El periodista y escritor Miguel Barrero retrata a la candidata socialista a la alcaldía de Gijón
24 may 2019 . Actualizado a las 14:03 h.De Ana González envidio dos cosas: su biblioteca y su innata capacidad de resistencia. La primera la conocí cuando hace un par de años me llevó a su casa para iniciarme en el apasionante mundo de las programaciones didácticas. De la segunda me ha venido dando sobradas muestras en el tiempo que llevamos tratándonos: cada vez que se caía o que la derribaban, se levantaba, se sacudía el polvo y seguía hacia delante con la determinación de quien sabe que los fines que persigue son los justos, los necesarios, los correctos. Donde muchos se arredran o rinden las armas sin condiciones, ella encuentra siempre algún estribo desde el que impulsarse aún con más empeño. Creció rodeada de cuatro hermanos y es cinturón negro de judo. Supongo que esas cosas imprimen carácter.
El otoño pasado alguien me preguntó qué me parecía eso de que Ana se pusiera ahora a aspirar a la Alcaldía de Gijón. Le respondí que no se me ocurría nadie mejor que ella para regir los destinos de este mascarón de proa orientado hacia el Cantábrico, y en mi razonamiento tenía mucho que ver todo lo que acabo de apuntar en el párrafo anterior. También Gijón es una ciudad que ha venido forjando su carácter a base de sobreponerse a cuantas adversidades le han venido poniendo el destino y la Historia por delante. También ésta fue durante muchos años una ciudad que no cejaba en su empeño de pertenecer a todas las personas que andaban por sus calles -las que habían nacido aquí, las que nos habíamos trasladado desde otros lugares de Asturias y de España, las que simplemente estaban de paso- y en diseñar para ellas un entorno que estuviera acorde con sus necesidades y sus aspiraciones. También Gijón tuvo que inclinar la cerviz hace ocho años y lleva gacha desde entonces, a la espera de que alguien con sus mismos arrestos le venga a recordar quién es, y a levantarla.
Hay tres cualidades de Ana que la convierten en la persona idónea para embarcarse en el objetivo por el que pelea en esta campaña electoral. La primera tiene que ver con sus ideas. Es una mujer de izquierdas, que ha reflexionado sobre lo que significa ser de izquierdas y nunca toma una decisión sin tener antes muy claro que es la mejor de las posibles. La segunda es su profundo conocimiento de todos los vericuetos administrativos: ha fungido en gabinetes ministeriales, en instancias autonómicas y en su despacho de consejera, y eso la ha convertido en una experta conocedora de esas junglas burocráticas en las que tan fácil es enmarañarse. La tercera es su exacta noción de la realidad: ha ejercido durante décadas como profesora de Lengua y Literatura en la enseñanza pública, y como ella suele repetir a menudo las aulas son la mejor escuela de vida que hay, el espacio en el que la sociedad se resume y se muestra en su estado más puro, el reflejo del hoy y el augurio del porvenir.
Podría decir mucho más, pero ella no es muy amiga de zalamerías -hace tiempo le envié un correo electrónico en el que le agradecía unas cuantas cosas, y aún estoy esperando respuesta- y con todo lo que llevo escrito creo que ya me he hecho acreedor de una colleja. Sólo decir que yo he aprendido muchas cosas a su lado, que la he visto alegrarse en los momentos buenos y entristecerse en los malos, que me ha echado alguna que otra bronca (todas merecidas) y que nos hemos reído mucho juntos.
Debo hacer una última afirmación que ustedes mismos podrán contrastar si se la encuentran por la calle y la detienen para hacerle una pregunta o charlar unos minutos: Ana es de fiar. No les dirá nada que no crea firmemente ni hará promesas que sabe que no podrá cumplir. Mantiene los dos pies en la tierra porque así ha vivido siempre y porque sabe que sólo de esa forma se puede levantar la vista al cielo con aplomo. Ana es de Gijón, porque esta ciudad es de todas las personas que quieran vivirla, y Gijón es de Ana, porque ella es la mejor alcaldesa con la que podríamos soñar tras el largo marasmo impuesto por los acólitos del tardocasquismo. Hace unos días la escuché decir en un mitin que ella viene dispuesta a reinventar Gijón. Habrá quien piense que se trata de un simple eslogan electoral. Háganme caso si les digo que, si a Ana se le ha metido tal cosa en la cabeza, no deben tener la menor duda de que la llevará a cabo. Sólo hace falta que este domingo le demos nuestra confianza en las urnas. Y yo se la voy a dar porque, créanme, nadie se la merece más que ella.
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