Dos empleadas en el núcleo gestor de la matriz de Duro Felguera cuyos padres y abuelo ya formaban parte de la empresa relatan sus sentimientos y su diagnóstico sobre la crítica situación de la firma
08 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Cuando Rosa Estébanez y Susana Santos dicen que sienten Duro Felguera como su empresa, que la viven y les duele como cosa suya, no están exagerando. No se refieren simplemente a los 26 años y 25 años que, respectivamente, llevan trabajando en la firma; hablan de una vinculación que va más allá incluso de sus vidas y salta a otra generación de sus familias. La primera de ellas es hoy responsable de Tesorería como su padre lo fue de Recursos Humanos, y su abuelo fue obrero en uno de los talleres de la vieja Duro; la segunda, letrado asesor de la Dirección Jurídica, recuerda que su padre «se dejó la vida por Duro Felguera». Y tampoco exagera: el ictus al que no sobrevivió le sorprendió trabajando en su oficina de Director Financiero. Todo ello explica el desasosiego y la indignación con la que ambas están viviendo desde las tripas mismas de la empresa una situación que resumen en un solo adjetivo: «Fatal».
La suya no es sin más la angustia de quien se consideraba a salvo en un seguro navío empresarial y avista una seria posibilidad de naufragio laboral. «Lo que nos sangra es la empresa, no nuestra situación personal. Yo ya me las arreglaré si las cosas no van bien, ya se verá; pero no puedo soportar que esta empresa se venga abajo. Nos duele el alma. Es una implicación profesional, personal, sentimental…», insiste Susana Santos que, casi como quien habla de la propia biografía familiar, asegura que «las dos podemos contar la historia de Duro Felguera desde que se constituyó».
«Yo tengo hasta un facsímil de la escritura de constitución. Conocemos todo lo que ha pasado: cuando en el 68 todos los activos se traspasaron a Hunosa, cuando había 30.000 trabajadores, cuando teníamos Naval Gijón... Sentías los colores, decías que eras de Duro Felguera con orgullo», recuerda la empleada del departamento jurídico. Ahora lo vive como muy distinto: «Sientes casi vergüenza. Vemos que proveedores que ya no quieren trabajar con nosotros, clientes que nos miran de lado porque no se fían. Yo, que voy negociando por el mundo contratos, me he puesto colorada más de tres veces ya»,
Viven esa «casi vergüenza» a título personal, pero sobre todo como parte de un colectivo. Como empleadas de una empresa que, hasta hace unos años y con 160 de vida a las espaldas, era todo un emblema del éxito empresarial asturiano en el mundo, y que ahora -incluso a pesar de la rentabilidad de una parte de sus filiales- está lastrada por voluminosas deudas bancarias, pendiente del hilo de una prórrogas crediticias, en un horizonte casi preconcursal y con su presidente y parte de su directiva en el punto de mira de la Fiscalía Anticorrupción por la que -coinciden- el máximo accionista de Duro-Felguera, Ángel Antonio del Valle «se tendría que ir». Y desbloquear de paso con su salida la solución, «si es que todavía la hay»: «Lo único seguro es que si el presidente no se va, estamos muertos. Tiene que dimitir. Él, y la cúpula directiva».
Chirriando desde el principio
Susana y Rosa, que también forman parte del comité de empresa, reconstruyen a cuatro voces, pero con una mirada idéntica, el proceso que sigue resultándoles «increíble». Todo les empezó a «chirriar desde el principio», cuando Ángel Antonio del Valle llegó a la presidencia «en una especie de golpe de estado que sacó de la dirección a Juan Carlos Torres, muy buen comercial y muy buen presidente, después de que el actual presidente llegase ahí sin ninguna preparación y por la vinculación con su suegro [el entonces accionista mayoritario Gonzalo Álvarez Arrojo]». Susana Santos recuerda un momento casi simbólico: «Un buen día, coge el anagrama de la empresa y dice: “Ya no somos Duro-Felguera", ahora somos DF... Fue decir eso y hacer la empresa ‘bum’. Se la cargó».
El diagnóstico de ambas empleadas sobre el desempeño de Del Valle es muy crítico. «Lo que nos ha llevado hasta aquí no es esa “tormenta perfecta” de la que hablan. Evidentemente, los tiempos y el mercado no han ayudado, pero el error ha sido de gestión”, señala Susana Santos, que habla de una empresa «sin estrategia» desde que el actual presidente, «rodeado de palmeros y diciendo que quería personas leales, no competentes, que le dijeran a todo que sí», se hizo cargo del navío. «Empezamos a ver errores de gestión de bulto, importantísimos; un derroche de dinero en unas inversiones nefastas. Una gestión comercial también nefasta, no por los comerciales, que son grandes profesionales, sino porque se gastaba el dinero a dos manos sin meta. Las obras también van mal por el mismo motivo: todo lo que puede ir mal, va peor», explica Rosa Estébanez.
Pero lo que ambas consideran imperdonable es lo que describen como «una política de recursos humanos indecentes en una empresa cuyo capital principal es el capital humano» y que ha provocado, según Estébanez, una «fuga de recursos humanos»: «Sigue habiendo capacidad y activos, pero cada vez menos. La gente se está yendo. Mucha gente de peso: jefes de proyecto, técnicos de proyecto y mucha más gente»: «La base de la empresa es el know how de gente muy fidelizada, muy preparada, con trayectora internacional y con conocimiento profundo de la empresa, de sus tripas, sus jerarquías… Todo eso la gente lo conocía, y trabajábamos con libertad. Pero llegó este señor, y su obsesión fue controlar. Tiene que mirar hasta la factura de los bolis», cuenta Susana Santos. El resultado: «Lo estranguló todo. Así no hay forma de gestionar porque ha desaparecido la libertad que se tenía en obra, la confianza que se tenía en la gente para que funcionase sola. Las trayectorias profesionales se abandonaron, se dejó de dar formación, empezaron a poner mil procedimientos que ellos se saltaban a la torera…»
En paralelo con ese proceso, la cúpula contrató «sin querer ofender a nadie, mercenarios» sin esa vinculación personal que hasta entonces, según ambas empleadas, caracterizaba la relación entre empleados y firma. «Ha duplicado la sede de Madrid, se ha hecho un espejo en Madrid con gente de fuera a la que ni le va ni le viene la empresa, y que tira con pólvora del rey», lamenta la letrado asesor: «Yo me tengo que matar por una demanda de 700 euros y luego ellos tiran el dinero a millonadas».
