La NBA nunca se descuida. Cuida todos los ángulos de un negocio que se basa en el ocio, en el consumo del baloncesto. Y se preocupa especialmente por su imagen y su mística, sin olvidar ni arrinconar a quienes ayudan o han colaborado a hacerla más grande. Todo lo contrario, se ocupa de reivindicarlos y reconocer su contribución. En ese marco se inscribe el Salón de la Fama, en el que acaba de ingresar Pau Gasol, el primer jugador español que traspasa ese umbral.
Su discurso fue como su carrera, impecable, generoso, siempre a disposición del equipo. En la selección le tocó asumir un liderazgo sin alharacas, y lo hizo. En los Lakers entendió que lo mejor era brillar a la sombra de un incontestable Kobe Bryant, y lo hizo. La inteligencia fue su mejor cualidad. Y lo sigue siendo. Al repasar su trayectoria, no se olvidó de nadie.
Le correspondió entrar en el Hall of Fame junto con otros ilustres, entre ellos un legendario entrenador en activo a cuyas órdenes trabajó en su paso por los Spurs de San Antonio. A Greg Povovich se le vio sinceramente emocionado y agradecido en su intervención. Es uno de los más respetados por su currículum, pero más todavía por su filosofía. «Eso de las victorias y derrotas, de los récords, realmente no existe. La relación con los entrenadores, con tus amigos, con tu familia, es todo eso lo que te llevas del camino que haces». La reflexión es del propio Popovich, que se emocionó todavía más cuando le llegó el turno a una de sus discípulas Becky Hammon: «Pop. Sé que no tratabas de tener coraje al contratarme para los Spurs, pero hiciste algo que nadie había hecho en el baloncesto. Has cambiado la dirección de mi vida y de otras muchas chicas».
La NBA escogió un eslogan: «Where amazing happens (donde pasan cosas increíbles)». Con él apunta al juego. Pero no se olvida de construir su historia y contarla bien.