Alas en las cuerdas

Yolanda Vázquez REDACCIÓN

CULTURA

Sara Baras en Oviedo
Sara Baras en Oviedo Festival de Danza de Oviedo

La compañía de Sara Baras, de gira por su 25º. aniversario, cierra la danza en Oviedo de este año con un homenaje a Paco de Lucía en su estilo habitual, ofreciendo un acabado producto escénico de dos horas de duración con lo de siempre. Una sucesión de cuadros coreografiados se convierte en un típico tablao flamenco para acabar en concierto

27 jun 2025 . Actualizado a las 17:55 h.

Y llegamos a la última de abono del Festival de Danza de Oviedo, que arrancó a mediados de marzo. La quinta representación, que llenó el Campoamor los dos días contratados, 20 y 21 de junio, corrió a cargo de Sara Baras (Cádiz, 1971) con su particular (y convencional) homenaje-concierto, Vuela, a Paco de Lucía (Cádiz, 1947-México, 2014). La gaditana ha hecho coincidir el homenaje al genio de Algeciras con la gira del 25 aniversario de la creación de su compañía, para así redondear la comercialización y distribución del producto artístico que ofrece siempre, solo que esta vez dura dos horas. Un espectáculo que acaba convirtiéndose en un típico tablao flamenco, que da protagonismo a músicos, voz y percusión, y lo que empezó como danza y flamenco acaba en concierto milimétrico. Al margen del inexcusable guiño a Camarón de la Isla, anda que no es largo el alcance artístico del maestro andaluz, por universal e innovador. Será lo de Sara; o, quizá, es que Sara es así. Silábica.

Siseos al margen, de Sara Baras ya hemos hablado en Asturias en más de una ocasión; la última en 2022, cuando vino con Alma, y también para cerrar la edición ese año. Anteriormente, había estado en el Centro Niemeyer con La Pepa, en abril de 2014, un montaje en torno a la Constitución española de 1812, y que también adolecía, aunque menos, de lo mismo. Porque de lo que ya no hay duda es de que Baras nos tiene acostumbrados a lo suyo, es decir, a lo mismo de siempre, que, por otra parte, es lo que mejor sabe hacer: percutir el suelo con sus pies-instrumento, tal como se explica ampliamente en el híper vínculo anterior. Lo hace como nadie: la cadencia de su zapateado es única.

Pero que Baras tire siempre de lo mismo es un arma de doble filo: por un lado, llena aforos tan grandes como el del Campoamor durante dos días (ahí es nada) y enardece al personal; y, por el otro, a tenor de las cifras, condiciona (por el éxito) posibles márgenes de negociación para un espectáculo que, salvo la modistería, los arreglos musicales, la voz y el mapa de luces, es siempre el mismo, por muy bien hecho que esté. Cuestión bien distinta es el buen elenco de músicos del que se rodea la gaditana, que son, dicho sea de paso, el alma del espectáculo. De uno de ellos, Keko Baldomero (Cádiz, 1984), también se habló en ocasiones anteriores.

Si algo tiene el espectáculo de Baras es música; siendo más precisos, tiene solistas e intérpretes. Por esa parte, y con Baldomero al frente, nada va estar mal. Nunca mejor dicho: es cuerda de seguridad musical que cuaja a la perfección con lo pretendido. Él es quien lleva la voz cantante, y como arreglista y director musical hace que el viaje escénico encaje y que el reloj suizo de los espectáculos que monta la gaditana, salvo excepciones muy puntuales (alguna hay), queden siempre bien engranados. En dos horas de cante, música y baile, no es poca cosa: todo está engrasado. A veces, excesivamente, tratándose de flamenco.

Bien es cierto, por otro lado, que la intención era homenajear a uno de los referentes indiscutibles de la guitarra flamenca y española, al gran Paco de Lucía, y que, en el espectáculo, de una u otra manera, cuerdas de guitarra tenía que haber. Las hay figuradas, las que se proyectan sobre el telón de fondo y la escena (buen efecto escénico); y las de nailon real de las guitarras de Baldomero y Andrés Martínez. Baldomero se marcó una soleá en el cuarto acto que bien mereció la ovación que recibió.

