Los tesoros del país vecino que tienes que merecen una visita este otoño
08 sep 2024 . Actualizado a las 09:59 h.«Es necesario lo que no fue visto, ver otra vez lo que ya se vio, ver en primavera lo visto en verano, ver de día lo que se vio de noche?», escribió José Saramago, el mejor conocedor y viajero de Portugal. Le damos la mano para interiorizar, como él, el país vecino, donde encontramos al lado del río, del mar o y en plena montaña verdaderos tesoros para recorrer este otoño.
Peniche. El océano como cárcel
En un entorno hostil, Peniche es el paradigma del Portugal atlántico. Sus playas kilométricas son un destino consagrado para surfistas. En el pueblo uno se siente expuesto al salitre y azotado por el viento. Ahora, en el 50.º aniversario de la Revolución de los Claveles, también es vulnerable a la violenta historia de la dictadura portuguesa, porque la fortaleza militar acaba de reabrir como el Museo de la Resistencia y la Libertad, para homenajear a los represaliados por el régimen fascista de Salazar y preservar la memoria de la resistencia.
Sintra. El sueño portugués
Sin duda, es uno de esos sitios que, como escribió Saramago, hay que ver en todas sus facetas: verano, invierno, con lluvia y sol, abarrotado de gente y desierto. Aunque esto último sea ya impensable, porque protagoniza las guías turísticas desde que nació el propio turismo, en el siglo XVIII. El colorido palacio da Pena es uno de los símbolos de Portugal y también del romanticismo, y corona una ciudad que encandiló a Lord Byron.
Marvão. La guinda del Alentejo
Marvão es bello desde fuera y desde dentro. Su castillo medieval, que corona la dehesa y marca el límite entre el Alentejo y Extremadura, es un punto de referencia en la planicie. Una vez dentro, entre sus calles empedradas o sus murallas rehabilitadas, la vista compartida con águilas y halcones es sobrecogedora. Es el Alentejo en estado puro, donde probar su famosa açorda (‘sopa’) y descansar en el silencio del viento.
Costa Nova. El verano en una postal
Sus casitas de colores frente al mar, el paseo marítimo, la playa, el horizonte y, al final del todo, el faro como una guinda. Costa Nova es uno de esos sitios que inspiran, que parecen más del cine que de la realidad. Los palheiros, antiguas casas para aperos de pesca, son ahora apartamentos turísticos y, pese a la masificación que pueda traer el verano, las enormes playas conservan la sensación de lejanía. La visita no puede terminar sin la caldeirada de marisco.
Ponte de Lima. El río de leyenda
La leyenda cuenta que, cuando los soldados romanos alcanzaron la actual Ponte de Lima, se quedaron prendados ante la belleza del entonces llamado río Lethes. Hasta tal punto de que se negaron a cruzarlo, creyendo que era el río del Olvido. No solo lo acabaron cruzando, sino que construyeron un puente en torno al que se asentó una de las primeras villas portuguesas, por muchos considerada la cuna del país.
Castelo Rodrigo. Museo histórico
Este pueblo, enmarcado en el conjunto de las doce aldeas históricas de Beira Interior, revela toda la historia del país a través de sus piedras maltratadas por el tiempo: desde sus primeros vestigios túrdolos y romanos o el castillo de origen musulmán, hasta su integración en el Reino de León y, por último, en el de Portugal. Un lugar que perdió su importancia en cuanto Portugal no necesitó defenderse, pero que ahora la recupera como un monumento a la historia.
Óbidos. Un trago dulce
En este pueblo del centro portugués se libra una lucha por abanderar su fama: para algunos es la muralla en torno a la ciudad. Para otros, sus floreadas calles medievales. Otros imaginan las casas blancas y azules. Y hay quien se guía por el paladar y elige el licor por excelencia de Portugal: la ginjinha, servida en vasitos de chocolate. Todos tienen razón, pues pocos lugares concentran tantos méritos en tan poco espacio.