Ángeles Flórez, Maricuela, con todo lo que ha vivido, no le tiene miedo al coronavirus: «No pienso en que lo vaya a coger, parece que tengo algo que me salva»

Elena G. Bandera
Redactora

«Nunca creí, a mis 102 años, que estaríamos así. Ni en sueños me imaginé que iba a llegar una pandemia mundial de este calibre. Ni me imaginaba que me iba a tocar otra antes de morir. Y lo estamos viviendo nosotros. Lo estoy viviendo yo después de lo mucho que pasé…» Ángeles Flórez, Maricuela, acaba de cumplir 102 años. Nació en 1918, justo cuando terminaba la pandemia mundial de la mal llamada gripe española. «Fue terrible porque además acababa de terminar la Primera Guerra Mundial y había mucha gente sin brazos, ciega… Y luego me tocó otra guerra y ahora esta epidemia. Es la época que me ha tocado vivir», asume, mientras le vienen a la memoria retazos de los momentos más duros, que fueron demasiados, que ha tenido en su larga vida.

«Era mucha la miseria que había en España», dice, pensando en su infancia. Con 9 años, como sus padres estaban separados, tuvo que ponerse a trabajar fregando para ayudar a su madre. Con 17, se afilió a las Juventudes Socialistas Unificadas y, un año después, llegaba el golpe de Estado que marcó su vida y la de quienes lucharon por la libertad arrebatada. «Aquello fue más terrible. La guerra con Franco fue muy terrible -reitera-. Fusilaba a la juventud. Fusilaron a amigos míos. Probinos. No habían hecho nada». También en 1934 habían fusilado a un hermano suyo.

Maricuela no dudó entonces en defender lo que el pueblo había votado en las últimas elecciones de la Segunda República española. Es la última miliciana socialista que vive para contarlo. Estuvo presa por ello. «Cuatro años sin libertad una joven de 18 años… Es muy triste. La cárcel era el hambre verdadera. Pasábamos mucha hambre. Cuando estás en libertad, si tienes hambre, robas una manzana, pero cuando estás presa no puedes hacer nada. Dormíamos todas en el suelo y alguna tenía que poner la cabeza en el wáter».

La suerte que tuvimos fue poner al socialismo en el gobierno, si no pobres de nosotros con esa derecha franquista

Su madre nunca pudo ir a visitarla al penal de Saturrarán, en Guipúzcoa. «No te dejaban entrar ni de visita en la cárcel y, aunque más tarde un indulto de Franco lo permitió, mi madre no podía coger el tren para ir a verme. Entonces viajar en tren en España era algo extraordinario». A sus 18 años, estaba soltera de aquella, pero no se olvida de las madres con hijos con las que compartió penal durante cuatro años.

«Si no tenían familiares que les cuidaran a los hijos los metían en un hospicio», recuerda, pensando también en las consecuencias que esta pandemia tendrá en los más pequeños. «No se lo esperaba nadie y están marcados hasta los niños, que les quedará el recuerdo para cuando sean mayores. La suerte que tuvimos fue poner al socialismo en el gobierno, si no pobres de nosotros con esta derecha franquista…»

Maricuela sabe que hace cuatro años, cuando el PSOE se abstuvo para que gobernara Rajoy y ella levantó la voz con sus más de 80 años de militancia socialista, ayudó en el camino que ha llevado a Pedro Sánchez hasta donde está hoy. «Estoy contenta porque están gobernando porque si no estaríamos terribles con esa derecha extrema. Tuvimos mucha suerte -insiste-. El pobre no puede hacer todo lo que que querría. La situación está muy mala», dice del presidente del Gobierno, que por supuesto la felicitó el día de su cumpleaños. 

La médica, como nunca me ve, no sabe de mí para nada. No tomo ninguna pastilla

Maricuela vive en Gijón desde 2004, cuando volvió a Asturias tras más de medio siglo de exilio en Francia. Un año antes había fallecido su marido, Graciano Rozada Vallina. Cuando era «madame Rozada» fue al médico para ver si le recetaba algo para los picores que tenía en la piel. Y prácticamente casi no ha vuelto al médico hasta hoy. «Tengo mucha salud y, salvo la operación de la cadera, no tengo absolutamente nada. La médica, como nunca me ve, no sabe de mí para nada. No tomo ninguna pastilla, solo la que me recetó entonces aquel médico para los picores, que no era medicamento. ‘Si te sienta bien, tómala mientras vivas’, me dijo, y así lo he hecho».

Maricuela dice que hace una vida muy normal. Se levanta a las 10, se ducha, se viste y se maquilla -«me arreglo para verme yo»- «como si fuera a salir a la calle». La pandemia de coronavirus no le da miedo, pero se muestra contrariada. «Con estos tiempos no se puede salir como se quiere. Salimos a veces por la mañana y otras por la tarde. Salimos poco pero salimos». Tras la operación de cadera, necesita ayuda en ciertas actividades cotidianas. «Estuve unos años que me invitaban a todos los sitios y eso ya no puedo hacerlo. Ahora ya es más difícil. Para ponerme los calcetines tengo problemas. Tiene que estar una persona ayudándome, pero yo tengo mucha salud. Quedan asustados con que no tenga nada, con que tenga la vista al 100%…»

Sabe que, ante el coronavirus, tener buena salud influye. «Afecta más bien a los débiles y hasta ahora yo me salvé. Tengo suerte, mucha suerte». Pero está contrariada, como todo el mundo. «El cumpleaños no se podía celebrar ni invitar a nadie. En los restaurantes antes no podías ser más de seis personas y ahora nada. Sales a la calle y ya puedes morirte de sed que ni un vaso de agua. Pienso que es exagerado, pero, claro, es para evitar muertes. Yo no pienso en que lo vaya  a coger. No me preocupa. Parece que tengo algo que me salva».

Me llamaron una vez del Ayuntamiento y dije que no quería nada. Mi conciencia no me lo permite. Otras personas no tienen nada y lo necesitan

Maricuela tiene dos hijos que, dadas las circunstancias, no pudieron celebrar físicamente con ella sus 102 años. «El hijo está en Málaga porque es un loco del sol. Adora el sol. Estuvo aquí hace poco, pero ahora no pudieron venir ni los unos ni los otros», explica, refiriéndose también a su hija y su familia, que viven en Francia. Pero estuvo muy arropada. «Tuve un cumpleaños terrible de gente, teléfono y flores. No sabía dónde iba a poner tantos ramos», dice, sentada en el sillón de su salón. «Tengo una amiga que dice que me va a tirar estos sillones rojos porque está harta de verlos en las fotos que me hacéis», ríe.

A su derecha está la televisión, apagada. «No puedo ver la tele. Solo las informaciones». El resto no le interesa. «Tengo suerte de que puedo pagarme dos personas porque mi marido tenía una buena pensión. Me llamaron una vez del Ayuntamiento y dije que no quería nada. No lo necesitaba ni quiero explotar. Mi conciencia no me lo permite. Otras personas no tienen nada y lo necesitan». Maricuela, mientras se despide, dice que le gustaría que sus cenizas se junten con las de su marido, que ahora están en El Entrego, para que sean dejadas en el cementerio de El Sucu de Ceares, «donde los fusilados, lo he dejado escrito».