Imagínense dirigir a una organización que dispone de un presupuesto de 382 millones de euros, con la vida resuelta por disponer de un salario anual de un millón de euros y con una aparente falta de control para poder contratar a todo el personal de confianza que quieran. Tendrían en su mano la gestión directa de un centenar de personas, que además de trabajar en su cometido, deberán esforzarse en agradarle. Usted tiene el botón rojo del despido, con el dinero que genera el fútbol español, para invitarlos a salir si no lo hacen.
Pues así es como está montada la Real Federación Española de Fútbol. Lo fue en el pasado, con el inhabilitado Ángel María Villar como anterior exponente; lo es ahora con Luis Rubiales; y lo seguirá siendo mientras no se cambie el sistema de elección de su presidente y no se establezcan unos mecanismos de control reales y transparentes. Urge derribar todo. De arriba a abajo. Y crear un nuevo Reglamento General que termine con el feudalismo que todavía impera. La RFEF necesita su propia Toma de la Bastilla. Pasar por la guillotina a los señores del fútbol, cambiar las leyes y darle voz y voto al pueblo. Entiéndase la metáfora.
La RFEF está montada de la siguiente forma. Los barones de las territoriales dominan sus parcelas, consiguen que sus personas y clubes de confianza sean los seleccionados en las elecciones y estos son a su vez los encargados de decir quién es el presidente, Por tanto, controlando a la mayoría de presidentes autonómicos, dispones del control absoluto de la Asamblea.
Y esto es algo que tienen muy presentes todos los jerarcas del fútbol español. Rubiales también, claro. Por eso, casualidad o no, se sacó de la manga antes de las últimas elecciones una nueva normativa de «profesionalización de las territoriales». Véase de un modo menos edulcorante. Poner un sueldo a los presidentes autonómicos, abonado por la propia RFEF, de entre 85.000 y 150.000 euros anuales por cabeza. Controlada la Asamblea, el siguiente punto fue contratar a gente de su entera confianza. «Le empezamos a llamar Kennedy. No quería a su alrededor gente que le llevara la contraria», confesó su tío, Juan Rubiales, su antiguo jefe de gabinete, en una entrevista en El Mundo. Ahí tienen la otra pata del banco.
¿Entienden mejor ahora esa ovación en la Asamblea? ¿Y a Luis de la Fuente? ¿Y la tardía reacción de los presidentes de las territoriales? Se llama miedo. Muy respetable, por cierto. A otro nivel, pero seguramente a cualquiera de nosotros le habrá pasado algo parecido. En este caso, es lo que tiene vivir de rodillas ante un oligarca. Que solo te atreves con él cuando lo crees muerto. Por mucho que te repugne. Es el precio a pagar por el vasallaje.
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