La subida de la temperatura o la concentración de hidrocarburos y metales pesados influyen en la supervivencia y en la reproducción de las especies marinas, incluidos los peces comerciales
11 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.Cambio climático y contaminantes varios, incluidos los microplásticos que no se ven pero que entran en la cadena alimenticia que incluye al ser humano, son dos de las grandes amenazas de los oceános que están modificando los ecosistemas en los que viven las especies marinas con consecuencias irreparables. «Los ecosistemas marinos, en términos generales, son muy sensibles y son más frágiles de lo que puede parecer», asegura el director del Centro Oceanográfico de Gijón, Javier Cristobo, que advierte de que son muchas las razones por las que una especie marina puede acabar desapareciendo del Mar Cantábrico o por las que su pesquería, si se trata de peces comerciales, quede prácticamente agotada como ya está ocurriendo.
«No todo se tiene que achacar a la sobrepesca. La pesca es necesaria; es un recurso económico muy importante para Asturias y hay que tratar de mantenerla en unos límites de sostenibilidad. Hay muchas otras cosas como la contaminación, el cambio climático o las especies invasoras que están incidiendo», deja claro Cristobo, que explica que en el Oceanográfico de Gijón, desde que abrió sus puertas en 2001, se participa en el proyecto Radiales que mide desde 1991 cuatro variables oceanográficas (temperatura, salinidad, nutrientes y oxígeno) y otras tantas de las comunidades planctónicas en cinco puntos localizados en Santander, Cudillero, A Coruña, Vigo y Gijón.
Es uno de los proyectos más productivos del Instituto Español de Oceanografía que, en 2012, editaba una publicación titulada Cambio climático y oceanográfico en el Atlántico Norte de España en la que ya se constataba que el calentamiento detectado tanto en el continente como en la superficie del mar era compatible con el registrado a escala global, especialmente acelerado en las últimas décadas. Así, si desde principios de los años 80, las tendencias mundiales de calentamiento en superficie son de 0,20 grados centígrados cada década, este proyecto que comenzó en los 90 recoge valores comparables para el Mar Cantábrico. En el caso de las zonas más profundas, de hasta 1.000 metros de profundidad, la tasa media desde 2009 superaba los 0,20 grados por década.
«Las especies marinas no van a tener una supervivencia como la que tenían»
Esto ha provocado que las aguas del Cantábrico hayan pasado de un clima templado frío a templado caliente. «La temperatura va aumentando a causa del efecto invernadero y esos pequeños cambios de décimas significan que, de media, en periodos determinados, la temperatura aumenta varios grados. El ser humano es capaz de vivir entre rangos de temperatura desde muy bajos a muy altos, pero las especies marinas no», advierte Cristobo, que añade que fuera de unas condiciones muy particulares de temperatura, salinidad o presión no pueden sobrevivir.
«Esos rangos son más estrictos en cuanto los variamos un poco ya que, lógicamente, las especies no van a tener una supervivencia como la que tenían», explica, indicando que existen especies que se reproducen a una temperatura determinada y, si aumenta unos grados, las larvas ya no tendrán una supervivencia del 100%: «Se quedarán en un 70% y eso ya es una disminución importante».
Además, desde hace un par de años, también se recogen muestras de temperatura en la playa del Arbeyal que confirman que la temperatura mínima siempre va aumentando. En 2016, apenas bajó de 12 grados. «Donde se más se nota el incremento de la temperatura es en las estaciones de alta mar, aquí influye mucho el tiempo que haya hecho», explica Cristobo. Además, a la playa llega un regato de agua dulce que, por ejemplo, con el frío que ha hecho este invierno ha bajado grados en las muestras recogidas más recientemente.
España, poca inversión contra el cambio climático
Lo importante en cualquier caso es que este proyecto, como tantos otros a nivel global, constata ese calentamiento a través de series temporales que permiten tener datos fiables y con rigor científico. «Algunos dirigentes nacionales e internacionales todavía a estas alturas no creen o no quieren creer, por los motivos que sea, en el cambio climático. Pero es una constatación», insiste el director del Oceanográfico de Gijón, que lamenta que en España no se esté invirtiendo demasiado contra el cambio climático pese a que «está teniendo y va a tener consecuencias, muchas de ellas todavía imprevisibles».
Pone ejemplos. «Ya se está viendo que el aumento de la temperatura tiene implicaciones en las supervivencia, en la reproducción y en el aumento de stocks de todas las poblaciones de especies marinas. Teniendo en cuenta que el mar tiene un efecto amortiguador del clima e incluso de absorción de los gases de efecto invernadero, el impacto que pueden tener pequeños o grandes cambios en las especies marinas se está estudiando en estos momentos», dice.
