El corverano Guillermo Barbón emigró al país galo en 2015 por las buenas ofertas deportivas
26 mar 2019 . Actualizado a las 13:30 h.El balonmano es la pasión del corverano Guillermo Barbón, y por ella emigró a Francia en 2015. Las buenas ofertas deportivas que le ofrecían desde el país galo fueron el principal motivo para hacer las maletas y cruzar los Pirineos. Su amor por el balonmano le vino a muy temprana edad: con cinco años ya formaba parte del Balonmano Corvera, el equipo de su hogar en el que inició una carrera que le ha llevado a tierras galas. Una trayectoria que llega a su fin, y cuya etapa final el corverano la quiere disfrutar en el país que le vio madurar como jugador.
Su etapa deportiva en el club en el que dio sus primeros pasos en el mundo del balonmano tuvo fecha de caducidad. Con 16 años, su siguiente paso tuvo lugar apenas 20 kilómetros de su hogar. El Balonmano Naranco fue el destino de el que entonces era un joven que trataba de hacerse un hueco en las competiciones nacionales. Cuatro años después de su llegada al club de la capital del Principado, recaló en el Ciudad de Logroño, donde estuvo hasta 2006, período en el que logró el ascenso a la liga Asobal. Su siguiente equipo fue el Anaitasuna, en División de Honor B, donde apenas estuvo una temporada, yéndose en 2007 al Balonmano Toledo, donde estuvo a caballo entre la liga Asobal y la División de Honor B. En 2012 llegó al Academia Octavio Vigo, donde militó medio año de 2012, jugando la liga Asobal y la Copa del Rey. Cantabria fue su siguiente destino, recalando en el Balonmano Torrelavega, donde jugó en División de Honor B de 2013 a 2015, año en el que comenzó su aventura francesa. Tras una temporada en el Thuir Handball (2015-2016), recaló posteriormente en su actual club, el Union Sportive Saintes Handball.
Su adaptación a su nueva vida en Francia no fue nada fácil. Sin haber estudiado el idioma en su vida, tuvo que asimilar las costumbres francesas y un horario totalmente distinto al español. A pesar de esta situación, pudo sobrellevar los complicados comienzos en Thuir, donde tuvo lugar su primera experiencia deportiva en este país, gracias a que en esta localidad vivía un amigo suyo español. «Además, esta ciudad se encuentra cerca de la frontera y por aquella zona había mucho español y estaban habituados a hablarlo. Por otra parte, el hecho de que mi pareja viniera conmigo hizo que fuese todo más fácil. El club se comportó genial con nosotros», explica el corverano.
El idioma no fue lo único que marcó al asturiano en su proceso de aclimatación a las costumbres francesas. El horario, la forma de ver los conflictos y la calidad de vida fueron son los aspectos de la rutina diaria del país galo que más sorprendieron al jugador de balonmano. «Sus horarios son tan diferentes a los nuestros... Además, me llamó la atención lo políticamente correctos que son. Por otra parte, la calidad de vida es mucho mas alta que en España», comenta.
A pesar de haber pasado casi 19 años fuera de su tierra, sigue mirando con mucho cariño al Principado. «La tira tierra mucho», afirma. Pero lo que más extraña de su región natal es su gente, las playas asturianas, las montañas de la región, las costumbres, la manera de ser y, sobre todo, la gastronomía. Por ello, cada vez que puede, carga su vehículo de productos asturianos ya que, considera, «los franceses no es que coman muy bien». A pesar de esta cuestión, muchos aspectos de la vida diaria francesa son muy elogiados por el asturiano. «La educación y la seguridad social que tienen aquí son muy buenas. Aparte, está el tema vacaciones, que en Francia hay bastantes», explica. Sin embargo, echa en falta la vida en la calle que hay en Asturias, el ambiente festivo popular. «A las diez de la noche no hay un alma en la calle: son muy caseros, de celebrar todo en casa. No hay esa tradición de folixa y la costumbre de ir de cañas por la calle como hay en el Principado», afirma.
La afluencia asturiana en Saintes es nula, y para poder conocer gente de su región natal debe ir a Burdeos. «A 100 kilómetros a la redonda no hay ningún asturiano» apunta. Por ello, el corverano se ha convertido en predicador de la cultura asturiana en su localidad de residencia, y enseña las costumbres y señales de identidad más conocidas del Principado, como la fabada y el cachopo, «que alguno ya han probado». Aunque Barbón se afana en tener muy presente su tierra natal, el paso del tiempo lejos de ella le hace emocionarse cuando se acuerda de Asturias. «Ya tengo callo de estar mucho tiempo fuera de la tierrina, pero con el paso de los años cuesta más sobrellevar la distancia. Cuando veo algún vídeo de Asturias, o de mi familia y amigos, no niego que suelte alguna lagrimina», confiesa. Una tierra que, aunque pase los años, no ha visto cambios en ella en los viajes de vuelta que el corverano ha realizado con motivo de fiestas como la Navidad. «No cambia, y eso me encanta, saber que todo sigue igual: mis sitios de desconexión, mis lugares de visita, que son aire puro para los pulmones... Recargamos pilas gracias al paraíso», explica.
Con cerca de 35 años, y una larga carrera deportiva, el asturiano ve cerca la fecha de caducidad de su trayectoria en el balonmano. Un punto y final que quiere que se produzca en España. «Por desgracia mi futuro de jugador profesional de balonmano tiene fecha de caducidad y está cerca. Quiero terminar mi carrera de la mejor manera: lo ideal seria jugando en Asturias, pero tengo a mi pareja y mi casa en Logroño, por lo tanto, todo va encaminado a terminar allí» comenta. Aunque lamenta que, en caso de cerrar su etapa deportiva fuera del Principado, esto signifique «no poder ver el Cantábrico a diario», el asturiano considera que esto es ley de vida. Con Asturias «tatuada en la piel con la Cruz de la Victoria», Barbón apura sus últimos años en un deporte en el que con cinco años ya apuntaba maneras.