Es razonable manejarse en la duda. Dos años sin jugar al baloncesto por una lesión cuanto uno acumula cuarenta castañas no es lo mismo que tirarse dos años parado cuando se tienen veintipico. Con cierto sentimiento de culpa por todo lo que nos ha dado, planea incluso el pensamiento de si el mejor jugador de todos los tiempo del baloncesto español se niega a aceptar que todo se acaba. Todos sueñan con poner el broche en activo, darse un homenaje, y a veces se pierde la perspectiva de la realidad. No se reprochen todo esto, es lo normal.
Dudar de Pau Gasol es tan lógico como peligroso. Siempre lo ha sido. ¿Cómo le iba a ir bien en la ultramusculada NBA a ese escuálido español que Memphis le robó a Atlanta en el draft del 2001? Imposible que Gasoft —un juego de palabras en inglés mezclando su apellido con el adjetivo blando— fuese suficiente para reverdecer las glorias lakers.
Son 40 años, pero es Pau Gasol. Ese que, cuando vio que la edad le pesaba ante rivales más jóvenes, se reconvirtió en tirador en San Antonio anotando en temporada y media con Popovich más triples que en sus 13 cursos anteriores en la Liga.
Albert Oliver, jugador del Obra, tiene 42 años. Felipe Reyes, 40. Siguen en activo y ninguno de ellos es Pau Gasol. Si acaba llegando es que se ve listo. Y si él se ve listo, estamos obligados a confiar.
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