Tamara Falcó deja en evidencia a Isabel Preysler al revelar que les daba «unas gotitas» para que no molestasen en los aviones

Martín Bastos

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 Isabel Preysler y su hija, Tamara Falcó, durante la inauguración de la exposición «Maestras antiguas y modernas», el pasado lunes en Madrid
Isabel Preysler y su hija, Tamara Falcó, durante la inauguración de la exposición «Maestras antiguas y modernas», el pasado lunes en Madrid JUANJO MARTIN | EFE

La marquesa de Griñón contó en «El Hormiguero» que en una ocasión Miguel Boyer se pasó con la dosis para tranquilizar a Ana Boyer y no despertaba

04 nov 2023 . Actualizado a las 16:38 h.

Tamara Falcó nunca ha tenido pelos en la lengua, pero en esta ocasión su espontaneidad, carente de filtros, ha puesto en evidencia a su señora madre, Isabel Preysler, que con probabilidad ha debido pasar un rato apurado al ver a su hija en prime time airear sus trucos poco ortodoxos para viajar tranquilamente cuando sus retoños, hoy hombres y mujeres hechos y derechos, eran unos críos inquietos. 

«Para que no molestásemos al resto del avión, mi madre nos daba unas gotitas», reveló sin rubor alguno la marquesa de Griñón en El Hormiguero ante la estupefacción de sus compañeros de mesa. La surrealista confesión fue incluso a más y Falcó se marcó un «sujétame el cubata» a sí misma en toda regla. «Una vez viajamos a Marbella y cuando nos íbamos a bajar del tren nos dimos cuenta de que no había forma de despertar a Ana (Boyer). Empezaron a golpearla para ver si reaccionaba y nada —explicó entre risas—. Fue entonces cuando mi madre le preguntó al tío Miguel (Boyer) cuántas gotas le había dado. Le dijo: 'las que me habías dicho, 18'. Pero no tenía que haberle dado 18, eran 8».

Mostrado su faceta más natural, Tamara Falcó admitió frente a sus compañeros de programa —y toda la audiencia—  que el «truco» de su madre era de lo más habitual. Con muchas ganas de comenzar una nueva vida al lado de su marido Íñigo Onieva en su nuevo ático de Puerta del Hierro, también mencionó una pequeña manía de su pareja: no aguanta los pendientes de aro. «Tiene como una especie de fobia. Cuando me los pongo me dice: '¡qué horror!'», comentó luciendo unos pequeños de aros dorados que, seguro, se quitaría nada más llegar a casa.