Porque sin duda hay que tener el tendón muy dispuesto, y Baldomero lo tiene, para hacer de la guitarra molde infinito de encordado y toque maravilloso, fluido, muy elástico; y según va arpegiando sonido, en lugar de oír una guitarra, a veces, parece que se oyen dos. Ese toque, el de este payo del 84 del siglo pasado, es el que verdaderamente da alas al espectáculo y, gracias a ello, el conjunto de la obra y su empaste cobran forma. Son, por tanto, las cuerdas las que verdaderamente vuelan. Al lado de la primera guitarra sigue la de Andrés Martínez, segundo comendador del engranaje musical, que, junto con el violín de Alexis Lefevre y el chelo de Ivo Cortés, componen el resto del sobresaliente elenco de músicos de la función.

Sara Baras en Oviedo
Sara Baras en Oviedo Festival de Danza de Oviedo

No menos importante es el cante de May Fernández y Matías López «el Mati», quienes saben fundir su propio material: la cuerda vocal con la cuerda de nailon. Mención especial también merece Rafael Moreno a la percusión, ese cajón peruano que el brasileño Rubem Dantas importó para Paco de Lucía (y para todo el flamenco) en 1977, resonante de cuerda metálica interior, actuante vertebrador que secciona, mide tiempos, transiciones, cuadros y actos… Excelente.

Sin embargo, lo que a estas alturas no deja de sorprender es que alguien con la solvencia de Sara Baras en todos los sentidos, económica, de gestión y marketing, de comercialización y distribución, nunca dé un paso más allá para proporcionar al respetable algo aparte de lo suyo artístico (pie-tacón). Sorprende mucho. Un mínimo guion dramático y escénico, que acompañe a una coreografía digna de llamarse narración bailada, que conecte públicos, acerque lenguaje y explique actualidad u otra cosa; algo que también las artistas súper consolidadas están llamadas a desarrollar, incluso conminadas a hacerlo. Porque, si no lo hacen ellas, en este caso ella, que además puede: ¿quién lo va a hacer? Si no, lo convertiremos en un ring-ring-caja que, sin querer, y por efecto de propia solvencia en la costumbre, se aleja sin remedio de lo que llamamos el ser artístico. Todo lo contrario de lo que fue, y aun es, Paco de Lucía.

A propósito de Paco

Se llamaba en realidad Francisco Sánchez Gómez (el «de Lucía» le viene por su madre, Lucía Gómez), y está más que corrido por ahí que «todos los guitarristas deben a Paco un poco de lo que son». Al genio de Algeciras se le adeudan tantas cosas que uno pierde la lista y el pie intentando resumir algo de lo muchísimo que este excepcional artista ha dado a la música y al flamenco, que él hizo internacional. Intelectualizar, fusionar y desarrollar un acervo musical y estilístico, muy anclado de raíz, llevarlo unas cuantas galaxias más allá del clamor que lo vio nacer (la calle, la pobreza y el bajerío), no está al alcance de cualquiera. Abrir el margen de todo eso y hacer de la vastedad un camino inagotable para todo y para todos bien merece un homenaje (o muchos), desde luego.

Pero Paco de Lucía también dejó otra clase de enseñanzas: en el arte, igual que en la vida, lo que sobra debe quedar siempre fuera. Hay que deshacerse de ello sin contemplaciones; lo superfluo no aporta nunca nada, ni siquiera contemplado desde el principio de contradicción. Ocupa un espacio que no corresponde, que aplana, las más de las veces, desde la mala vulgaridad, lo que pueda haber, o vaya a haber, de bueno; es decir, mutila lo esencial. La idea-oración (palabra, nota, trazo), eso tan íntimo que siempre suena dentro (y no se atiende), es la mejor respuesta, por humilde, a la inconcebible sorpresa de verse vivir viviendo. Cuando se pierde la capacidad de descubrimiento y discernimiento de esa intimidad, cedemos a una especie de disfunción emocional que sofoca en nosotros el aliento de la verdadera vida. Y eso es justo lo contrario de lo que promulga, desde su mismo inicio, el álbum de Paco Solo quiero caminar (1981), el que puso nombre y fecha a una nueva forma de hacer e interpretar flamenco. Pero también de leerlo.