Especies alóctonas que ocupan los nichos de las autóctonas
También recuerda que, como consecuencia de esa subida de la temperatura, están desapareciendo las grandes praderas de algas pardas, principal fuente de alimento para diversas especies marinas, del fondo del Mar Cantábrico y del norte de España. «A poco que las condiciones climáticas varíen y sean un poco más altas, esas especies que ya estaban casi al límite de la zona en la que pueden vivir van desapareciendo y, con ello, se empobrecen los ecosistemas bentónicos», indica. El bentos lo forman los organismos que habitan el fondo de los ecosistemas acuáticos.
«A veces nos parece que en lo que está debajo de la superficie no cambia nada porque no lo vemos pero las cosas están cambiando. Hay especies alóctonas que están viniendo de otras latitudes y van ocupando los nichos ecológicos que tenían las especies autóctonas», pone como ejemplo. Es el caso del pez ballesta, «que es una especie que viene de Canarias y que hace décadas prácticamente estaba apareciendo, y ahora es mucho más habitual verlo». O del cangrejo azul que hace años aparecía en el puerto de Gijón. Sin embargo, esta especie que ya ha colonizado el Mediterráneo «sigue siendo difícil de encontrar y, afortunadamente, hasta ahora no ha tenido un gran impacto sobre las poblaciones».
La costera del bonito migra cada vez más al norte
La anchoa, tan característica del Cantábrico, es una de las especies cuya pesquería quedaba hace unos años colapsada, que es el adjetivo que se utiliza cuando las capturas están muy por debajo de sus niveles históricos con independencia del esfuerzo de pesca que se lleve a cabo. «La anchoa tuvo un colapso importante y, sin embargo, ahora se estaba recuperando la pesquería. En todo caso, esto es más exagerado en especies migradoras, que son las que no están permanentemente en un banco de pesca, sino que se capturan cuando pasan por nuestras costas. A veces, las razones por las que desaparecen es porque su migración, debido al cambio climático, se hace mucho más al norte». Cristobo pone como ejemplo la costera del bonito, que cambia con frecuencia de zonas de pesca porque «está migrando muchas millas al norte de lo que venía siendo habitual en busca de alimentación y de aguas más frías».
Otra amenaza de los océanos que últimamente está «muy en boga» son los microplásticos que provienen de muchas prendas de vestir y de otros objetos que se utilizan cotidianamente. «No es lo mismo que la contaminación de botellas y otros objetos de plástico que vemos en las playas. Los microplásticos son de tamaño microscópico y, pese a que casi no se vean, entran en la cadena trafica (alimentaria) desde las especies más pequeñas», explica Cristobo, refiriéndose al plancton del que se alimentan los peces que, a su vez, son alimento para otras especies mayores, incluidos los seres humanos. «Los microplásticos y otros contaminantes están en proporciones cada vez mayores en el medio marino y eso tiene consecuencias, primero, para la supervivencia de las larvas de todas esas especies, incluidos los peces comerciales, y, segundo, para la especie humana que se alimenta de esas especies».
Concentraciones de contaminantes con efectos letales para las larvas
Cristobo, respecto a los plásticos que sí se ven cuando las mareas los arrastran a la arena de algunas playas asturianas, recuerda que «todo lo que tiramos al suelo y lo que se cae de una papelera tarde o temprano llega a la costa y ahí nadie lo recoge». Pero en la mar se encuentran residuos de todo tipo. «Hay contaminantes como los hidrocarburos y los metales pesados que no solo proceden de los barcos, sino también de la costa. Cuanto más cerca de la costa, las especies están más influenciadas por los efectos antropogénicos (del hombre). Todo lo que se vierte a los ríos también tarde o temprano llega al mar y, cuanto más cerca de la costa, hay mayores concentraciones de contaminantes que en alta mar y en las grandes profundidades. Sobre todo son contaminantes que tienen efectos letales, no a lo mejor para las especies de gran tamaño, pero sí para la supervivencia de las larvas», explica.
Pone otro ejemplo: «El besugo, con una concentración determinada de metales pesados, no se muere porque aguanta esa contaminación, pero cuando se reproduce la misma contaminación en sus larvas puede ser tan letal que un tanto por ciento elevado de ellas no llegue ni siquiera a juveniles». De hecho, recuerda que hace décadas el besugo era una especie muy abundante y «los besuguitos pequeños que se pescaban en el litoral eran muy frecuentes». Ahora, el besugo «es una especie que se pesca poco cuando antes las poblaciones eran mucho mayores».