Ramón Gallego, máximo responsable de los árbitros de este deporte en Río, regresa de sus séptimos Juegos descontento con la organización
24 ago 2016 . Actualizado a las 19:56 h.El gijonés Ramón Gallego Santos ostenta un récord difícil de igualar: el de único árbitro internacional de balonmano que ha pitado dos finales olímpicas consecutivas. Fue en Barcelona y en Atlanta. Fue nuevamente árbitro en Sydney, y después ha seguido yendo a todas y cada una de las sucesivas convocatorias olímpicas, aunque ya no como árbitro raso, sino como miembro del Competition Management, el silencioso ejército de jueces deportivos que vela, detrás de las bambalinas, por el correcto cumplimiento de las reglas de juego del handball, y se encarga de designar qué árbitros se ocuparán de cada partido.
Gallego estuvo en Atenas, Pekín y Londres, y ahora acaba de regresar de un ascenso agridulce en Río. Agridulce, porque, si en esa tres anteriores Olimpiadas fue un simple soldado raso de la Comisión de Arbitraje y Reglas de Juego, en Río ha pasado a ser su máximo responsable, y ha visto notablemente alargada una jornada laboral que ha llegado a ser de dieciséis horas. Ello le ha impedido asistir como espectador, como sí ha solido hacer en otros Juegos Olímpicos, a su otra gran pasión deportiva con permiso del balonmano: el atletismo, y especialmente el maratón, disciplina en la que este año ha resultado vencedor el keniata Eliud Kipchoge. «Vivía dentro del pabellón de balonmano, y sólo un par de veces pude salir a las ocho de la tarde para ver la final de dobles de Nadal y Marc López, el Estados Unidos-Serbia de la fase de grupos del baloncesto y dos finales de natación. Tuve que conformarme con alguna repetición de madrugada», cuenta. Encontró, eso sí, cierto consuelo en forma de encuentro, durante una comida en la Casa Adidas, con uno de sus ídolos: el legendario fondista etíope Haile Gebreselassie.
Gallego tarda en responder cuando se le pregunta qué le ha parecido la organización de estos primeros Juegos en suelo sudamericano. Hace una mueca de duda, ladea la cabeza y acaba por emitir una especie de bufido, y sólo entonces da su opinión de que «no, ciertamente no fue la mejor: hace siete años Brasil era una potencia emergente, pero ahora, siete años después, la situación es bastante diferente, y eso se ha notado en los Juegos y en las esperanzas que había puestas en ellos». Explica Gallego que «en todos los Juegos hay siempre problemas de transporte el primer par de días, pero en éstos han sido constantes, agravados también por el hecho de que hubiera cuatro zonas olímpicas diferentes». El árbitro gijonés hace seguidamente la comparación de que «en Londres estaba todo más concentrado, y eso facilitaba a los espectadores desplazarse de un deporte a otro; en Río, sin embargo, las distancias eran enormes e ir y volver de una zona a la otra requería el día entero, en parte también por el caos de tráfico que existe en Río y que no mitigó el carril olímpico que se abrió, y eso es uno de los factores que explica los vacíos que se vieron en algunas gradas».
Héroes pese a los recortes
No han sido éstos, tampoco, los mejores juegos para el en otras ocasiones brillante balonmano español, con el equipo femenino cayendo en cuartos y el masculino no participando siquiera tras caer en el preolímpico. En opinión de Gallego, en todo caso, ese fracaso es «puntual: el balonmano masculino sigue en la cumbre, pero es que los Juegos Olímpicos, ya en el preolímpico, son a cara de perro, todo está muy igualado, y no es infrecuente que pasen cosas como la que le sucedió al equipo femenino, que perdió los cuartos en la prórroga después de ir ganando hasta por siete goles, o que equipos que terminan clasificados en cuarto lugar la fase preliminar acaben ganando a los que habían quedado primeros».
Gallego ve motivos para el optimismo de cara al futuro en el reciente triunfo de la selección española júnior en el Europeo de Dinamarca, donde los hispanos ganaron la final contra Alemania. En lo que respecta a las hispanas, su futuro es más impredecible atendiendo a la mayor veteranía de la plantilla, de la que se prevé la próxima retirada muchas de sus integrantes, y Gallego ve más posible una «pequeña revolución» de resultados imprevisibles, pero se muestra confiado en que se seguirá manteniendo el nivel. Nivel que, por cierto, sigue siendo máximo en el arbitraje patrio: españoles de Canarias apellidados López y Ramírez fueron los dos jueces que pitaron, el 4 de agosto, la final masculina entre Suecia y Croacia.
En lo que respecta al deporte español en general, para el que estos Juegos han sido los más prolíficos desde Barcelona 1992, Gallego, simpatizante del PSOE y concejal socialista en Gijón entre 2012 y 2015, se congratula de su «nivel altísimo» pese a los recortes en becas y subvenciones que este sector ha sufrido igual que otros. «Lo que no puede ser es que para el Estado los Juegos Olímpicos duren solamente veinte días: tienen que durar cuatro años, y hay que ayudar a la gente de manera constante, no sólo durante los quince días que esos deportistas no futbolistas nos llaman la atención, porque siempre criticamos que no se ganen suficientes medallas, pero sólo se ganan medallas invirtiendo en quienes pueden ganarlas», lamenta. «Sin ayudas», dice, «hay muchos deportistas que no pueden serlo, y si aun así se ganan medallas es porque estamos ante verdaderos héroes cuyas vidas y cuyos sacrificios nos sobrecogerían si los conociésemos». Hay, opina Gallego, que replantear y relanzar el Plan ADO y tomar como ejemplo otros «países de nuestro entorno en los que se es mucho más consciente de la importancia de ayudar a los deportistas».
Ramón Gallego estará, salvo cataclismo, en Tokio 2020, donde, también salvo cataclismo, repetirá como máximo responsable del arbitraje de balonmano. Responde así a la pregunta de si echa de menos ser árbitro raso: «En cierto sentido sí. Yo se lo digo todos los días a los árbitros jóvenes: disfrutad, disfrutad porque esto se termina pronto, y por más que vuestra responsabilidad como dueños del juego durante el partido sea enorme, ser árbitros es lo que os permite disfrutar como nadie de los Juegos Olímpicos y vivir la ciudad de verdad».