Y, finalmente, hablan de los efectos externos: la mencionada desconfianza de proveedores y clientes, y una situación financiera que «no es de asfixia, sino lo siguiente…», dice Santos. Hay algo, sin embargo, que ella y su compañera creen que el presidente de DF «hace bien: blindarse».
Reacciones tardías
Su parecer es el del resto del comité y el de muchos de los trabajadores de una empresa que ahora mismo tiene unos 2.500 efectivos repartidos entre las empresas filiales y la matriz, que concentra unos 500 de ellos. La asamblea de trabajadores reunida esta semana por dos veces en Gijón ponía ya abiertamente sobre la mesa la dimisión de Ángel Antonio del Valle y planteaba un calendario de paros. Pero es una reacción que Susana y Rosa temen que «pueda llegar tarde» en un clima de tensión creciente.
«El ambiente interno es el de una tiranía total», asegura Rosa Estébanez: «La gente del comité hemos sufrido muchísimo; no acoso propiamente dicho, pero sí desprecio. Que te echen en cara cogerte horas sindicales porque no te dedicas al cien por cien cuando llevas toda la vida haciendo horas y más horas extra sin cobrarlas». Susana Santos cuenta que uno de sus jefes le preguntó si se hacía del comité para blindarse; algo que, certifica, no le hubiese «valido la pena porque ha sido una tortura, una agonía, y el único motivo ha sido hacerlo por la empresa». Otros los miembros del comité -explican sus compañeras- han sido «expatriados», enviados a filiales alejadas de la matriz.
Ambas echan de menos alguna reacción en las alturas. No en el Consejo de Administración que preside Ángel Antonio del Valle, que describen como «un reflejo de su persona», y del que ya «se han ido gente de peso, como [Carlos] Solchaga o [Javier] Valero porque no les daba información o les mentía»; pero sí entre los directivos. «No todos los son así, pero la mayor parte, sí. Tenían que plantarse, tenían que haberle dicho “por aquí, no”, como hicieron cuando la crisis de Mazón, aunque es verdad que no era el máximo accionista».
No idealizan tampoco el pasado de una empresa con graves turbulencias cíclicas; recuerdan «otras muy gordas, como la del cierre de Barros, en el 93». «Pero entonces», precisa Susana Santos, «había 15.000 millones en las arcas»: «Hemos pasado épocas muy malas, pero siempre había un equipo gestor y dinero. Gente que sabía lo que hacía. Con la directiva actual, eso es insuperable. Solo quieren aguantar mientras dure y luego tendrán el bolsillo lleno», resume. Del mismo modo, les extraña la calma en una junta de accionistas que «siempre ha sido muy combativa» y en la que «siempre se preguntaba en las asambleas». En la del pasado junio -relatan- «no hubo ni una pregunta».
La situación final
En ese panorama que describen con la misma vehemencia y pesar con que contarían la zozobra de un negocio familiar de toda la vida, la conclusión es una situación muy complicada: «Una deuda de más de 300 millones, más 600 en avales; estamos hablando de casi 1.000 millones para una empresa de un capital de 80 millones», sintetiza Rosa Estébanez, que recuerda con añoranza que «desde 2006, en que llegué a Tesorería, hasta hace tres años, los bancos te venían a ofrecer dinero con créditos al 1%, ansiosos».
Ahora, por el contrario, los bancos esperan que se les devuelva. La última prórroga se ha presentado por parte de la empresa como un balón de oxígeno. Los trabajadores desconfían. «Hay que mirar la letra pequeña de ese balón de oxígeno. Se nos llena la boca diciendo que hay un stand still -una prórroga bancaria- que ya ha habido antes, y en la que no se ha hecho nada. Ahora lo venden como si la banca nos fuera a dar financiación por un problema de avales. Lo único que sabemos es que dos o tres bancos del pool bancario han aceptado la prórroga y se espera que el resto acepte también a lo largo de este mes. Es lo único que sabemos», comenta Rosa Estébanez.
Susana Santos ve claro que Del Valle solo «trata de ganar tiempo»: «Piensa que es la tormenta perfecta, que va a salir bien lo de Australia, lo de Argentina… Y si no, la culpa será de los bancos. No se da cuenta de que tiene una responsabilidad mercantil, social, incluso puede llegar a ser penal. Y el consejo tampoco», advierte la abogada. La realidad es muy otra: «Tenemos muy poco tiempo. Si los bancos ejecutan, vamos a concurso por ley, directamente. O se resuelve en octubre, o no hay nada que hacer».
Ambas viven la situación desde esa perspectiva. Como una cuenta atrás. No tanto para ellas como para una historia de siglo y medio largo de la que se sienten parte. «El temor por nuestra situación profesional es lo que menos nos importa. Yo tengo 53 años, y Dios proveerá», asegura Rosa Estébanez. Y Susana Santos concluye: «Si para que sobreviva Duro Felguera yo me tengo que ir a la calle, me voy. Lo que nos importa es la empresa».