De Venezuela a Lugo para dar clases de ballet: «He bailado en Moscú o en Bucarest, pero enseñarle lo que sabes a una niña es insuperable»
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Anthony Brenner, de 33 años, inaugura en octubre una academia en Augas Férreas para transmitir sus conocimientos tras una exitosa carrera como bailarín. «En Rusia, el ballet es como el fútbol, los teatros son como palacios», recuerda
14 sep 2024 . Actualizado a las 17:58 h.Anthony Brenner, a sus 33 años, ha bailado en medio mundo. Y esta expresión no es tan exagerada como pueda sonar. Venezolano de nacimiento y gallego de adopción, lleva desde los 17 años dedicándose de manera profesional a la danza. Hasta el 2019, como artista. Desde entonces, como maestro. La vida lo ha llevado a Lugo tras más de una década viajado de teatro en teatro, compartiendo con el mundo un espectáculo que le ha dejado unos recuerdos imborrables.
Anthony se trasladó a Caracas desde su provincia de nacimiento siendo un adolescente. Durante siete años, trabajó en una compañía con la que apenas tenía unas cuantas actuaciones cada curso, pero que le permitió cruzar el charco y conocer lugares que quizás jamás habría visitado sin el ballet. Su familia llevaba años viviendo en España cuando él, con 28, decidió seguir su camino. Llegó a Galicia y comenzó una nueva carrera, esta vez como profesor. Transmitir lo que él había aprendido durante casi dos décadas pasó a ser su prioridad. Y no parece que le vaya mal.
Primeros reconocimientos como profesor
«En Galicia, aunque hay movimiento de danza y conservatorio, de ballet hay muy poquito. En Lugo han salido buenos alumnos y es importante que haya algo así, porque normalmente no queda otra que irse a ciudades grandes», reflexiona Anthony. Recientemente, dos de sus alumnos en un club de Lalín (Pontevedra) lograron clasificarse para un campeonato europeo. En apenas unas semanas, los acompañará a Roma para competir. «He conseguido premios como bailarín, pero lograr esto es otro tipo de satisfacción. Vivirlo desde el otro lado es una sensación tremenda también para mí», reconoce.
«Trato de que les guste la danza. Si empiezas a los cuatro años, en realidad vas a ballet porque te apuntaron tus padres. A esa edad casi ni entiendes lo que es. Es vital que le cojan cariño, porque es exigente conforme vas creciendo», apunta el monitor. Anthony ha trabajado en gimnasios y en academias dando clase a todo tipo de usuarios. Por eso, sabe que cada persona es un mundo y no todas tienen las mismas aspiraciones. «He tenido de alumnas a mujeres mayores que habían hecho ballet de niñas y que se habían vuelto a apuntar para recordar esa época. Para ellas es como revivir un sueño de la infancia», asegura.
«Verse con el tutú y sobre puntas... Para ellas es lo máximo»
Anthony, que aboga por atraer a todo tipo de público al ballet, reconoce que sigue siendo una disciplina principalmente copada por niñas de corta edad. «No sé. Quizás sean las películas. O verse con el tutú y sobre puntas... Para ellas es lo máximo, y lo cierto es que siguen siendo mayoría», dice.
El exbailarín reivindica la danza y el ballet en concreto como un trabajo más. «Pienso que la gente no lo ve como una profesión. La mayoría dice: ‘Mira la niña, que va a bailar'. Pero es una forma de ganarse la vida, no solo un juego. Yo siempre animo a muchos padres y madres a que apunten a sus hijas al conservatorio si les veo potencial. Hay una carrera posible. Eso sí, si quieres vivir de esto vas a tener que salir de Lugo, de Galicia y seguramente de España», defiende.
El ballet en Rusia, deporte nacional
Su pasado de bailarín le ha servido como una experiencia que muchos desearían para ser ahora maestro de las nuevas generaciones. Y es que Anthony, durante sus mejores años, no fue un cualquiera. «Con 21 años, me fui a Bucarest a bailar durante unos meses. Estuve en Bulgaria, Canadá, Cuba, Panamá… Y en Moscú. Aquello fue una experiencia increíble. En Rusia se vive en ballet como aquí en fútbol. Había bailarinas en las marquesinas de los autobuses, en los logos de los bancos, en el metro… La gente va al teatro masivamente. Y es que son palacios», recuerda.
Muchos de esos viajes fueron gracias a su maestro en Caracas, un entrenador búlgaro que lo llevó a descubrir el mundo. «La ilusión que tenía con 20 años era total. Me atrevía a todo. Si me decían de ir a Rumanía, iba sin pensarlo. ¡Y no sabía ni dónde estaba!», asegura. Anthony llegó a ganar premios en certámenes como el de Berlín, considerado una especie de Juegos Olímpicos del ballet. «Luego estuve cuatro años trabajando en una compañía argentina. Recorrimos todo el país y ahí sí que fue algo más estable. Fue lo último que hice allá antes de venir a Galicia», rememora.
Dos hermanos y un destino: la danza
El bailarín venezolano empezó su carrera más tarde de lo habitual, a los 12 años. «Mi hermano se había apuntado un tiempo antes y su maestra le había preguntado si conocía a alguien que quisiese ir con él, porque les hacía falta gente. Les dijo que tenía un hermano pequeño y ahí empezó todo. Las primeras semanas íbamos en secreto, sin decirles nada a nuestros padres. Y los dos terminamos siendo bailarines, él de bachata en Madrid y yo de ballet en medio mundo», afirma.
Anthony empezará a impartir clases este mes de octubre en la academia Victoria Gil, junto a la Praza de Augas Férreas, en Lugo. Lleva años enseñando ballet a pequeños de Lalín, Chantada, Rábade o Cospeito, pero esta aventura le hace especial ilusión. «Actuar en los mejores teatros del mundo es genial, pero la satisfacción de enseñarle todo lo que sabes a una niña y ver cómo mejora poco a poco es insuperable», termina.