Patrick Reed, que aún ansía un grande, lidera el primer triunfo norteamericano desde el 2008
03 oct 2016 . Actualizado a las 08:12 h.Europa construyó en Medinah (Illinois) hace cuatro años un milagro jamás visto en la Ryder Cup, al remontar cuatro puntos en la última jornada. Con el espíritu de Seve Ballesteros, el liderazgo tranquilo de Chema Olazábal, la desafiante motivación de Ian Poulter, la garra de Rory McIlroy y el pulso de Martin Kaymer en el putt decisivo. Aquel prodigio coral se convirtió en histórico en el mismo instante en que la bola del alemán besó el hoyo. Pero para que esa clase de hazañas sucedan deben coincidir demasiados elementos. Después de encadenar tres victorias consecutivas en el duelo bienal contra Estados Unidos, el Viejo Continente se enredó demasiado durante el fin de semana en Hazeltine (en Chaska, Minnesota). Llegó a la decisiva jornada de individuales de ayer tres puntos por debajo (9,5-6,5) y, pese a invocar el milagro, le faltó inspiración para voltear un marcador delicado. El triunfo norteamericano corta la tiranía europea, con seis triunfos en las siete últimas ediciones, las tres últimas de forma consecutiva. El capitán norteamericano, Davis Love III, se cobró la revancha de la derrota de Medinah después de tres jornadas tensas (17-11) en las que el comportamiento de una pequeña parte de exaltados del público elevó la tensión. La copa, que durante décadas perteneció a Estados Unidos, vuelve a sus manos.
El capitán europeo, Darren Clarke, tenía claras las necesidades de su equipo. Necesitaba que los primeros partidos actuasen como revulsivo para sus jugadores y generasen tensión en los estadounidenses. Que las dudas de unos se convirtiesen en certezas y la confianza de otros se transformase en temor. Por eso situó a sus cuatro jugadores más en forma en los cuatro primeros partidos. Mezclados con los norteamericanos, no tenían mala pinta los duelos: McIlroy-Reed, Stenson-Spieth, Holmes-Pieters y Rose-Fowler. Y durante la primera parte del día los planes se plasmaron sobre Hazeltine.
En el momento en que los 12 partidos de individuales coincidieron por primera vez en el campo, Europa mandaba en seis y empataba en cinco. Solo el duelo de Lee Westwood contra Ryan Moore se torcía. Pero aquella situación provisional dibujaba solo una media verdad. Porque la ventaja del Viejo Continente estaba cogida con las pinzas de varias victorias por márgenes de uno o dos hoyos.
Al frente de las operaciones se puso Patrick Reed, líder de la reconquista de Estados Unidos pese a ser uno de sus jugadores sin grandes. Llegó a su duelo individual con 2,5 puntos en los cuatro encuentros anteriores. Y como referente en una pareja fija durante los dos primeros días de la Ryder, la que formó junto a un Jordan Spieth solo discreto. Enfrente, le esperaba Rory McIlroy, el más desafiante de los europeos, autor de un putt de 20 metros el sábado, irónico al celebrar algún triunfo con reverencias hacia un público que lo abucheó cuanto pudo. Precisamente los códigos rotos por los más exaltados de los espectadores norteamericanos, con insultos y gritos cuando los europeos se ponían a la bola, generaron un intenso debate durante todo el fin de semana.
Y Reed -después de que Stenson ejecutase a su compañero Spieth- volvió a demostrar su condición de hombre Ryder, ya con un récord del 72% de puntos en sus dos participaciones. Su triunfo sobre McIlroy palió la sangría de los primeros partidos para Estados Unidos. Y luego la victoria empezó a darse tan por segura que al triunfo norteamericano le faltó algo de tensión.
Desde muy pronto encarriló victorias que hacían prever el triunfo. Lo sentenció Ryan Moore sin saber siquiera que estaba sellando la victoria de Estados Unidos, la primera desde que ganó en el 2008 en Valhalla.