Aquel trabajo es una suerte de vértigo asentado que nunca cesa. Pero, ojo, vértigo como intensidad sosegada, no como sinrazón facilona y sensiblera, que nada (absolutamente) tiene que ver con eso tan inestimable que llamamos emoción artística y que, por desgracia, tanto escasea, precisamente a causa de todo lo que sobra; y más en tiempos digitales. Justo lo que no faltó en el concierto que dio el pasado marzo el enorme instrumentista (saxofonista y flautista de flamenco-jazz) Jorge Pardo, en la sala Tribeca de Oviedo; por cierto, uno de los músicos que siempre trabajó con Paco de Lucía. El concierto de marzo se convirtió en un reencuentro con la gente de Oviedo, ese público educado y discreto de toda la vida, que en el fondo se mueve siempre al margen. Ahora más que nunca.

Y eso es lo que le pasa, en el fondo y en la forma, al Vuela de Sara Baras: le sobran al menos 20 minutos de fiesta. Como tampoco se justifican 15 cuadros bailados sin hilazón ninguna, salvo la intención del nombre en el programa, para culminar en un socorrido tablao flamenco, metido en caja escénica para ocupar metraje, donde se va dando bola por turno a los maestros presentes. La juerga acaba micro en mano con cuatro frases de gancho enardecido para solicitar volver a Asturias porque el público, puesto en pie, lo desea. Sara Baras vino dos días a Oviedo a caché y a taquilla.

En platea, margen izquierda:

Periodista sentada (P): Bueno, la próxima vez se verá lo mismo o parecido.

Señora de pie (S): Sí, siempre hace lo mismo, pero es maravillosa.

P: Sí, zapatea muy bien y hace lo que quiere con los pies, pero esto es un concierto-tablao, no una coreografía, y eso no justifica dos horas y 54 lereles; la vez anterior fue bastante menos.

S: Sí, tiene toda la razón. Es verdad.

Ficha artística y técnica

Dirección, guion y coreografía: Sara Baras

Música: Keko Baldomero

Iluminación: Oscar Gómez de los Reyes

Vestuario: Luis F. Dos Santos

Escenografía: Ras Artesanos

Pintura: Fernando Quirós

Textos: Santana de Yepes

Fotografía: Jaume de Laiguana

Adaptación musical Paco de Lucía: Keko Baldomero

Elenco: Sara Baras

Cuerpo de baile: Daniel Saltares, Chula García, Cristina Aldón, Carmen Bejarano, Miriam Pérez, Elena Arias y María Guerrero

Elenco - Músicos

Director musical: Keko Baldomero

Guitarra: Keko Baldomero y Andrés Martínez

Cante: May Fernández y Matías López “El Mati”

Percusión: Rafael Moreno

Violín: Alexis Lefevre

Chelo: Ivo Cortés

 

Jefe técnico: Sergio Sarmiento

Regidor: David Reyes

Técnico de luces: Oscar Gómez de los Reyes

Sonido de Sala: Sergio Sarmiento

Técnico de monitores: Andrés Prieto

Sastre: Adolfo Martínez

Entrenador personal: Raúl Gil (Fidias Center)

Fisioterapeuta: María Serrano (Fidias Center)

Fotografía Directo: Santana de Yepes y Sofía Wittert

Ayudante de producción y repetidora: María Jesús García

Asistente de dirección y producción: Patricia Pereyra Baras

Contratación y Management: RLM

Produce: SABA DANZA S.L.

Web: Vuela— Sara Baras  

Programa

Acto 1. Madera

Maestro (Presentación)

Inspiración (Zapateado) Sara Baras y Keko Baldomero

Voz (Minera) Sara Baras

Rimo (Rondeña) Cuerpo de baile

Acto 2. Mar

Aire (Tiento) Sara Baras

Mar (La Barrosa) Cuerpo de baile

Tierra (Alegría) Músicos

Acto 3. Muerte

Luto (Seguirilla) Sara Baras y Daniel Saltares

Muerte (Canción de amor) Sara Baras y cuerpo de baile

Raíz (Saeta) Sara Baras y May Fernández

Soledad (Soleá) Keko Baldomero

Acto 4. Volar

Recuerdo (Tangos) Cuerpo de baile

Eternidad (Fandango) Sara Baras

Alma (Copla) Sara Baras, Alexis Lefevre y El Mati

Volar (Bulería) Sara Baras y compañía

(Tío Sabas, Monasterio de Sal, El Pañuelo, Solo quiero caminar, Manteca colorá, Patio y custodio compañía, Luzía, Canción de amor, Zyryab, Ojos verdes, Volar).

Teatro Campoamor, 20 de junio, a las 19:30 horas. Duración aproximada: 2 horas sin receso. Quinto título del Festival de Danza de Oviedo de 2025.