimos que presiden con pompa y circunstancia las viejas procesiones de Semana Santa e izquierdistas que lo son más o menos en función de lo que digan las encuestas. El verdadero gurú del neorregeneracionismo no es Antonio Gramsci, sino Jorge Verstrynge. A Gaspar Llamazares casi se lo puede imaginar uno viajando, solitario, en una de esas barcas que cruzan la ría de Vigo mientras repite aquella frase que decía un personaje de Los lunes al sol: «Lo malo no es que todo lo que nos contaron del comunismo fuese mentira, lo malo es que todo lo que nos contaron del capitalismo era verdad». El sistema es el sistema porque sabe cómo engullir a quienes intentan socavarlo desde dentro con la misma destreza con la que Saturno se merendaba a sus propios vástagos. Hace poco más de un año todos proclamaban entusiasmados que el cambio empezaba en Grecia. Allí llevan ya cuatro huelgas generales, y las últimas noticias que llegaron de Atenas nos contaban que el presidente Tsipras vendía el puerto del Pireo a una empresa china. Nada nuevo bajo el sol. Los que de verdad entienden de esto siempre han dicho que lo mejor de las crisis es que, a medio plazo, brindan oportunidades inmejorables.