













La compañía Títeres Etcétera exhibe en Feten su impresionante colección, que viaja desde los orígenes prehistóricos del teatro de sombras hasta los rudimentos del cine pasando por todas las técnicas y variedades de esta modalidad escénica
19 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Estuvieron vivos, contaron historias, danzaron y cantaron, invocaron dioses o fuerzas de la naturaleza, transmitieron sabiduría, divirtieron y se burlaron de todo, jugaron con la luz, la oscuridad y los sueños y ahora reposan unos días en Gijón. Desde la sombra de un hombre-bisonte arrancada de una estalagmita de la cántabra cueva del Castillo en Puente Viesgo hasta los rasgos ultrarrealistas de un rostro en látex; desde el fondo de la épica del Ramayana indonesio, tres siglos antes de cristo, escenificado en teatro de sombras hasta los rudimentos de la imagen en movimiento de la que nacería el cine; desde el popular guiñol obrero del XIX hasta la sofisticación de gigantescas marionetas grandes como elefantes, todo el arte y la magia del títere cabe estos días en la primera planta del Antiguo Instituto. Reposan inmóviles como piezas de museo, pero en su esencia está el movimiento que alguna vez los animó y que en cualquier momento podría volver a darles vida. Son las maravillas de la colección que desde hace más de dos décadas viene atesorando la compañía Títeres Etcéteras, ocupantes hasta este jueves de una de las sedes centrales de Feten 2019, que ha programado como parte de sus actividades la muestra De la caverna al cine: un viaje por el mundo de los títeres; una exposición que es también un homenaje a una compañía que ha estado en el certamen teatral gijonés «desde el primer año y desde el primer día».
Lo recordaba en la inauguración de la muestra Yanisbel Martínez, integrante de la compañía que visitó aquel Feten fundacional con Trans, algunos de cuyos títeres forman parte también de un recorrido cuyo origen último parte de lo que casi fue una revelación para Enrique Lanz, director de la compañía. Sucedió en Atenas en 1996. La compañía practicaba un tipo de teatro de títeres de corte contemporáneo y para público adulto, con un cierto desprecio por la tradición «desde el desconocimiento y la insolencia juvenil», pero se topó con una representación de títeres tradicionales indios cuyo colorido, vitalidad y profundidad arrebató a Lanz. A partir de ahí decidió ir investigando y coleccionando «todo lo que hay en torno a los títeres», incluyendo no solo piezas sino documentos audiovisuales que en no pocos casos registran vestigios únicos sobre una forma escénica, narrativa, ritual, festiva e incluso mágica que atraviesa todos los tiempos y todos los lugares del mundo.
«Como casi todas las cosas, esta colección nace del amor. El amor a la profesión y el amor por querer conocer las cosas a fondo, más allá de lo que se lee en los libros», explica Yanisbel Martínez. En ese afán, son muchos los kilómetros, los descubrimientos, las adquisiciones y los aprendizajes, una parte de los cuales se comparten estos días con el público de Feten. Algunas piezas -como la que reconstruye el momento en el que un hombre de hace entre 13.000 y 15.000 años «intenta amaestrar la luz» para hacer danzar en la pared de una cueva una figura semihumana-semianimal, forzosamente tienen que ser reconstrucciones.
El resto, son piezas auténticas con las que se ha querido transmitir la «variedad inmensa» de una manifestación que trasciende con mucho el arte. Máscaras de todo tipo -desde las que se usan para cazar hasta las que se emplean en rituales de fertilidad-; marionetas articuladas de piel de burro, antílope, búfalo o camello según la procedencia o el rango del personaje que representan; títeres corpóreos belgas, checos, franceses o italianos, desde las históricas piezas del XVIII veneciano hasta los mismos modelos que se siguen construyendo con impresoras 3D para uso familar: guiñoles para echar fuera la rabia, las críticas y las aspiraciones de la clase obrera del XIX; muñecos manipulables que en Mali servían para transmitir los conocimientos entre generaciones; linternas mágicas y enormes elefantes; piezas exquisitas del bunraku japonés como un maravilloso muñeco decimonónico que perteneció a la desmantelada colección de uno de los grandes apasionados del títere, el francés Jacques Chesnais... Las muchas caras de los pequeños y grandes seres animados por nosotros mismos hasta conferirles la ilusión de una vida propia, estos días, en una animación suspendida que, en cualquier momento, a su vez puede suspenderse para devolverlos a la existencia.