«Tenemos que cuidar el planeta como nuestra casa porque es nuestro hogar»
Charlamos sobre arte y sostenibilidad con la pintora Mónica Dixon, quien ha volcado todo su quehacer artístico en Asturias
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«Mis obras transmiten inquietud y misterio o paz y tranquilidad. Pero yo no decido. Lo que comunica el cuadro es muy personal»
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«Hay que cambiar mentalidades. No necesitamos tanto, seguiremos consumiendo pero tiene que ser de una manera más inteligente, no a lo loco».
La pintora Mónica Dixon (Marlton, New Jersey, 1971) lleva toda una vida «de acá para allá». Nacida en Estados Unidos de madre asturiana y padre norteamericano, a los seis años se trasladó a Oviedo, donde pasó toda su infancia y parte de su adolescencia. Cursó en Estados Unidos el último año de instituto y la carrera de Bellas Artes. Se licenció en la Universidad de Rutgers (New Jersey) con mención de honor en dibujo. Volvió definitivamente a Asturias en 1997. A lo largo de su carrera, ha expuesto a ambos lados del Atlántico. Actualmente tiene activas dos exposiciones: una en el municipio asturiano de La Caridad y otra en París.
Nacida en New Jersey, infancia en Asturias, estudios en New Jersey, de nuevo en Asturias. ¿Siente que pertenece a ambos lados?
—Sí. A la vez soy de ningún sitio y de los dos. Me siento muy asturiana y muy norteamericana, porque tengo raíces en los dos lados.
¿Ese estar en ambos lados ha marcado su obra de alguna manera?
—Yo creo que sí. Yo era bastante introvertida de adolescente y tenía esa sensación de soledad, de echar siempre algo de menos. Cuando vivía aquí, siempre echaba de menos lo de allí; y cuando estaba allí echaba de menos España, quizá algo más porque aquí fue donde me crié. Esos siete años que viví allí estaba fuera, en un apartamiento con amigos, ya es otra vida. No sé si en España hubiera sido lo mismo. Allí por costumbre la gente vuela del nido antes. Mis casas solitarias, esa arquitectura tradicional estadounidense, viene un poco de eso. Como llevo muchos años aquí empecé a pintar esas casas un poco por el arraigo que tengo allí. Siempre que pinto esos paisajes me traslado un poco allí. Mientras lo estoy pintando me pongo mi música rock, me pongo muy en mi ambiente, en eso soy muy americana.
¿Cuándo descubrió su vocación? ¿Muy temprano?
—Mi abuelo materno, a quien no conocí, pintaba. Yo estaba rodeada de cuadros del abuelo y, aparte, mi madre, cuando yo era pequeña, pintaba a la acuarela. Lo hacía muy bien pero quizá no tenía esa pasión que luego tuve yo para dedicarme a ello. Tuve interés, y a los 13 años me mandaron a una academia particular en Oviedo.
La idea de dedicarse al arte siempre despierta cierta reticencia en las familias. ¿Usted la tuvo?
—Un poco sí. Al principio tienes un interés, te apuntan a la academia. Dibujaba bien como muchos. Luego se hizo más serio y a la hora de estudiar tenía varias cosas en mente como diseño de interiores, también se me daban bien los idiomas y pensé en hacer algo, pero me seguía tirando la pintura, y decidí hacer Bellas Artes, y no es que me hayan dicho «no lo hagas» pero tampoco hubo una gran emoción. Me imagino el típico miedo de los padres, siempre se habla de lo difícil que es el mundo del arte en general, sea música, literatura, pintura o cine. Pero bueno, yo me tiré a la piscina y estudié mis cinco años de Bellas Artes, con buena nota, me dieron un par de becas, un premio en la Universidad, y eso me animó.
¿Tuvo alguna obra que le llamara la atención hasta el punto de pensar en dedicarse a ello?
—Siempre. Cuando iba a museos, París, al Prado o al Museo de arte de Filadelfia, hasta el olor a pintura me quedaba. Siempre me emocionó ver pintura en museos. Yo veía imposible ser como esos grandes maestros o maestras, pero a la vez me motivaba y me decía, si ellos pudieron por qué no. Yo cuando estudié no sabía si dedicarme a esto. En España, en 2004 me dije «voy a dedicarme de lleno». Me animé porque vendía cuadros.
