En enero de 1903 las cigarreras de Gijón paralizaron durante nueve días la fábrica de tabacos tras imponerles la dirección cobrar menos. «¿Cómo vamos a resignarnos a morir de hambre?», justificaban
08 mar 2019 . Actualizado a las 19:29 h.Eran mano de obra barata y pretendieron que lo fueran aún más. «¿Cómo vamos a resignarnos a morir de hambre?» Así se expresaba, según recogen las crónicas de El Noroeste el 14 de enero de 1903, una de las 800 cigarreras que se negaron a callar y resignarse cuando en la fábrica de tabacos de Gijón se vieron obligadas a pasar a un trabajo peor remunerado. Protagonizaron la primera gran huelga de mujeres de Asturias y pusieron en jaque a la compañía y a la ciudad durante los nueve días que duró el conflicto, la mayoría de ellos negándose a trabajar.
A pesar de las amenazas de que la huelga les llevaría a perder su trabajo o incluso al cierre de la fábrica, algo improbable pero que fue uno de los argumentos esgrimidos por quienes desde luego no pasaban hambre para generar más tensión de la que ya había, culpando y obligando a las cigarreras a desistir de sus más que justas pretensiones. Sin embargo, no se amilanaron.
Las cigarreras ya habían protagonizado huelgas y protestas similares a lo largo del siglo XIX en otras fábricas de España para reivindicar mejores salarios y condiciones laborales. Eran muchas y estaban unidas. Fueron un ejemplo del movimiento obrero, y no solo femenino.
La compañía quería que cobraran la tercera parte del sueldo anterior
El 10 de enero de 1903, en Gijón, las 800 mujeres que trabajaban como pitilleras y empaquetadoras se negaron a asumir que iban a dedicarse solo al cigarro entrefino, pasando de los 80 céntimos que cobraban hasta entonces por cajetilla a percibir 45 céntimos. No iban a cobrar más que la tercera parte del sueldo anterior.
En la fábrica de tabacos de Gijón trabajaban de aquélla unas 1.600 mujeres. En El Noroeste relataban así lo ocurrido aquel primer día de huelga: «Las operarias del taller de cigarrillos se amotinaron ayer exigiendo que se les proporcionara para trabajar tabaco de mejores condiciones y una mayor cantidad. Como, al parecer, tal petición incumbía que se quitase a las operarias del taller de tabaco superior parte de la obra destinada a las mismas, el motín alcanzó a todos los talleres, armándose una algarabía de mil diablos entre todas las pitilleras».
Un día después, la crónica ya no hablaba de que unas y otras estuvieran enfrentadas. «Las operarias descontentas son unas 800, pero las otras suman unas 600 que hacen causa común con las quejosas y, si bien no solicitan nada, se negarán según todos los indicios a fabricar los pitillos origen de la cuestión. Como los ánimos están muy excitados, es probable que no acudan hoy al trabajo buena parte de unas y de otras, agravándose el problema si en breve no se encuentra una solución armónica».
«¿Qué van a hacer las pobres con 24 pesetas al mes?»
El día 12, no obstante, las mujeres aceptaron ir a trabajar a expensas de conocer la decisión adoptada en el consejo de administración de la compañía que se iba a celebrar ese día. «El pueblo entero estará al lado de las que para hacer valer sus pretensiones no se apeen del camino que el buen sentido y la conveniencia aconsejan», decía la crónica de El Noroeste, tomando parte en el asunto.
El día 13 de enero, llegaba un representante en el tren correo de Madrid a poner orden en la fábrica. Las cigarreras habían ocupado sus puestos sin trabajar, «guardando la mayor compostura». Se fueron sucediendo las reuniones, algunas en el elegante hotel en el que se alojó el responsable de Madrid. Con las cigarreras, a las que sirvieron chocolate, en la fábrica.
«¡Ay! señor, ¡tengo desde hace tres días toda la cabeza loca con este asunto!», respondía a un periodista de El Noroeste Etelvina Pola, la maestra del taller en huelga, cuando le preguntaba por la reunión de tan solo 15 minutos que había mantenido con el responsable de Madrid. «No acordaron nada. El conflicto sigue igual. Mis operarias no trabajan sin que se les quite del entrefino y mucho menos las empaquetadoras -decía la mujer-, ellas son en realidad las más perjudicadas. ¿Qué van a hacer las pobres con 24 pesetas al mes?»
Un sueldo alto para la época podía pasar de las 200 pesetas mensuales. Los hogares de las cigarreras eran humildes y las salas de la fábrica no guardaban ni siquiera las mínimas condiciones higiénicas. Empeorar su ya de por sí bajo salario no entraba en la cabeza de ninguna de ellas: «Nos dicen que tenemos que trabajar el entrefino, que no hay otro remedio que trabajarlo, y nosotras ¿cómo vamos a resignarnos a morir de hambre? Es necesario suprimir el entrefino, que no haya mas que superior y fino».
Le explican al jefe de Madrid que les sería imposible llevar el pan a sus hijos
Esta empaquetadora fue una de las 10 trabajadoras que se reunió con el jefe madrileño en un encuentro largo en el que le explicaron que, obligándoles a trabajar exclusivamente el entrefino, «les sería imposible llevar el pan a sus hijos», pues por mucha tarea que hicieran solo ganarían esas 24 pesetas al mes. Todas ellas salieron descontentas de la reunión, en la que también dejaron claro que estas condiciones (trabajar solo superior y extrafino) ya las habían intentado imponer sin éxito en otras fábricas de España y que, dada la importancia de la de Gijón, también en ella debería rechazarse.
No hubo acuerdo alguno y es cuando surgieron las amenazas de cierre del taller de las huelguistas e incluso de la fábrica entera. Las cigarreras mantuvieron su postura por reivindicar lo que consideraban «justo y entendible». Se intentó el ‘divide y vencerás’ también sin éxito y, al final, la empresa tuvo que reconocer que no quería cerrar nada y que tenía incluso previsto acometer varias reformas para higiniezar los talleres, aunque no dio su brazo a torcer hasta el día 20, que reabrió el taller de finos y entrefinos con la promesa de que se atenderían las reivindicaciones. Y también bajo la amenaza de que la que no se incorporara a su puesto de trabajo antes del día 25 sería dada de baja.
Se inicia otra huelga de mujeres en La Algodonera
Tras las presiones y las acusaciones recibidas por parte de la prensa y los políticos del Ayuntamiento de Gijón, con el alcalde a la cabeza, a lo largo de todo el conflicto y siempre vigiladas por las fuerzas del orden, el 19 y el 20 de enero las crónicas de El Noroeste reflejaban la verdadera «situación de ánimo» del «pueblo gijonés» ante «la actitud poco piadosa de la Tabacalera» y reconocía «la muestra de cordura» de las huelguistas. «Una vez restablecida la normalidad, es de esperar que no se repita gestión alguna para lograr que las justas pretensiones de las pitilleras sean atendidas y vean así recomendada su penosa labor en forma que evite nuevos conflictos».
En La Calzada, sin embargo, las mujeres de La Algodonera iniciaban otra huelga. Urdidoras, bobineras y tejedoras reclamaban lo mismo: que no empeoraran sus ya de por sí paupérrimos salarios.