La renuncia a convertir el edificio en un centro museístico sobre la ciudad pospone una vez más el problema de divulgar y dar vida al rico patrimonio de los fondos municipales
03 jun 2017 . Actualizado a las 10:33 h.El pasado jueves, Carmen Moriyón presentaba el nuevo proyecto para el edificio de Tabacalera, un complejo multiusos -con subrayado, por igual, en ambas palabras- al que le espera aún al menos un mes de revisiones y debates, pero del que salvo un cambio general de opinión menos que improbable hay un uso que queda ya descartado. La regidora describió como «museo de bellas artes» eso que Tabacalera ya no será. Pensaba sin duda en el grueso de los fondos municipales que, en su día, se quiso alojar en el venerable edificio de Cimavilla. Pero el descarte al que se ha llegado al cabo de siete años de ideas, concursos, olvidos, debates y reformulaciones aún por ver, en realidad ha sido el de un proyecto que aspiró, en su primera concepción, a albergar algo más que las obras de arte propiedad de la ciudadanía gijonesa. No un museo de bellas artes: un «museo de la ciudad», concebido tanto para el uso de los propios como para la ilustración de los ajenos sobre la bimilenaria historia del concejo.
Poner en marcha esa suerte de «macrocentro de interpretación» del ser gijonés puede que no haya sido percibido nunca como una urgencia, por muy conveniente que llegase a parecer en algún momento. Pero sí urgía, bastante antes de que la tabaquera Altadis abandonase su histórica sede gijonesa con la llegada del siglo XXI, la conservación, el acomodo y la dinamización de los ricos fondos patrimoniales alojados en el Museo-Casa Natal de Jovellanos. Los responsables municipales de cultura eran muy conscientes desde años atrás de la insuficiencia de la casona familiar del prócer, tanto para la custodia como para la divulgación de ese patrimonio; las «sisas» tiraban, y la enorme magnitud del volumen que de pronto quedaba libre a un paso, en el viejo convento de las Agustinas y sus reformas y suplementos, debió de antojárseles un regalo de los cielos.
Necesidad primordial
El proyecto se estructuró, así, sobre esa necesidad primordial. Fue la propia elocuencia histórica de un edificio que contiene toda la historia de Gijón desde su fundación romana hasta la industrialización y algo más allá, la que hizo crecer además en torno a esa primera necesidad el plan museográfico para el cual se concibió el arquitectónico que ganó el concurso en 2010. La aparición, en 2008, en el interior del edificio del aljibe romano que ahora estará, de algún modo, en el centro de todo el complejo, reforzó esa museografía de corte histórico, ahora limitada a una planta dedicada a la interpretación del edificio en sus vestigios arqueológicos e industriales.
Respecto a la parte expositiva, ocupaba la mayor parte del edificio concebido por Román Villasana, Carlos Pereda, Óscar Pérez e Ignacio Olite: 3.027 metros cuadrados en el edificio de Tabacalera y otros 1.174 para la construcción anexa de nueva planta donde se acarició el acomodo del actual museo Piñole (algo ciertamente complicado, dadas las condiciones impuestas por su heredera, Enriqueta Ceñal, que exigió que toda la colección permaneciese en su sede original del antiguo Asilo Pola). Además, se preveía un centro de documentación de casi 380 metros cuadrados y un taller de restauración de unos 100. Pero -recuerdan quienes aún miran ese proyecto como el más apetecible- eso no significaba que el nonato «Museo de la Ciudad» fuese a ser un museo de bellas artes; ni siquiera un museo convencional, meramente expositivo; un expositor inerte o una mera colección de cuadros, como se ha criticado desde el primer momento por parte de quienes se opusieron a lo que veían como una especie de mausoleo local sin posibilidad de interacción con la ciudadanía. Y además, en un barrio con una endémica falta de servicios municipales.
Un patrimonio vivo y dinamizado
El argumento en el que siguen insistiendo quienes acogen con desilusión el contenedor multiusos en que ha derivado el proyecto en 2017 es que la responsabilidad de las autoridades municipales, y en particular las culturales, es la conservación de ese patrimonio y la búsqueda de medios para mantenerlo vivo y disfrutable. El Museo-Casa Natal de Jovellanos alberga solo una pequeña parte de las 4.739 obras -438 de ellas en depósito- que integran los fondos municipales. Y de ellas, exhibe aún menos. El resto, se conservan en la nave de la antigua fábrica de cerámicas Piti, en Leorio. Su preservación está allí perfectamente garantizada, pero son piezas que, en su mayoría, no existen para el público, salvo cuando se las saca de la animación suspendida para rotaciones y muestras puntuales como la prevista para el próximo mes de julio en el Centro de Cultura Antiguo Instituto.
No solo se trata de artes plásticas, y pintura más en concreto, sino también de artes industriales y decorativas, fotografía, fondos documentales, bibliográficos y hemerográficos, y otros relacionados directamente con Jovellanos, que iba a disponer de su propio espacio expositivo en Tabacalera en el proyecto inicial. Y no solo se trataba de airear los fondos de la Casa Natal, sino también de descongestionar la casa misma para dedicarla a funciones más relacionadas con un centro de estudios de la Ilustración que con una casa-museo propiamente dicha.
Nada de eso va a suceder ahora. El problema se posterga sine die y queda paralizada la posibilidad de reconducir a un ámbito más adecuado que el pequeño museo jovellanista el flujo de visitantes que registra este último centro, el más concurrido de toda la red municipal. Solo el pasado año, 40.000 personas -en su mayor parte, turistas- pasaron por él, atraidos por su centralidad y su posición estratégica, que el proyecto de 2010 confiaba en transferir un poco más arriba, hacia la plaza de Arturo Arias donde ahora Tabacalera será ya cosa muy distinta a cualquier versión de un museo.