España se encontró de principio con el peor de los escenarios, algo que puede ser normal tras superar un cruce muy difícil. Después de apear a Lituania, la presión estaba de su lado. Finlandia, que no la tenía, empezó desplegando su juego, con su ritmo y con mucho acierto en el triple ante un rival asustado por ese caudal.
El equipo de Scariolo trató de frenar ese juego con defensas alternativas, pero el guion no cambió. Finlandia siguió con su baloncesto, con su circulación, tirando de tres, haciendo daño dentro y fuera, y España se paró viendo que su plan b no funciona.
El último minuto antes del descanso fue determinante. Siendo un colectivo más proactivo y con más agresividad defensiva logró bajar la renta por debajo de los diez puntos. No es lo mismo que irse con 16. El mejor ejemplo fue un robo de balón que acaba con mate de Garuba. Jugando mal y con un dos de doce en triples, se vio dentro del partido.
En el tercer cuarto fue muy evidente el cambio defensivo de España por parte de todos los jugadores, presionando el balón, tapando líneas de pase y con mucha actividad. Y aceptando que Markkanen y otros jugadores podían anotar canastas difíciles sin que eso afectase psicológicamente a la hora de atacar. Ahí empezó el juego coral del equipo, dentro y fuera, con protagonismo de todos los jugadores. Darío, Juancho, Willy... Todos eran importantes en ataque. Porque había un plan alrededor del equipo y no de un jugador.
Mediado el último cuarto, ni España era capaz de cerrar el partido ni Finlandia terminaba de darle la vuelta al marcador. A veces sucede, cuando uno remonta, que cuesta culminar. Y, entonces, apareció Rudy Fernández, que sí le puso el candado a la contienda. Robó un balón, metió un triple Darío Brizuela, luego él dos... Su talento y su competitividad decidieron.
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