Sus dos temas, las casas solitarias y los interiores, hablan de la soledad y el vacío pero también de invitación al sosiego y a la calma en un mundo acelerado y lleno de ruido. ¿Qué hay de uno y qué hay de otro?
—Quizá sí hay de las dos cosas. Cuando pinto quizá tenga un poco que ver mi estado de ánimo. Por ejemplo, con las casas solitarias la atmósfera puede ser más melancólica o más alegre, depende del tipo de luz. Y eso quizá se pueda transmitir después a la persona que lo vea. Yo no pienso en qué va a transmitir mi obra, tanto los interiores como los paisajes. Yo, simplemente, los trabajo y me meto en ellos, me siento de una manera, emocionada por estar pintando, y luego ya lo que transmito a la gente es libre. Algunas personas tanto con los interiores como las casas les transmite inquietud, un poco de misterio, pero la mayoría de las veces transmite tranquilidad, paz. Pero yo no puedo decidir. Lo que comunique el cuadro es muy personal.
¿Hace falta más calma? ¿Vamos demasiado acelerados?
—Hay que reflexionar más, ahora va muy rápido todo, hay mucho ruido, mucho entretenimiento mental inútil, y considero importante pararse, sentarse y observar. Puedes observar un campo, una montaña o una obra de arte en silencio y reflexionar un pelín. Parar y estar un poco en silencio. Respirar un poco tranquilos, que ayuda a continuar en este mundo tan caótico. No sé muy bien hacia dónde vamos tan acelerados, con tanta prisa. En dos días, lo que ayer era nuevo hoy está caducado y ya no vale.
¿Hay que cambiar esa dinámica?
—Yo sufro mucho viendo el consumismo imparable por el que todavía se aboga. La obsolescencia programada me parece una aberración, que se sigan haciendo así las cosas, sabiendo lo que sabemos. Las cosas no desaparecen ni se desintegran porque desaparezcan de nuestra vista. Se tiran a la basura y se lo llevan y como no lo vemos ya no existe. No es verdad, no se desintegra, es que va a otro sitio. De hecho, ya conocemos todos las islas de basura que existen en los océanos, muy grandes por cierto. Yo lo que pienso muchas veces es que fabricar algo es una futura basura. Eso va a ser basura un día. Mañana, dentro de un año, son cosas y cosas y no da tiempo a absorberlo todo.
¿Y por dónde empezamos ?
—Cada uno debe hacer lo que pueda.Yo conozco a gente que aún no recicla. A mi me revuelve un poco las tripas. Nosotros reciclamos, incluso a veces hago mis pequeñas esculturas con material reciclado: cartones de leche, de cualquier caja, papeles de galletas. No soy una fábrica de reciclado pero lo que sí hago es guardar muchas cosas para luego hacer paquetes cuando tengo que enviar cuadros a algún sitio. Procuro guardar y reciclar y no desaprovechar demasiado las cosas. Gracias al reciclado hemos mejorado mucho también pero creo que hay un camino, muy largo todavía, de concienciación.
¿Cree que el arte puede ser un vehículo de concienciación?
—Ojalá. Siempre que esté en la mano de una, sí, hay que intentarlo. Agradezco esta entrevista porque me da la oportunidad de poder hablar de ello e intentar a mi manera que se conciencie un pelín más de lo importante que es.Yo hice una serie que se titula «Our Planet, Our Home» (Nuestro planeta, nuestro hogar). Tenemos que cuidar el planeta como nuestra casa porque es nuestro hogar. Por eso me parece increíble que no sea el problema o la inquietud número uno del ser humano hoy en día.
Reciclar, reutilizar, reducir. ¿Con cuál de estos tres aspectos se queda?
—En principio, lo más importante es reducir. Porque ya no se da abasto para reciclar. Habría años para reciclar las cosas de hoy y de ayer. De momento, reducir, porque cuanto más haya más hay que reciclar. Soy consciente de que no se puede reciclar todo aunque se ha avanzado mucho hoy día pero queda un largo camino. Hay que cambiar mentalidades. No necesitamos tanto, seguiremos consumiendo pero tiene que ser de una manera más inteligente, no a lo loco. Y, con la pintura, soy consciente de que genero residuos. A ver si se inventa un día una pintura que contamine menos o que no contamine. Yo guardo los botes y los llevo al punto limpio. Procuro hacerlo bien o lo mejor posible, aprovechar todo lo que puedo. Lo importante es reciclarlo todo. A la basura no va nada.